Bienestar y felicidad (5)


Pablo Quintanilla

Si La conciencia moral va surgiendo y se va desarrollando progresivamente en el niño, siguiendo patrones universales de maduración psicológica y neurológica que, sin embargo, están moldeados por la cultura y por las condiciones de crianza. Algunos de estos patrones universales son las tendencias innatas a la cooperación, equidad y compasión, que se encuentran en los niños desde muy pequeños. Otro rasgo esencial en la conciencia moral es la capacidad empática, es decir, la habilidad para ponerse en el lugar de los otros y así sentir y comprender lo que ellos están experimentando o padeciendo.

Las investigaciones sugieren que, en condiciones normales, el reconocimiento del sufrimiento ajeno produce un sufrimiento propio, lo que activa un comportamiento de cooperación. Esto se da en seres humanos y en otros mamíferos sociales, lo que probaría que tiene un origen evolutivo por ser beneficioso para la supervivencia de estas especies. Sin embargo, en el caso humano, el desarrollo de la capacidad empática es potenciado o entorpecido por las características del entorno, especialmente de los padres o cuidadores cercanos. Por ejemplo, los niños expuestos a personas confiables, previsibles y sensibles al sufrimiento ajeno tienden a ser más empáticos e introspectivos, lo que potencia en ellos su conciencia moral. Por el contrario, los cuidadores arbitrarios, erráticos, irracionales y poco sensibles al sufrimiento ajeno suelen obstaculizar estas habilidades en los niños.

Hay una correlación estadística entre la experiencia subjetiva de la felicidad, el bienestar objetivo, la vida afectiva y el comportamiento moral. En líneas generales, el bienestar suele ser condición para la felicidad, pero no siempre es así y ciertamente este no basta. Al parecer, lo que más afecta la felicidad de las personas son las circunstancias vitales relacionadas con los vínculos afectivos, especialmente con la familia cercana. Hay también una fuerte correlación entre felicidad y comportamiento moral. Las personas que consideran que su vida es valiosa y que tiene una finalidad que le da sentido, independientemente de cuál sea esta, suelen ser más felices que aquellos que no tienen valores claros, sean estos cuales fueren.

Como la experiencia de la felicidad está muy relacionada con la capacidad para mantener buenos vínculos afectivos (en profundidad, calidad y tiempo) y con la conciencia moral, y dado que la empatía es imprescindible para ambas cosas, la habilidad empática es esencial para la felicidad. Pero el desarrollo empático solo es posible si el entorno lo facilita, logrando interiorizar en uno, desde la infancia, que la vida y los sentimientos de las personas son un fin en sí mismo. Es muy difícil ser feliz si uno está rodeado de gente infeliz, sobre todo si uno tiene conciencia de que no está haciendo nada para modificar en algo la infelicidad de esas personas.

http://diario16.pe/columnista/32/pablo-quintanilla/2286/bienestar-y-felicidad-5

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