El general Confiep y el soldado Pulpín

Guillermo Giacosa
 
La neurociencia es una nueva y despampanante religión laica donde abundan los milagros y sobran los asombros. En sus ritos asoman los más curiosos impulsos humanos y se nos revelan conductas que nos llevan a nuevas y desconcertantes certezas sobre qué y quiénes realmente somos y por qué nos comportamos como nos comportamos.


En una de sus ceremonias, llamadas dramatizaciones, los fieles son invitados a cambiar de roles. Ya no serán quienes son sino quienes nunca han imaginado ser y verán, con estupor, cómo aparecen, desde el mar ignorado de su inconsciente, seres abisales, inesperados y socialmente incandescentes que arrimaran nuevas dudas a las muchas que nuestra especie ha sembrado cada vez que se ha atrevido a husmear en sus cavernas íntimas.


En una de esas ceremonias se invita a veinte jóvenes, todos ellos aparentemente amables compañeros de estudios, a dividirse en dos grupos que cumplirán distintos roles: los unos serán presos y los otros sus carceleros.


La inocente experiencia, que ha inspirado a Hollywood una película de insoportable dramatismo, muestra cómo unos y otros asumen sus papeles de un modo que nos llevaría a concluirque el rol asignado opera sobre los humanos de un modo tan imperativo que lo transforma en quienes nunca imaginaron que podían ser.


Ni el general Confiep, ni el soldado Pulpín eran conscientes, al inicio del drama, ni lo son seguramente ahora en medio de la escenificación, de cómo el rol ha ido generando en ellos conductas que comienzan a escapárseles de sus manos.

El supuesto general se ha ido habituando a que sus deseos sean órdenes y ha abandonado el rol tradicional de empresario para calzarse el uniforme militar y decidir desde sus parciales puntos de vista qué es bueno y qué no lo es para el conjunto de la sociedad.

El soldado, a su vez y en solo tres marchas por las calles de Lima y otras ciudades del Perú, ha ido descubriendo cuánta fuerza se puede acumular cuando se aprende a decir NO de manera colectiva y en voz alta. Los roles de patrones y subordinados disconformes están en su esplendor.

El general Confiep tira la piedra y esconde la cara, el soldado Pulpín da la cara, señala al enemigo y acumula piedras imaginarias que podrían quebrar el viejo hábito del silencio ante la injusticia o bien disolverse en la nada o en lo muy poco, si predominan las tendencias dominantes en los últimos años.

Estos juegos dramáticos no son novedad y suelen aparecer cuando quienes tienen la parte más operativa del poder se distancian de la realidad, confunden sus intereses con los de la sociedad toda y obran como si la impunidad presente fuese a prolongarse hasta el olvido.

Entiendo que es demasiado pretender que quienes, desde una esquizofrenia oculta bajo un manto de palabras vacías, ya están eligiendo los vestuarios adecuados para ingresar al Primer Mundo, comprendan los dramáticos esfuerzos que se deben realizar para sobrevivir en el Tercer y Cuarto Mundo que es donde habitan muchos de sus compatriotas.

Esta miopía no es nueva, pero si trágica y anormalmente normal. ¿Al fin y al cabo quiénes son estos pulpines para alterar el patriótico sueño del general Confiep?

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