Perú: Quererse poco para votar por Keiko

César Hildebrandt

Qué poco debemos querernos los peruanos. ¿Cuándo fue que la dignidad huyó de muchos de estos parajes?

¿Cómo empezó esta neblina en la que todo parece borroso y da lo mismo ser ladrón que honrado?

Quizá empezó en nuestra interrumpida teocracia inca, cuando los españoles nos impusieron la pólvora y la biblia después de estimular las diferencias que latían en un imperio pegado con babas. ¿Fue esa humillación ancestral tan importante? ¿Venimos de aquel Atahualpa que creyó que sus verdugos eran confiables? ¿Siempre tendremos algo de Atahualpa?

Más tarde tuvimos que pagar el costo de ser uno de los centros engreídos por la corona española. Por eso es que nos tuvieron que independizar extranjeros, a pesar de dos grandes gestos de rebeldía precursora: el de Túpac Amaru II y de Francisco de Zela. «País de oro y esclavos» nos llamó Bólívar. Antes san Martín nos había abandonado horrorizado por nuestra incapacidad para reunirnos.

Fuimos grandes el 2 de mayo de 1866 y repulsivamente ínfimos en 1879, con las robustas excepciones de Grau, Bolognesi y Cáceres. Pero mientras Cáceres combatía en la sierra, un cajamarquino traidor se aliaba con Chile para matar al líder guerrillero y firmar un tratado que mutilaba al Perú. Y a ese sujeto lo defendían cientos de miles de peruanos con vocación roedora. Y a Piérola, el más nefasto de los payasos, ¡cuánto lo quisieron! Lo quisieron tanto que lo reeligieron presidente. En el Perú la infamia suele ser recompensada.

Lo demás es mugre contemporánea. Impedimos que el Apra llegara al poder cuando el Apra podía cambiar el país. Aceptamos al Apra cuando se perfilaba como lo que llegaría a ser: una organización cleptocrática. La ablandamos hasta que fue lo que queríamos: algo que Manuel Prado, el hijo del fugitivo Mariano Ignacio, podía aceptar como partner. Le hicimos la vida imposible a Fernando Belaunde en los 6o hasta que llegaron los militares que hicieron lo que el reformismo civil no pudo realizar. Y luego nos dedicamos sólo a combatir los excesos del militarismo naserista sin reconocer que algunas de las medidas que tomó eran imprescindibles.

Y entonces llegó el segundo belaundismo, cansado y tenue, y fue el triunfo de la restauración. Después vino el primer alanismo con aires de redención social en el discurso y de patrimonialización del Estado en los hechos. Fue una mezcla de Getu-lio Vargas con Carlos Langberg.

Y entonces llegó lo más puro del mal, la esencia más refinada de la hipocresía. No necesito recordar qué fue el fujimorismo. Lo que sí puedo decir en estas circunstancias es que aquellos eran los tiempos en que Víctor Joy Way, Gilberto Siura y Daniel Espichán fueron importantes voceros del gobierno. Fue el triunfo de la feroz vulgaridad. Fue como si el sueño de alias Tatán se hubiese cumplido. Fue el ripio acumulado de tantos años de republiqueta. Fue la cima de lo peor.

Con el fujimorismo no quedó institución en pie. Un Godzilla que parecía venir de la república apócrifa de Manchukúo se paseó por el Perú barriendo todo lo que habíamos erguido como sustento del estado de derecho y la civilización. Fue el fracaso convertido en monstruosidad.

Y ahora estamos a punto de reivindicar a quienes quisieron matar nuestra alma ciudadana y robaron todo lo que pudieron de las arcas públicas. Estamos a punto de agradecerle a Alberto Fujimori habernos demolido como país con sus universidades de pacotilla, el caos urbano, la venta malbarateada de las empresas públicas, la vocación criminal en sus más vastas expresiones, la corrupción convertida en norma, la cobardía exhibida como virtud, la supresión de los derechos laborales, la prensa chicha, la trata de congresistas, el lupanar del Poder Judicial regido desde el SIN, la violencia como método para solucionar conflictos.

Estamos a punto de redimir a Beto Kouri y de decirle a Vladimiro Montesinos que hizo bien cuando picaba el bolso del erario para entregarle dinero en efectivo a la estudiante universitaria Keiko Fujimori.

Estamos a punto de la coprofagia. Qué poco debemos querernos.

Publicado en la revista HILDEBRANDT EN SUS TRECE del 27-05-2016

http://www.hildebrandtensustrece.com/index.html

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