2020

César Hildebrandt

Año canalla.

Año que fabricamos a lo largo de todo este tiempo combatiendo a la naturaleza, creyéndonos los amos del universo, reordenando cauces, rectificando océanos con islas de plástico, tragándonos el bestiario entero, condenándonos a estas ciudades que nos sacan el alma.

Año muerto que la muerte amará para siempre, que el miedo entiende como suyo.

Año en que de algún modo nos desparejamos y sentimos al otro más distante que nunca.

Año que nos permitió saber de nuevo lo frágiles que somos, lo deleznable de nuestro esqueleto, el blanco inmóvil que somos para tanto bicho.

Año de vanidades rodadas por el suelo, de grandezas en trance de angustia, de imperios asustados y liderazgos estupefactos.

Año de desnudeces nacionales que nos hizo saber que estábamos pagando, los peruanos, le enésima “prosperidad falaz” de nuestra historia. ¿Los clasemedieros que marchaban a la OCDE cantando “Contigo Perú” no teníamos camas UCI suficientes, mascarillas como dios manda, hospitales como hubiéramos debido? Sí, pues, que así sea.

Año de la globalización del terror y de la reconstrucción de los nacionalismos erizados. Qué risa. De pronto, empujados por el virus, los gobiernos recordaron que tenían fronteras, desconfianzas, xenofobias, aduanas y visados.

Año de nuevas miserias porque vamos a vivir la crisis económica más importante desde que empezaron los registros. Estados Unidos ha perdido el 5% de su PBI en el primer trimestre de este 2020 malhadado y el ciclo de expansión mundial más prolongado de la historia ha terminado.

Año de cadáveres achicharrados y morgues con demasías y mucho duelo. En el país que deshonra Trump han tenido un once de setiembre casi cada 24 horas y así han sobrepasado, en poco más de un mes, los muertos que dejaron en Vietman durante doce años de conflicto.

Año de gente enmascarada que sale a hacer compras. Año de silencios nocturnos, de aves que vuelven, de grandes peces que se asoman. Como si el mundo estuviera haciendo el ensayo general para una nueva vida. A veces pienso: como si nos fuera posible cambiar, refundarnos, matar a la bestia que nos fomentaron, al ser humano despreciable que va a los toros y cree que la Tierra es una madre que no exige modales.

Año también de la compasión, del heroísmo de médicos, enfermeras, bomberos, policías y soldados. ¡Si todas las guerras se libraran así!

Año que sirvió para demostrarnos que el mundo en el que vivimos es una variante depravada del capitalismo, un culto a la codicia, una dictadura de la imbecilidad. Tenemos por eso que reivindicar el espíritu crítico y tirar por la borda los evangelios del neoliberalismo, la Torá del monetarismo, el Corán de la ortodoxia que bajó de Mont Pelerin, las paparruchadas de nuestros virreyes friedmanistas.

Año decisivo, sin precedentes. Año histórico de familias reunidas a la fuerza, de infiernos domésticos, de fatigosas tolerancias y reconocimientos que no pensábamos admitir.

Año de libros leídos, releídos, ojeados, recorridos en diagonal, amados nuevamente. Año de empacharse de cine por internet y ver algunas de las películas que no pudimos ver porque no vamos al cine desde que las salas se llenaron de gente que mastica como podría hacerlo algún mara y se ríe cuando menos conviene.

Año de tiempos lentos, de decisiones que se rumian pero no se toman, de promesas que no habremos de cumplir.

Año de cielos despejados y calles vacías. Como si Lima volviera a ser la ciudad plácida y viable que fue en mi infancia.

Año sorprendente en el que la televisión local se mostró como es: mísera, burra, cargada de aspavientos. Y donde los diarios, en general, mostraron su cara de agonía, su renuncia a luchar contra la ola virtual.

Año de conferencias presidenciales en las que el señor Vizcarra parecía estar contándonos siempre el mismo cuento del desafío que ganaremos si es que seguimos encerrados. Mientras tanto, de los muertos no registrados, de las carencias de las pruebas rápidas, de las trampas sin licitación, del verdadero número de camas de emergencia, no se habla de veras en esas sesiones de propaganda.

Año de descubrimientos. Nos enteramos, de pronto, que todos nuestros adelantos científicos y tecnológicos son claramente inferiores frente a los dones malignos de un virus que te mata con un surtido de métodos: el ataque directo a los pulmones, la tormenta de citoquinas, los coágulos de la circulación periférica, la devastación renal. Nos enteramos también que Europa no era lo que parecía y que en Italia, por ejemplo, la verdad de la milanesa mostraba un calzón parchado y un grado patético de tercermundismo.

Año en que los viejos nos enteramos que éramos carne de cañón en la puerta de clínicas y hospitales y que, de tener que elegir, estaríamos al final de la cola a la hora de las entubaciones. Regresamos entonces a los hábitos de aquellas viejas tribus que se deshacían de sus mayores por ser una carga a la hora de migrar. Enhorabuena. Las tribus cansan.

Año incomparable.

Fuente: “Hildebrandt en sus trece” No. 487 del 01/05/2020 p11
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