Perú: El indulto y una caja de huesos

Eduardo González Viaña

Van a matar otra vez a mi hijo! ¡No, por favor!, sollozó Raida Cóndor cuando le dijeron que iban a indultar al culpable de la tortura, el asesinato y la incineración de su hijo, la de otros ocho compañeros de estudios y la de un profesor en la Universidad de La Cantuta.

En julio de 1992, apenas se enteró de que su hijo había sido secuestrado por soldados del ejército peruano, lo buscó en las comisarías, en los cuarteles y en los hospitales. “Por aquí no ha pasado” -“Ya le avisaremos cuando aparezca”- le dijeron.

El muchacho no estaba ni vivo ni muerto. Era uno de los miles de desaparecidos durante la dictadura. De la mayoría de ellos no se ha vuelto a saber, y sus familiares no han tenido ni siquiera el consuelo de enterrarlos.

Algunas semanas después, Raida tuvo la primera “noticia oficial” acerca de Armando. Una voz gangosa que mezclaba el castellano con acentos asiáticos se acercó a la televisión para anunciar que los jóvenes de La Cantuta no habían sido apresados ni muertos. Por el contrario, estaban vivos y se habían ido a juntar con las huestes de Sendero Luminoso, según el que hablaba, el entonces presidente Alberto Fujimori.

Con una sonrisa perversa, Fujimori mataba cualquier esperanza de Raida. Si decenas de personas habían presenciado el secuestro por parte de las tropas acantonadas en la universidad y ahora el presidente soltaba esa mentira tan evidente, todo le indicaba que su hijo estaba muerto.

El luto continuó. En abril y mayo del 93, un grupo de oficiales valientes y por fin el general Humberto Robles Espinoza –quien tuvo que exiliarse- denunciaron el crimen. Bajo presión de la prensa internacional, el caso llegó a los tribunales. Pero allí, también, el miedo que inspiraba aquella dictadura infernal, hizo que los magistrados pasaran el caso al fuero militar donde por fin se dictó sentencia en 1994.

¿Terminaría allí el luto de Raida?… No… En 1995, el Congreso manipulado por Fujimori aprobó una Ley 26749 “de Amnistía” que devolvía la libertad a los ejecutores de la masacre entre otros centenares de asesinos pertenecientes a las Fuerzas Armadas.

El resto de la historia es muy cercano como para olvidarlo. Fujimori se refugió en Japón. Después, su primaria inteligencia lo hizo dirigirse a Chile. Por fin, fue extraditado, juzgado y condenado en 2010 a 25 años de prisión por sus bestiales crímenes contra la humanidad.

Quizás en esos momentos Raida descansó de su dolor. Quizás dejó de pensar en la caja de huesos que le habían devuelto y prefirió recordar al joven que se pasaba el fin de semana jugando con los perritos y que soñaba con ser maestro o sacerdote. O tal vez violinista.

En estos días, sus heridas se han abierto otra vez.

Raida ha leído que el indulto será anunciado cualquiera de estas noches.

Debe de ser una especulación de la prensa. El indulto del que se habla sería un arreglo contrario a la decencia y a la ética y además un desatino puesto que el gobierno -además de la condena internacional- no ganaría el acercamiento sino el desprecio de la jefa del fujimorismo, quien ni siquiera se lo ha pedido.

Respeto al presidente, y no creo que cometerá ese error. Si lo hiciera, sollozaría Raida Cóndor y recordaría la caja de huesos que le entregaron en vez de su amado hijo. Ese sería para siempre el recuerdo de este régimen.

http://diariouno.pe/columna/el-indulto-y-una-caja-de-huesos/

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