La luz de los libros

Eduardo González Viaña

¿Usted es el escritor que ha venido a Tacna para presentar la novela “Vallejo en los infiernos”?

La pregunta era normal, pero había algo raro en ella. Quien me la formulaba era un invidente al que acababa de conocer en un centro comercial de nuestra bella ciudad del sur. La única manera de enterarse era la entrevista televisada que la noche anterior me habían hecho sobre el tema.

Pero, ¿cómo me había reconocido el invidente? Me dijo que por la voz. Aunque había nacido ciego en Arequipa, el sentido del oído se le había agudizado para reemplazar con creces al de la vista.

En el sótano de la galería “Solari”, hay un espacio en el que varios terapeutas ciegos ofrecen alivio de los dolores musculares o simple relax a los turistas cansados de tanto “tiendear”, y allí nos conocimos.

Mientras me daba golpes sobre la espalda, Víctor me habló de Vallejo y de Borges e incluso recitó fragmentos de poemas que, según me contó, le habían dado luz a su vida. Su otro autor preferido era Gabriel García Márquez, y se había “leído” casi todas sus obras.

Cuando me dijo que deseaba adquirir mi libro para leerlo cuanto antes, mi extrañeza ya no pudo contenerse, pero antes de que le preguntara cómo hacía para “leer”, me contó que su compañera leía para él, y que cuando ella no podía hacerlo, Víctor disponía en su computadora de un “software” que transforma el texto en voz.

Aunque había nacido ciego en Arequipa, el milagro de la lectura había llegado hasta él, y no había querido abandonarlo.

Por sus palabras, entendí, que para él, un libro era como una puerta hacia la luz. Un libro nos permite iluminar las habitaciones y los tiempos más sombríos. Nos instala en el universo.

Un libro transmite el secreto y la alegría, comunica la amargura y el olvido, celebra la ciencia y la filosofía, difunde la tecnología y la metafísica, recita la sentencia y el poema, transmite la esperanza y la oración, y por fin, proclama zonzos al hombre y a la mujer, o sea inventa el amor. O, como decía San Agustín, cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros.

Mientras conversaba con mi nuevo amigo, pensé en la cantidad de peruanos que aprendieron a leer y que nunca más lo hicieron.

Recordé haber leído hace menos de un mes, un informe según el cual, el Perú encabeza con México una lista de NO LECTORES del continente. Por su parte, el país donde más se lee es Chile. Y se me ocurrió que, en vez de entrenar futbolistas o de comprar tanques, el estado sería de veras fuerte si se difundieran los hábitos de lectura y se pagara mejor a los maestros.

Unas horas más tarde, unas seiscientas personas rebalsaban el auditorio donde presentábamos “Vallejo en los infiernos” editado por la Derrama Magisterial y entonces entendí cuál es el mayor de los objetivos de ese organismo. Además de ser una institución de previsión y seguridad social de los maestros estatales del Perú y de satisfacer las necesidades presentes y futuras de sus afiliados, la Derrama insiste y lucha por hacer que la gente lea.

Al hablar sobre mi libro, la profesora Gabriela Caballero recordó una frase de Santa Teresa: “Lee y conducirás. No leas y serás conducido.”

Y en efecto, allí estaba, en la multitud, mi amigo Víctor. Conducía a todos los personajes que había conocido en la lectura. Conducía los sueños asombrosos de toso los seres humanos. Conducía un mundo.

Le llevé un ejemplar de mi novela y me he comprometido a que también voy a producir audiolibros. Será una manera de agradecer a Víctor y a todos los que como él me recuerdan que la luz de veras existe, y que hay que evitar apagarla.

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