Historia de Máncora, Pariñas y La Brea

Héctor Béjar

Cuando un grupo de comandos dirigido por el coronel Rafael Hoyos Rubio ingresó a Palacio de Gobierno en la madrugada del 3 de octubre de 1968, culminaba una historia de tensión entre el gobierno de Belaunde y las Fuerzas Armadas, pero también una larga sucesión de trampas y estafas contra el Perú que venía desde el siglo XIX.

Cuando Belaunde fue elegido en 1963, los militares esperaban que el arquitecto realizara urgentes reformas, pero éste dilataba los tiempos y estaba preso del cerco oligárquico tendido por el odriísmo y el Apra.

El caso de la página once encendió el acelerador de la intervención militar.

MÁNCORA, PARIÑAS Y LA BREA

José de Lama, allá por 1850, dejó la hacienda Pariñas a su esposa Luisa Farfán de los Godos, la hacienda Máncora a su hijo Diego y La Brea a su hija Josefa Lama.

Luisa, la esposa, murió en 1857, y su hija Josefa recibió la hacienda Pariñas. La hija era alcohólica, no se casó, vivía solitaria en su casa hacienda cerca de Amotape. tenía un pariente y amante: Juan Genaro Helguero.

El otro hijo de José, Diego Lama Farfán de los Godos, tuvo muchas mujeres y 13 hijos.

Había en la hacienda filtraciones de brea a las que no se daba importancia porque la riqueza de la hacienda era el ganado. La brea se usaba para alumbrar con mecheros o calafatear embarcaciones.

Cuando en Pensilvania, Estados Unidos, se descubrió las cualidades del llamado “aceite de piedra”, la fiebre del petróleo empezó a reemplazar a la fiebre del oro. Se inventó técnicas de perforación para extraer el oro negro del subsuelo.

Diego Lama, el dueño de Máncora, y el cónsul inglés Rudens, con un informe favorable de Antonio Raimondi y otros geólogos, formaron una empresa. El ingeniero francés Ferrier empezó a abrir zanjas, y envió muestras del petróleo peruano que fueron analizadas en Estados Unidos e Inglaterra.

En noviembre de 1863 brotó el petróleo.

DESDE EL SIGLO XIX

Lama y Rudens se asociaron en 1864 con el norteamericano Larkin, representante de un grupo de capitalistas norteamericanos y formaron la Peruvian Petroleum Company, que adquirió equipos para perforar cuatro pozos más.

Diego Lama le arrendó la hacienda Máncora a la nueva empresa por 10,000 libras peruanas, pero murió sin dejar testamento y con 13 hijos tenidos en madres distintas. Rudens y Larkin empezaron a pelearse.

Mientras tanto, también se hicieron perforaciones en la otra hacienda: La Brea, de Josefa Lama.

La solitaria Josefa Lama murió en 1872, el año en que Manuel Pardo asumía la presidencia del Perú.

Entonces Genaro Helguero, uno de los seis hijos de Juan Genaro, logró comprar acciones y reunió en su persona las dos haciendas: La Brea y Pariñas.

El 28 de abril de 1873 se dio la Ley de Pertenencias para que las minas de carbón y petróleo sean medidas y paguen impuestos. Manuel Pardo necesitaba dinero porque el Perú estaba próximo a la quiebra. Vino la guerra con Chile.

Durante la guerra con Chile, en 1880, Helguero entró en tratos con los capitalistas ingleses.

LA FALSA MEDICIÓN

Pasó la guerra y Cáceres estaba en la presidencia. En 1888, el juez de Paita, por disposición de Andrés Avelino Cáceres y aplicando la ley de Pardo, constató la existencia de 10 pertenencias (cada una equivalente a 10 mil metros cuadrados) que fueron inscritas por orden del gobierno en el Padrón de Minas de Lima. Los posesionarios debían pagar 30 soles por cada pertenencia, como impuesto. Era un área muy pequeña, apenas 10 cuadras urbanas por lado. Obvio que los propietarios estaban tratando de engañar al Estado.

Después se descubrió que el terreno tenía miles de pertenencias más. El juez que midió era empleado de Helguero. Había sido una viveza de Helguero. Fue la primera pillería.

No solo eso. Antes de las mediciones del juez de Paita, Helguero vendió sus posesiones al norteamericano radicado en Inglaterra Herbert Tweddle en 18.000 libras esterlinas. El gobierno aprobó la operación sobre la base de una medición falsa. Segunda pillería.

MÁS ABUSOS

Un año después, en 1889, Tweddle se asoció con el inglés William Keswick y formaron en Londres la London Pacific Petroleum Co.’’. El 24 de enero de 1890 ambos dieron en arrendamiento por 99 años (es decir vendieron por casi un siglo) a la London Pacific las propiedades de La Brea y Pariñas. Ese mismo año, Keswick adquirió los derechos de su socio quedando como único dueño de la London Pacific. ¡Y perforaron 700 pozos! Tercera pillería.

Llegó el siglo XX. En 1911, el ingeniero Ricardo A. Deustua denunció que la London Pacific explotaba más pertenencias que las reconocidas por el juez de Paita y el gobierno en 1888.

El Ministro de Fomento encomendó a los ingenieros Héctor Boza y Alberto Jochamowitz una nueva medición.

Los prepotentes ingleses que ya se habían apropiado de los yacimientos, se indignaron y ordenaron a la población negarles toda ayuda a los ingenieros peruanos, incluso comida y agua. Ya mandaban en el lugar.

A pesar de todo, los ingenieros lograron establecer que la mina no tenía 10 sino ¡nada menos que 41,614 pertenencias!

CÓMO APARECIÓ LA IPC

El 15 de marzo de 1915, el general Óscar Benavides, durante su primer gobierno, mandó inscribir “La Brea” en el Padrón General de Minas, y obligó al dueño al pago del verdadero número de pertenencias por S/. 1´248,420 al año y no los S/.300 que pagaba.

La London Pacific Petroleum se negó a pagar y en 1914, vendió sus derechos de arrendamiento a la International Petroleum Company (IPC).

Pasó el primer gobierno de Benavides y llegó José Pardo a su segunda presidencia (1915-1919). El 26 de diciembre de 1918 el Congreso civilista aprobó la Ley Nº 3106, que autorizaba al Estado a despojarse de su soberanía y someter el problema que era interno a un arbitraje internacional. La IPC hizo intervenir en su favor a los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos.

EL VERGONZOSO “LAUDO” QUE NO ERA LAUDO.

Hubo crisis en el civilismo y Leguía llegó al poder. Era más entreguista que Pardo y estaba financiado por los Estados Unidos. En 1919 Leguía no quiso cumplir con la ley que obligaba a un arbitraje internacional y llegó a un acuerdo con los petroleros que fue firmado el 2 de marzo de 1922, por el canciller peruano Alberto Salomón y el representante inglés A. C. Grant Duff.

El convenio fue presentado al Tribunal Arbitral, formado en París por el presidente de la Corte Federal Suiza y los representantes del gobierno peruano e inglés.

El 24 de abril de 1922 estos personajes aprobaron el Convenio Transaccional al que otorgaron el carácter de Laudo. Era un laudo falso porque no había sido resultado de una mediación sino del entreguismo peruano que aceptó todo lo que pedían los norteamericanos e ingleses.

El “laudo” decía que la propiedad “La Brea y Pariñas” abarcaba el suelo y subsuelo. Los propietarios abonarían canon durante 50 años y un impuesto de exportación durante 20 años.

SUMISIÓN

Pagarían por las contribuciones devengadas un millón de pesos y se establecía un régimen de excepción tributaria. Era un precedente de sumisión a los intereses estadounidenses y, además, nada de eso fue cumplido.

La IPC cerró sus campos, prohibió el acceso a los peruanos y estableció un Estado dentro de otro Estado. Izó en su territorio la bandera de las franjas y las estrellas.

Aplicó la discriminación racial existente en los Estados Unidos. Un régimen para los ejecutivos y técnicos norteamericanos y otro para los empleados peruanos.

Todavía en 1968, antes de la expropiación, la piscina exclusiva para los ingenieros norteamericanos tenía carteles que decían: No Nurses, No Dogs (no sirvientas, no perros).

HISTORIA DE SANGRE

En 1945, en complicidad con el Apra, la IPC avanzó y quiso apropiarse de toda la provincia de Sechura. El Contrato de Sechura fue uno de los motivos que causaron la debacle del gobierno de Bustamante en 1948.

Francisco Graña Garland, joven industrial, director del diario La Prensa y firme opositor al contrato, fue asesinado en 1947 y nunca se pudo descubrir a los verdaderos autores. Alfredo Tello Salavarría y Héctor Pretell fueron acusados del asesinato pero en el juicio no se pudo demostrar su culpabilidad de manera convincente.

Los verdaderos asesinos quedaron en las sombras hasta hoy. Lo sospechoso es que con la muerte de Graña, La Prensa abandonó su línea nacionalista y pasó a servir los intereses de la Sociedad Nacional Agraria, cómplice de las mineras y petroleras norteamericanas, y fue un vocero de la IPC.

Como en otros países, la historia del petróleo en el Perú se teñía de sangre, intrigas, corrupción, fraudes y asesinatos.

La dignidad nacional sería reivindicada recién cuando, el 9 de octubre de 1968, las Fuerzas Armadas ingresaron a los hasta entonces intocables campos de Talara.

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