12 años de la entrega del informe CVR

Salomón Lerner Febres


A doce años de finalizado el trabajo de la CVR, he invitado a escribir en esta ocasión a Félix Reátegui Carrillo, quien fuera diligente colega dentro de ella como secretario del pleno de comisionados y activo participante en la edición del resumen del Informe Final “Hatun Willakuy”.

Doce años de verdad

La conmemoración del aniversario de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación se ha convertido ya en una tradición, al menos entre el movimiento de derechos humanos y aquellos que se interesan por el perfeccionamiento de nuestra democracia. Es de agradecer a esos sectores, donde se incluye en primer lugar a los grupos de víctimas, el haber tomado a su cargo una tarea muy difícil en el Perú de hoy: la de mantener en alto una bandera de reclamo moral, de exhortación ética, en un país en el que la política aparece como muy lejana de toda orientación de valor y de toda preocupación cívica.

Es así, en efecto, como se puede procurar la mejora de una democracia: mediante la demanda persistente, tenaz y muchas veces sacrificada del respeto a valores fundamentales, como los de los derechos humanos, a pesar de la indiferencia de la sociedad más amplia y de la franca hostilidad de las elites y de las organizaciones políticas.

Por el ello, el duodécimo aniversario de presentación de aquel informe no puede menos que ser una oportunidad de reafirmación de esas convicciones, que debería atañer a todos los peruanos y no solamente a los directamente afectados por la violencia armada sufrida por el país en las décadas de 1980 y 1990.

En efecto, lo que el Informe Final de la CVR presentó al cabo de las investigaciones fue, en primer lugar, una documentación de las graves y masivas violaciones de derechos humanos que habían cometido las organizaciones subversivas, en primer lugar, y el Estado peruano, en segundo lugar. Pero ese informe no solo es un catálogo de horrores y abusos ni se limita a ser una explicación histórica y social del proceso de violencia experimentado. El informe es también, de una forma muy particular, una invitación a una reflexión exigente sobre los viejos defectos de nuestro Estado, nuestra sociedad y nuestra cultura, y una demanda de regeneración o de restauración de valores perdidos. En el centro de esos valores se encuentra, desde luego, el humanitarismo, esto es, la valoración radical, sin cortapisas, del valor absoluto de la vida, la integridad física y la dignidad de cada uno de nuestros compatriotas, y la deuda de respeto y reconocimiento que tenemos hacia la memoria de aquellos que fueron muertos en aquellos años.

Cuando nos acercamos a un nuevo año electoral esa demanda adquiere una significación particular. Desafortunadamente, desde que la CVR presentó el resultado de sus investigaciones, en el año 2003, es muy poco lo que ha cambiado en el panorama de nuestra vida política. Hoy, como ayer, seguimos viviendo el reino de la improvisación, de la aparición de aventuras políticas efímeras sin mayor compromiso con las tareas de largo plazo de la democracia peruana. Y cuando pensamos en aquellos grupos más antiguos, lo que hallamos es una reducción de la política a una ambición de acumulación de poder y fuertes tendencias a la corrupción.

Mejorar la política demanda, entre muchas cosas, recuperar valores republicanos básicos como el de la responsabilidad y la solidaridad. Por eso el mensaje que la CVR quiso dar al país sigue vigente y se renueva: todavía necesitamos aprender del pasado; nuestro presente nos lo recuerda diariamente.  

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