Perú: ¿Es o se hace?
Jerónimo Centurión
La pregunta con la que enfrentaba de manera más frecuente a los fujimoristas durante la década del 2000 era: “¿Usted cree que Alberto Fujimori es corrupto o tonto?”. Me refería, por supuesto, a la descarada corrupción de su familia, de su entorno, de sus ministros y de su íntimo asesor, Vladimiro Montesinos. O Fujimori era un cándido de cuento infantil al no darse cuenta de los niveles históricos de robo que ocurrían a su alrededor o estaba coludido con ellos. No había otra opción. Como era de esperarse, la pregunta nunca obtuvo respuesta, solo propiciaba de manera más o menos abrupta el fin de la entrevista o conversación.
Salvando algunas distancias, algo similar ocurre con Keiko Fujimori y su mano derecha, Joaquín Ramírez. Hace más de un año que la Procuraduría y la fiscalía lo investigan por lavado de activos. Su historia de éxito levanta más de una sospecha, su paso por el Parlamento fue, por decir lo menos, opaco y lamentable. Mucha gente lo vio por primera vez cuando se enfrentó de manera ultraviolenta a un grupo de arequipeños que criticaban a su candidata. Esto obligó a Keiko a disculparse por la mala conducta de sus militantes, liderados por su secretario general, Joaquín Ramírez.
Entonces, cabe preguntarse con urgencia ¿qué vínculo une de manera tan estrecha a Keiko con Ramírez? Ella dice que jamás le preguntó sobre sus llamativos negocios. ¿Es verosímil que Keiko, ex primera dama del Gobierno más corrupto de la historia y con su padre encarcelado por este delito, no sospeche o no tenga ni siquiera curiosidad por conocer los detalles de una persona que pasó de cobrador de combi a millonario? ¿Ni siquiera considerando sus cuantiosos aportes a la campaña ni tampoco cuando cedió una de sus propiedades para que se convierta en el principal local naranja? Su reciente y forzado alejamiento es una mala pantomima.
Al inicio de su campaña, Keiko alejó a fujimoristas históricos como Martha Chávez o Cuculiza para construir un partido donde ella fuese la líder indiscutible. Repitió con insistencia que quien mandaba en su partido era ella y no su padre preso. Y en este caso parece no estar mintiendo, Ramírez es producto de su gestión así como ‘El Doc’ lo fue de la de Alberto. Como dice el viejo refrán, lo que se hereda no se hurta, aunque esto último parezca una peligrosa y vigente ironía.