Odio

Ángel Páez


El gran reportero de la segunda mitad del siglo veinte, el polaco Ryszard Kapuscinski, decía a sus alumnos de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano -que fundó Gabriel García Márquez- que debían usar los cinco sentidos si querían conseguir grandes destapes o buenas historias. Kapuscinski desaconsejaba el odio, porque el odio enceguece, confunde, envilece. Suelen odiar las malas personas, y las malas personas no pueden ejercer el periodismo, explicaba.

Debido a recientes reportajes sobre los ingresos económicos de la familia de Keiko Fujimori y Mark Vito Villanella, corifeos de la candidata de Fuerza Popular han denunciado que las publicaciones fueron motivadas por un supuesto odio hacia el fujimorismo. No es cierto. Yo no odio al fujimorismo. Es una obligación moral de todo periodista investigar al fujimorismo.

Aguijoneado por el odio no podría haber encontrado suficiente evidencia para destapar varios casos de corrupción por los que han sido sentenciados el ex presidente Alberto Fujimori, su ex asesor Vladimiro Montesinos y no pocos ex jefes militares. El odio no te deja descubrir la verdad.

Más bien, por el éxito de estas investigaciones, me he ganado el odio del fujimorismo. Cuando gobernaba Alberto Fujimori, y la primera dama era su hija Keiko Fujimori, usó todos los medios a su alcance para silenciarme: dispuso el espionaje telefónico para vigilarme, pagó a la “prensa chicha” para difamarme y empleó a la Sunat para perseguirme, acción cuyas consecuencias todavía afronto. Todos estos casos fueron judicializados y concluyeron con sentencias para los secuaces del régimen. Revelé los hechos y la justicia dispuso el castigo.

Por eso, cada vez que exponemos a la luz algo nuevo, el fujimorismo se irrita y sus geishas se escandalizan. Es que los que apañan a la corrupción  y el crimen detestan a los reporteros que fiscalizan, escrutan y descubren lo que se oculta al interés público. Prefieren a los periodistas convertidos en notarios de los hechos del día, transformados en meros registradores de las declaraciones, reducidos a dóciles escribanos que repiten lo que dicen las notas de prensa. 

Prefiero seguir la línea del periodista sueco Torgny Segerstedt.

Desde que Adolfo Hitler ascendió al poder en 1933, Segerstedt alertó a sus compatriotas sobre lo que significaba el triunfo del nazismo en Alemania. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Suecia adoptó la neutralidad, pero sectores del gobierno, los empresarios y los periódicos no ocultaron sus simpatías por el dictador. Mientras que los grupos de poder preferían la comodidad del silencio ante las atrocidades que Hitler cometía, Segerstedt atacó con vehemencia al Führer desde el periódico que dirigía. Suecia abastecía de hierro a la dictadura nazi y había permitido el uso de su territorio para el tránsito de las tropas alemanas. La neutralidad era un fraude.

Ni siquiera cuando el mismísimo jerarca nazi Hermann Göering le envió un telegrama para advertirle que cesara sus publicaciones, Segerstedt cambió de opinión. Así que el propio rey sueco Gustavo V llamó al periodista a una cita privada con la intención de convencerlo para que redujera sus ataques al Führer. ¡Era el rey! Por supuesto, Segerstedt rechazó el pedido.

“Estás cegado por tu odio a los alemanes”, le dijo el rey a Segerstedt.

“Yo no odio a los alemanes. Yo estoy contra los nazis”, respondió

“No entendemos que beneficios buscas conseguir de la forma como tú escribes”, replicó Gustavo V. 

“No creo que ayude a Suecia si yo escribiera contra  mi conciencia”, alegó Segerstedt. 

Gustavo V dio por terminado el encuentro.

Torgny Segerstedt sabía que en febrero de 1939, su majestad había sostenido en Berlín una reunión con el sátrapa Göering, el mismo que le había enviado un telegrama para que cesara sus ataques a los nazis.

Parafraseando a Segerstedt: yo no investigo al fujimorismo porque lo odio sino porque es una obligación periodística. No investigarlo sería un acto contra mi conciencia.

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