Las nuevas formas de violencia contra las mujeres

Teresa C. Ulloa Ziáurriz

Leíamos la semana pasada un artículo en Tribuna Feminista sobre los Pinchazos y que las que los sufren en distintos espacios públicos son las mujeres, práctica que se ha extendido rápidamente por Europa.

En México y otros países latinoamericanos hace tiempo que se viene registrando esta forma de violencia que tanto en Europa toda y Latinoamérica, coincidimos, no tiene otro propósito que limitar nuestro acceso a los espacios públicos que nos ha costado tanto ganar, generarnos miedo y que nos encerremos en el espacio privado. Una práctica misógina y patriarcal.

En México, sus mujeres viven todos los días el más terrible genocidio porque es sistemático y generalizado, por el sólo hecho de ser mujeres, y así tenemos 11 feminicidios diarios de mujer y 7 de niñas, una violación de una mujer o una niña cada 4 horas, 17 niñas y adolescentes desaparecidas cada día y miles y miles de actos de violencia familiar, con un nivel de impunidad del 99% y una Suprema Corte Superior de Justicia que recibe reconocimientos por su trabajo de género, pero que su Presidente y demás Ministras y Ministros promueven los vientres de alquiler, la niñez trans y el Presidente Arturo Zaldívar Lelo de la Rea, promueve una Ley contra el Feminicidio, sin facultades para hacerlo, donde define Mujer como “cualquier persona de cualquier edad, del sexo femenino o que se auto perciba como mujer”, obviamente quiere jugar y quedar bien con todas y todes, y por eso cae en términos que no son compatibles, y me refiero a reconocer los derechos de las mujeres en base al sexo versus la autopercepción.

A este desalentador panorama, tenemos que agregar la violencia digital, la violencia política contra las mujeres, que son las últimas modificaciones legales que se han registrado en la Ley General para Garantizar a todas las Mujeres una Vida Libre de Violencia y el Código Penal Federal.

Hasta el momento no hemos logrado que se incluya la trata y todas las modalidades de explotación contra las mujeres, especialmente la explotación de la prostitución y la trata de mujeres, a pesar de que la Convención del 49, la CEDAW y el Protocolo de Palermo, todos instrumentos internacionales ratificados por México obligan a nuestro país a erradicar estas conductas.

Además, hoy también enfrentamos un fenómeno que va creciendo inexorablemente ante la impunidad y la falta de compromiso de las autoridades de los tres poderes y de los tres niveles de gobierno y me estoy refiriendo a la Violencia Ácida.

Y se le dio este nombre, porque inicialmente se agredía a las mujeres lanzándoles ácido en la cara y en el cuerpo, pero ahora, no sólo les lanzan ácido, sino líquidos inflamables como alcohol, gasolina u otros productos químicos inflamables.

Según los datos que la Universidad Autónoma Metropolitana recabó con activistas y organizaciones especializadas del país, hasta diciembre de 2020 se tiene el reporte de que 20 mujeres han sido atacadas con ácido en México, siendo 2018 el año con el mayor número de ataques, al registrarse siete.

Esta práctica, en el último mes le ha costado la vida a 4 mujeres y una niña en México. Los ataques con ácido y otras sustancias corrosivas y abrasivas se pueden equiparar en menor medida a un feminicidio en grado de tentativa, tanto por la motivación, los bienes jurídicos afectados, la publicidad de los hechos y la evidente misoginia que está de fondo en este tipo de violencia extrema.

Estas agresiones tienen una altísima carga simbólica. Pretenden marcar de por vida. Dejar en el rostro desfigurado y en el cuerpo de la víctima la estampa de su crimen, de sus celos, de su odio. Una huella imborrable y dramática.

El ácido y otras sustancias abrasivas y corrosivas son utilizadas en muchos países como un arma que no solo pretende causar un sufrimiento físico enorme —o, incluso, la muerte—, sino también para imponerle una condena social que la acompañará de por vida. Al mirarse al espejo, al observar las reacciones de los otros. Es la marca de la posesión. Una firma que lastra la vida de las que sobreviven, o lo que queda de ella, de miles de mujeres en todo el mundo. Las cicatrices en su cara, abrasada, las hacen perfectamente reconocibles; pero no existen estadísticas que digan cuántas personas sufren ataques con ácido u otros productos de este tipo en el mundo.

Acid Survivors Trust International (ASTI), una organización especializada que trabaja con Naciones Unidas, calcula que al año se producen al menos 1,500 agresiones a mujeres. La mayoría localizadas en países del sureste de Asia, África subsahariana, India occidental y oriente medio; aunque se contabilizan cada vez más casos en América Latina. Como en Colombia, donde la proliferación de ataques con químicos abrasantes ha llevado a las autoridades a revisar la ley para endurecer las penas contra los agresores que empleen este instrumento de terror. El 90% de los atacantes son hombres; casi siempre conocidos o con alguna relación con la agredida; un patrón común en todos los lugares. Pretenden destruir la vida de la mujer a través de lo que la ONU considera una forma “devastadora” de violencia contra ellas. Estos ataques suceden contra las mujeres porque son mujeres y porque pueden.

Y a pesar de esto, la violencia ácida no ha llegado a las leyes, ni federales, ni locales, en México. Ya el Senado Mexicano aprobó una iniciativa sobre este terrible tipo de violencia, pero duerme el sueño de los justos en la Cámara de Diputados.

Cuando una mujer llega agredida de esta manera a un hospital del sistema de salud, no existen protocolos de atención y seguimiento, ya que representa un gasto muy alto para la rehabilitación de las que logran sobrevivir.

Esta es una forma de violencia con la que el neopatriarcado nos quiere regresar y mantener sumisas y calladitas en el ámbito privado, en nuestras casas, mientras el neopatriarcado avanza, se transforma, así como se transforman las confrontaciones a nivel mundial, la economía, la pandemia, el desempleo, pero, sobre todo, la violencia contra las mujeres y las niñas, la falta de oportunidades, de políticas públicas y de la debida diligencia para garantizar nuestra vida y nuestra seguridad.

Teresa C. Ulloa Ziáurriz. Directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, A.C. (CATWLAC por sus siglas en inglés).

https://tribunafeminista.org/2022/08/las-nuevas-formas-de-violencia-contra-las-mujeres/

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