Una guerra civil
Ciudades cada vez más importantes como Yurimaguas, Quillabamba y Tarapoto, están siendo tocadas por la lucha y las organizaciones locales se están solidarizando con las comunidades que protestan. Pero al gobierno no se le ha ocurrido mejor idea que mostrar su cara más dura: estado de emergencia, tropas de elite (las que no existen para el VRAE), atropello de la Marina de Guerra contra las embarcaciones indígenas en el río Napo. Y el ministro de Ambiente, declarando como si no conociera de qué se trata, que las riquezas del subsuelo no son de los amazónicos sino de “todos los peruanos”, es decir de las transnacionales petroleras y mineras que son las que cobran el beneficio.
No hay duda que en esta confrontación entre la selva y el gobierno se refiere a las garantías que se pretenden extender a los que pongan sus “centavos” en el Perú de acuerdo a la famosa declaración de Alan García ante los banqueros, y que significa que no habrá marcha atrás en los contratos y concesiones a la inversión extranjera, y eso incluye los decretos legislativos impuestos bajo la sombrilla de la implementación del TLC con los Estados Unidos, y que entre otros tantos abusos son eliminados los derechos de las poblaciones indígenas a sus tierras ancestrales y a la protección de su entorno natural. Existe, por supuesto, una relación muy estrecha entre la batalla de la selva y lo que se está disputando alrededor del caso Nadine Heredia, que ocupa todos los espacios de la prensa.
En realidad se trata de eliminar política y mediáticamente a una parte del país, que se considera obstáculo para que el concepto del crecimiento económico, uso de los recursos naturales, derechos sociales y culturales, ejercicio de los derechos democráticos (una persona un voto), puedan ser manipulados para construir el país de las concesiones, de la no fiscalización del gasto público, de los refugiados de las “dictaduras de izquierda”, de Aldo M y Keiko Fujimori. El riesgo mayor es que se está sembrando tanto odio en función a este proyecto, que muy rápido se pasa de la invisibilidad a la denigración y de ahí a la violencia represiva.
PD: Jamás polemizaría sobre el peinado de otro hombre, ni se me ocurriría denigrar el trabajo literario y premiado de su hija calificándolo vulgarmente de “porno”, y tampoco me burlaría de una mujer a la que se ha venido persiguiendo durante una semana, aprovechando el Día de la Madre. Pero, en fin, cada uno sabe donde tiene la falla.