Estamos en peligro

César Hildebrandt

El fujimorismo tiene vocación de mafia.

Las instituciones de ese linaje no pueden cambiar porque dejarían de existir.

No es que el fujimorismo pueda op­tar. Está condenado a ser violento, avasallador, intolerante porque todos sus presuntos méritos están sostenidos en la nostalgia de haber sido una dictadura populista que creaba clientelas y no ciudadanía y cuyo jefe no era un líder sino un caudillo sin escrúpulos.

Ahora vuelve a oler a los 90. Conozco ese hedor. Es el hervor de la mentira, el miasma de la cons­piración, el colon que dispara calumnias de dejo abogadil.

El fujimorismo vuelve a las andadas. En los 90, a las finales, se encontró frente a frente con la calle y con la prensa indómita. Su jefe se largó con decenas de maletas llenas de sí se sabe qué y renunció, qué cobarde, desde el Japón, el país que sentía suyo. Pero aquí quedó, flotando, su masa bacteriana, la misma que, muchos años antes, se agachó ante el ejército chileno durante la ocupación, la que quiso matar a Cáceres, la que alabó al Leguía poderoso y se alegró con su ruina cuando se moría de un cáncer prostático. La que vivó a Odría a instancias de Beltrán. La que ha vivido en la humillación. La que cree que la indignidad es un gesto de la naturaleza.

Sobre esa base la señora Keiko ha construido un partido que es gemelo de aquellas entidades sucesi­vas fundadas por su padre. Y ese partido ha vuelto a tener éxito.

El fujimorismo ha raptado el Congreso y cree que ha llegado el momento de hacer metástasis. Quiere ahora tumbarse al Tribunal Constitucional, mandar a su casa al Fiscal de la Nación, obligar al presiden­te a someterse a una reunión de pandilleros cuyo propósito ulterior es que haga renuncia del cargo.

La ventaja del fujimorismo es que ahora no están ni la calle ni la prensa indócil para enfrentársele. La calle es un atasco de humos y la prensa escrita, radial y televisiva, con breves excepciones, es una de esas señoras que ahora se llaman trabajadoras sexuales.

¿Quién para al fujimorismo, quién nos libra de esta nueva septicemia?

Podría ser el presidente. Pero el presidente es una persona extraña. Parece no tener idea de su responsabilidad ni de lo que personifica.

El otro día, por ejemplo, el presidente ha tenido un altercado con su primera ministra, Mercedes Aráoz. Ocurrió cuando ella les reprochó a algunos asesores palaciegos, en presencia del primer man­datario, que no cuidasen la figura presidencial. Se refería a la desastrosa entrevista concedida en un avión a la periodista Pamela Vértiz, diálogo en el que fue notorio que PPK tiene cosas que ocultar en el asunto Odebrecht, capítulo Interoceánica.

A raíz de la pelea, el presidente y su jefa de gabi­nete han dejado de hablarse cordialmente y al es­cribir estas líneas no estoy seguro si esas relaciones han sido restablecidas.

Es frente a este gobierno catatónico, y ahora desgarrado, que el fujimorismo ha emprendido su guerra relámpago. Quiere imponer su voluntad, claro, pero también se propone castigar a quienes se han atrevido a enfrentarlo investigando a su lideresa y a personajes como Joaquín Ramírez, el tenebroso financista de la emperatriz.

Frente a esta embestida anticonstitucional, ¿qué hacer?

¿Le pedimos a un presidente con rabo de paja que se enfrente al hampa?

¿Le pedimos a la primera ministra que se lance en contra de quienes, como los apristas (aliados del fujimorismo), son sus amigos?

¿Le pedimos al gabinete de tecnócratas egoístas y negociantes que se pronuncien en favor del Estado de Derecho?

Estamos en peligro. Demos señas de estar vi­vos. Si la política está tan malograda que acepta el golpismo fujimorista como un puerto inexorable, desatemos la tormenta perfecta para impedirlo. Que la sociedad civil haga lo suyo. Que los jóvenes cumplan su papel. Que la izquierda recuerde que existe para algo más que para disputarse futuras sinecuras. Y que el periodismo no atado a los po­deres fácticos luche todo lo que puede.

El fujimorismo perdió las elecciones. No puede pretender gobernar. PPK ganó las elecciones. No puede aspirar a seguir pasándola de tonto.

El hedor de los 90 ha vuelto. Es, como en la no­vela de Conrad y en la recreación de Ford Coppola que llevó a la pantalla “El corazón de las tinieblas”, un olor a pesadilla y a malaria.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 372, 10/XI/2017 p. 12

http://www.hildebrandtensustrece.com/

https://www.facebook.com/semanariohildebrandtensustrece

Responder a Anónimo Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*