A mí que no me vengan

César Hildebrandt

Que no me vengan a decir que la “ley mordaza” callará a la prensa libre.

¿Qué tiene que ver la libertad con la mamadera estatal?

Sé que el proyecto de Mulder tie­ne un oscuro origen. Sé que viene de la venganza de la señora dos veces derrotada y del lodo alanista.

La madame Mao del fujimorismo está convencida de que la prensa fue un factor de que la elección del 2016 le fuera esquiva en las últimas 72 horas. Y tiene razón: ¡la prensa decente hizo su trabajo y sus hi­pocresías quedaron al descubierto! Ahora, ante la exhibición de su Con­greso y sus actitudes de matona de barrio, todos se han dado cuenta del favor que al Perú le hizo la prensa no contaminada. ¿Se imaginan una Chiang Ching criolla con el Congre­so en sus faldas y el Ejecutivo en el bolsillo? ¿Se imaginan?

El señor García también está con­vencido de que la prensa ha hecho mucho en construir su imagen de corrupto sin tregua. Y tiene razón. Los periodistas que supieron de sus primeras andanzas con la plata de la campaña de 1985, las recauda­ciones del primer gobierno, los ne­gocios del dólar MUC, su alianza aérea con Zanatti, las exigencias a los italianos del tren eléctrico, las triangulaciones de los Mirage, la vastedad de su riqueza inexplicable, los periodistas que biografiaron su ascenso social y que más tarde fue­ron testigos de sus prescripciones y ardides legales han (hemos) contri­buido decisivamente en arrebatarle la máscara de político y obtener su verdadero rostro de tramposo.

Pero el origen de ese proyecto no invalida su contenido. Digamos que nuestra madame Mao y nuestro Berlusconi han encontrado el pre­texto perfecto para consumar una revancha que imaginaron desde hace mucho tiempo.

A mí que no me vengan a decir que la propaganda inútil del gobierno, desplegada gracias a miles de millones de soles aportados por los contribuyentes, es “imprescindible” para la marcha de la comunicación con la población y hasta para el fun­cionamiento de la democracia.

El señor Humala, que ya sabe­mos que sumó a su papel de advenedizo de la derecha el de títere financiero de Odebrecht, gastó 881 millones de soles en publici­dad estatal durante sus cinco grises años de gobierno.

Eso significa que el señor Humala ne­cesitó 14’683,333 soles mensuales para enterar a la población de sus “logros”. Eso su­pone 489,000 so­les cada 24 horas en gastos propa­gandísticos. ¿Qué necesidad tenía el señor Humala de invertir tanto dinero público en dar cuenta de su gestión? Ninguna. Bueno, ningu­na excepto una: congraciarse con ciertos medios “importantes” para obtener el trato benévolo y aceitado que buscaba. Y lo logró.

La prensa concentrada del grupo “El Comercio” obtuvo sus últimas utilidades, como lo demostró una nota de Eloy Marchán en este sema­nario, por los ingresos publicitarios del gobierno. Y el señor Kuczynski, que estuvo en la presidencia duran­te un año, siete meses y 21 días, se dio el lujo de fabricar avisaje estatal para sus medios preferidos por un valor de 350 millones de soles. O sea, 583,000 soles diarios. ¿Para comunicar qué? ¿Para decirnos cuánto? ¿Acaso para decir la verdad sobre sus enjuagues persona­les?

Es una farsa grotesca decir que la publicidad es­tatal tiene que ver con la libertad de prensa. ¿Se imagi­nan a Émile Zola pidiéndola para “L’Aurore”, en cu­yas páginas formu­ló su inmortal “J’ accuse” en defensa del judío Dreyfus? ¿Podemos concebir que Ben Bradlee la solicitara para “The Washington Post”? ¿Necesitó “El País” de la primera época, antes de que fuera botín de banqueros y memoria de silencios, de la plata del gobierno central o de las auto­nomías españolas?

A mí que no me vengan.

Dicen que unas radios provin­cianas y heroicas se van a morir sin publicidad del Estado. No de­ben ser muy heroicas si su sobrevivencia depende de la vía láctea gubernamental. Y en todo caso, la pregunta es muy sencilla: ¿cuánto de independiente puede ser un me­dio que respira y sobrevive gracias al Estado?

Muchos medios han olvidado a los lectores. Y viven o de la CONFIEP o de la teta romana del go­bierno de turno. O de las dos. Ya no importa cuánto circulan, qué in­fluencia ejercen, qué rol cumplen. El asunto es asegurar el balance con la plata de la publicidad. Sus textos son intervalos entre anuncios explí­citos y publis apenas encubiertos.

Antes, cuando el periodismo va­lía la pena, la meta de este oficio era enterarse de la verdad y contársela al público. Y el público respondía escogiendo ese medio y financián­dolo indirectamente.

Ese es el caso de este modesto semanario, al que ni la CONFIEP ni el Estado han querido apuntalar con sus frondosos avisajes. No nos interesa. Existimos por nuestros lectores. El día que ellos se can­sen de nosotros -espero que eso no ocurra- cerraremos. Prefiero mil veces desaparecer una vez más y no andar por allí mendigando partidas del presupuesto o sobras del “gran empresariado”.

A mí que no me vengan.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 403, 29/06/2018

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