Carta sin fianza

César Hildebrandt

Lima, 23 de noviembre del 2018

Alan García Pérez

Señor:

Ha demostrado usted que se parece mucho a aquel Pedro Fernández Barchilón que, condenado a muerte por ser secuaz de la rebelión de Gonzalo Pizarro, tembló tanto, lloró tanto, se des­mayó tanto, gimió tanto, que fue perdonado por La Gasca y resultó condenado a servir en las galeras y sin sueldo; años después sería un enfermero piadoso en Huamanga y fue tan benévolo su proceder que a los cuidadores de enfermos que tenían la gracia de la compasión se les empezó a llamar “barchilones”.

Se creyó usted valiente, señor, cuando dio la orden que acabó con decenas de terroristas rendidos en El Frontón, ese mandato que fue cumplido tan escrupulosamente por marinos que habrían avergonzado a Miguel Grau. Dio la impresión de tener una cruel entereza al dar esa misma orden exterminadora dirigida a los penales de Lurigancho y Santa Bárbara.

Se había sentido usted valiente cuando, ante una matanza masiva cometida en Ayacucho, dijo usted, refiriéndose a esos perpetradores: “O se van ellos o me voy yo”. Y no se fueron ellos ni se fue usted, fatalmente.

Y dio muestras de esa misma clase de valentía cuando estatizó la banca en nombre del progresismo. Digamos que en ese tiempo ignorábamos por completo qué tipo de relación tenía usted con el BCCI, el mañoso banco paquistaní que fue hundido por el peso de su propia mugre. ¿Recuerda cómo fue que usted ordenó que en esas bóvedas se pusiera parte de las divisas de nuestras reservas internacionales? ¡Cómo olvidar un episodio digno del mercader de Venecia!

¿Y recuerda cuando, de puro valiente, usted elogió a los seguidores de Edith Lagos, los más acérrimos enemigos de la democracia que usted, como jefe de estado, decía representar?

¿Fue valiente o sencillamente audaz pedirle dinero a la banda de Bettino Craxi que estaba detrás del tren eléctrico? ¿Fue valiente o temerario recibir dinero en Palacio de manos de Sergio Siragusa, según se relata en la acusación del fiscal Hugo Sivina? ¿Fue valentía lo que lo empujó a escribir ese famoso papel, grafotécnicamente comparado y legitimado, donde usted hablaba de un negocio de un millón de dólares hecho a la sombra de su amigo Alfredo Zanatti, el mismo que le brindó una cuenta personal para recibir una de las coimas del tren eléctrico?

¿Fue usted valiente cuando arrasó con las leyes de la economía y convirtió el Perú en un infierno en el que la inflación competía con las voladuras de torres y los asesinatos de ciudadanos comunes y autoridades?

Seguro que le pareció muy valiente crear siete tipos de dólares para que sus allegados hicieran fortunas con el tráfico de divisas. Y de mucha más enjundia corajuda fue su idea de aterrizar en Luxor para tratar el negocio de la potencial reventa de 14 aviones Mirage, evento en el que participó su amigo Abderramán el Assir, traficante de armas de profesión.

Valiente fue usted cuando le dio al corrupto candidato Alberto Fujimori -prontuariado en la Universidad Agraria, detectado evasor de impuestos- toda la ayuda de los servicios de inteligencia -incluyendo las interceptaciones telefónicas de Cucharita Díaz- para tenerlo de socio y dócil sucesor en la presidencia. Que el aprendiz del general Tojo, instigado por Montesinos, lo traicionara apenas pudo, es otra cosa. ¿Pero lo traicionó de veras, señor García? ¿No fue gracias al golpe de estado de 1992 que usted pudo aducir que era un perseguido político y esperar, en los exilios dorados y amoblados que tuvo, la soñada prescripción de sus notorios delitos?

Debe haberse sentido usted muy valiente cuando fue investigado por sus secuaces judiciales y sus cumpas fiscales, ¿verdad? Todo terminaba en archivamiento, anulación de procesos, prohibición de continuar investigándolo, argucias de bufete refrendadas por los cuellos blancos. Una pandilla de magis­trados de billeteras chanchas y carnés apristas se encargó formalmente de limpiarlo, señor. Y eso es lo que usted argumenta ahora: que un inferior de aquellos fiscales que bebían en su casa, se atreva a cuestionar su inexistente honestidad.

A usted no lo persigue la conciencia, que en su caso es entidad hace mucho tiempo difunta. A usted lo conduce el miedo. Y su temor fundamental es que por fin sepamos a qué tipo de crímenes deberemos referimos, de aquí hacia delante, cuando hablemos de las adendas, los apuros, los privilegios y los decretos de urgencia que su segundo gobierno expidió cuando de los proyectos de algunas empresas brasileñas y españolas se trataba.

¿Cree usted que si Uruguay le da el asilo la gente pensará que usted tenía razón? ¿Cree que alguien puede suponer que usted es un perseguido político? ¿Cree que alguien puede tragarse el cuento de que Vizcarra es un protodictador que quiere acapararlo todo? No, señor García: quienes quisieron dar un golpe de estado silencioso y dejar al Ejecutivo como un inútil decorado fueron los congresistas de Fuerza Popular y del Apra, aliados amantísimos cuando de blindar corruptos se trata. Ese es el blindaje que empieza a terminarse. Ese es el origen del pánico.

¿Cómo va usted a decirle al gobierno de Uruguay que sus enemigos lo persiguen y que la democracia peruana padece de una viciosa concentración de poder cuando el mismísimo Fiscal de la Nación -su amigo, señor García, el señor Chávany- ha dicho que el presidente Vizcarra está sometido a decenas de investigaciones? ¿Cómo es que una dictadura permite que el Fiscal de la Nación se jacte de abrirle múltiples procesos al presunto dictador?

Es usted un humorista involuntario, señor García. Confía usted que su amigo Tabaré Vázquez le conceda el asilo. Muchos confiamos en que no lo hará. Muchos pensamos que hay entre usted y Vázquez diferencias que pueden hacer reflexionar al presidente uruguayo.

Vázquez sigue siendo un socialista moderado. Usted está a la derecha de María Delgado de Odría. Vázquez luchó por el respeto a los derechos humanos. Usted los violó sistemáticamente. Vázquez es un oncólogo a quien la práctica médica le ha dado una sensibilidad social especial. Usted es un experto en bienes raíces interesado en seguir acrecentando su fortuna.

Por último, Vázquez no es un ladrón.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 422 23/11/2018 p 8

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