Religión, poder, humor y muerte


Rodrigo Montoya Rojas

Una persona libre no mata ni ordena matar a quienes no piensan como él.

Desde tiempos de la Ilustración y la gran revolución de 1789, le debemos a Francia el ideal de libertad, en general, y de la libertad de expresión, en particular. Separar a la Iglesia del poder político y promover el ideal de un Estado laico ha sido y sigue siendo una propuesta fundamental, casi lograda en algunos países como Francia, y demasiado lejana en otros como Perú.

Ruego se me permita un recuerdo personal: en las aulas universitarias de La Sorbona, en las luchas políticas y gremiales francesas de todos los días, en la solidaridad con los pueblos de Argelia y Vietnam y de todas partes, y en las calles de aquel mayo maravilloso de 1968 de 1965-68, viví, sentí e interioricé ese valor fundamental de la libertad.

Frente al marxismo oficial ortodoxo, aquel de la verdad única en versiones soviética, china o trotskista, surgió precisamente en la Francia de aquellos años un viento nuevo, -uno más- para leer El Capital –el gran libro del viejo Marx- sin intermediarios de militantes orgánicos del partido tal o cual o de los manuales de catecismo para captar jóvenes militantes y llevar por el mundo el nuevo evangelio europeo y moderno de la revolución proletaria.

Por definición y por principio, una persona libre tiene un espíritu crítico, duda, no acepta las verdades únicas u oficiales, reconoce el error, defiende el derecho de equivocarse y de rectificar. Una persona libre no mata ni ordena matar a quienes no piensan como él.

Esa brutal oposición entre “verdad revolucionaria” y “mentira contra revolucionaria”, surgida también de las entrañas mismas de la modernidad, ha sido el fundamento conceptual para que unos jefes totalitarios condenen a muerte a sus opositores con la ilusión de no perder el poder.

Una persona libre a plenitud ve el poder desde lejos y desde cerca, con guantes para no contaminarse, lo observa, trata de entenderlo y está preparada para verle las vísceras y sacar todos los trapos sucios que se esconden debajo de la alfombra y que no se lavan en casa, pese a que los propios poderosos dan ese consejo con aparente y piadosa inocencia.

Una persona libre es capaz de oír las voces de los huesos que desde tumbas informales gritan y protestan contando dónde, cuándo y cómo fueron asesinados y desaparecidos; y es también capaz de ver a los millones de seres humanos de los pueblos indígenas que la civilización occidental con su dogma del desarrollo único trató de convertir en invisibles.

Es en el mundo del arte donde la libertad se ejerce prácticamente a plenitud. Siguiendo la línea abierta desde comienzos del siglo XX por el Semanario Le canard enchainé –El pato encadenado- los caricaturistas de Charlie Hebdo, tienen la virtud de reírse de los poderes existentes, de presentar a los grandes personajes políticos, religiosos o militares como son por dentro; son especialistas en mostrar a los reyes que creyendo estar vestidos con los tules más finos del mundo, aparecen simplemente desnudos para que todo el mundo se ría de ellos.

Se requiere de mucha irreverencia, osadía y coraje para retar al poder con los trazos elementales de un lápiz o unas pocas palabras desprovistas de todo relleno o adorno posible. Por esa osadía, dos terroristas templarios de una de las sectas islámicas los asesinaron.

Estando y sintiéndonos lejos de los poderes, conservamos casi intactas nuestra humana habilidad de sonreír y de reír a boca llena. Quienes creen que son muy poderosos -porque lo son o tienen la ilusión de ser- sonríen y ríen de vez en cuando y únicamente en privado.

Acostumbrados al cortesano halago de sus súbditos, clientes o aliados, han perdido la capacidad de mirar la realidad de cerca, creen que están siempre vestidos con el tul más suave y perfecto creado únicamente para ellos por los mejores modistos de la tierra, y pareciera que perdieron el sentido del humor que alguna vez tuvieron.

Por eso, poder y humor no van juntos, se oponen. Desde el poder no hay tiempo para mirar y conocer a los de abajo; los de abajo si tienen la paciencia para observar a los poderosos y reírse de ellos.

En los tres grandes libros de las religiones monoteístas -judía, cristiana e islámica- se habla de dioses poderosos que hacen lo que quieren, que castigan, no perdonan, y matan. Es cierto también que en otros momentos, algunos de esos dioses parecen amorosos, perdonan y premian con la felicidad eterna a quienes tienen la suprema virtud de obedecer.

Burlarse de los hombres que creen representar a los dioses en la tierra es considerado como un gravísimo pecado que no tiene perdón porque en la ortodoxia de los llamados hijos de Dios no hay lugar para el humor y porque los fundamentalistas templarios cristianos, judíos o islámicos están dispuestos a matar y matan. Fue lo que ocurrió en Paris con los periodistas de Charlie Hebdó.

El drama francés de hoy es que las víctimas son francesas y también franceses los victimarios que en nombre de su fe islámica hicieron justicia con sus propias manos. Coexisten en territorio francés cerca de seis millones de migrantes del mundo árabe en general y gran parte de ellos tiene la carta de ciudadanía.

¿Cómo evitar que la sociedad francesa deje de producir templarios islámicos como los que mataron a los periodistas de Charlie Hebdó?, ¿qué podrá hacer el pueblo francés para impedir que su Estado-gobierno siga acompañando al ejército norteamericano en su cruzada petrolera por el mundo árabe con el pretexto de llevarle la democracia? La democracia se conquista desde abajo, no se impone con fusiles, ni bombardeando escuelas y hospitales. Ese es otro terrorismo del que no se quiere hablar o se dice muy poco.

http://diariouno.pe/columna/religion-poder-humor-y-muerte/

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