Prudencia no es mala palabra

César Hildebrandt

¡Cobraban 82,000 soles por una cama UCI para enfermos graves de la Covid! ¡Y lo hacían en el hospital Almenara, de EsSalud!

Bueno, esos buitres lo que estaban haciendo era empezar la privatización completa de la salud, esa que se habría llevado a cabo si Porky era elegido y la bancada de alias La Chica apoyaba esa idea. O si alias La Chica era elegida y las bancadas de Porky, Hernando de Soto, César Acuña y Luna Gálvez apuntalaban la iniciativa.

La Constitución de 1993 maldice al Estado y le da al capital un estatuto de derechos especiales e inapelables. Una consecuencia perversa de ese marco constitucional es la abolición del concepto de nosotros. Por eso es que, en el Perú, la compasión social es comunismo, la búsqueda de la igualdad (ante la ley) es terrorismo y los bomberos, a quienes deberíamos reverenciar, resultan grandes cojudos. En el mundo del populacho conservador, que el fujimorismo arrea en buses, los machomanes y las machomanas se sienten realizados cuando pueden gritarle a alguien “caviar”. Eso les aclara el mundo y les simplifica el léxico: los caviares dudan, mariconean con sus matices, arruinan la luz.

La derecha ve marxismo hasta en una sopa de sobre, pero lo que no sabe es que al convertir la Constitución del 93 en “sagrada biblia” está demostrando, marxistamente, que dicho documento le pertenece, tiene su firma, es de clase, fue hecho por Fujimori para proteger exclusivamente sus intereses. Esa es la razón por la que alias La Chica, su heredera, ha estado a punto de llegar a la presidencia por tercera vez. Esa es la razón de tanto odio cariado: ¡quieren cambiar la Constitución que su golpista favorito redactó para la eternidad! ¡Y la eternidad es eternidad, comunistas de mierda!

¿Cuánto costaba no morirse en las clínicas privadas? ¿Cuánto pagaban los familiares de los que, a pesar de todo, terminaban muriéndose en la clínica San Felipe? ¿Cuánto costaba un panadol en ese mundo que dominan algunas compañías de seguros y otros accionistas insaciables?

¿La enfermedad es un gran negocio? Claro que sí. Y la parca que merodea angurrienta ¿es una ventana de oportunidad para los emprendedores? Por supuesto que sí. ¿No es la Covid un buen escenario para que el sacro mercado funcione, con su mano de dios y sus uñas peseteras? La respuesta también es sí. Así de inventivos somos los peruanos cuando vemos una rendija, una necesidad desesperada, un dolor dispuesto a cualquier váucher.

El neoliberalismo apostó por una jungla de egoísmos en batalla campal permanente. El resultado está allí.

Si la plata manda y el mercado decide, ¿cuál es el escándalo?

¿No tienes dinero? ¡Muérete! ¿No tienes chamba? Es porque no la buscas. ¿Eres un miserable? Así lo quisiste. ¿Te duele el éxito de los que prosperan? Eres un rojo sin remedio. Pero, eso sí: a mí no me cambias mi constitución, la que en 1993 logramos hacer después de barrer con el congreso y todos los contrapoderes. ¡No me vengas con eso, terruco!

Es cierto: rentaban camas UCI en un hospital público de Lima. ¿Y acaso no hemos decidido desde hace muchos años quiénes deben vivir sin agua y sin luz, con todo lo que eso significa en materia de salud y calidad de vida? Nosotros, los embajadores criollos del destino, ¿no hemos impuesto la pobreza en buena parte de nuestras regiones rurales? La miseria histórica en Huancavelica ¿no nos parece natural?

¿Cuántas muertes causa en el Perú el desprecio? ¿Cuántas el racismo? Todos vamos a morir, es cierto, pero en el Perú muchos se mueren de exclusión. Son los que viven en los bantustanes que seguimos llamando “asentamientos humanos”, las víctimas del maltrato a la agricultura que no exporta, los viejos herederos del Perú mediterráneo.

Por todo ello es que la proclamación de Pedro Castillo es, antes que nada, una gran lección.

El civilismo varias veces reencarnado creyó que los militares, empujados por el clamor reaccionario, sacarían las castañas del fuego. Creyeron que el Jurado Nacional de Elecciones cedería ante su prepotencia y se encontraron con unos servidores públicos que hicieron, al final, su trabajo. Creyeron que Mario Vargas Llosa, disfrazado de pobre diablo, ayudaría decisivamente y se tropezaron con que hasta en el diario “El País” tomaron higiénica distancia. Creyeron que los criptólogos, la voz del PP en Madrid, Hume y sus mascotas, “El Comercio” y la matancera darían una mano. Se encomendaron a los muertos en el VRAEM, a los terrores anunciados por Willax, a los insultos del periodismo a destajo, y no pudieron.

La derrota no es del fujimorismo solamente. La derecha histórica ha recibido un sopapo que le recuerda los peores momentos de Velasco. El problema es que Castillo ha salido de las urnas y no de los cuarteles. Y ese es el verdadero tema. Por eso es que ensuciar la elección con todo lo que cupiera en el colon descendente del sistema era un imperativo. Si las elecciones no fueron limpias, la guerra contra el gobierno surgido del fraude se anuncia como “legítima”. Ya lo dijo alias La Chica. Ya lo están haciendo RPP y “El Comercio” y su archipiélago.

Frente a este escenario, el presidente electo debería pensar que plantear la asamblea constituyente como eje de su discurso inaugural podría ser un desatino. No es que la Constitución del 93 no deba cambiar. Es que el primer deber de un gobierno enfrentado a un ejército de enemigos dispuestos a todo –Vargas Llosa dixit– es durar. Y para eso es imprescindible afirmarse con una buena gestión de la crisis de salud y con un desempeño económico que no se traiga abajo la inversión, aunque empiece con algunas de las reformas prometidas. Debutar como presidente con la asamblea constituyente como prioridad podría ser el típico error maximalista. Como se lee en “El Paraíso” dantesco: “el tiro que se ve venir llega más lentamente”.

A la derecha se le hace agua la boca pensando en un Castillo confrontacional y temerario. Sería de sabios dejarla salivar inútilmente.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°549, del 23/07/2021  p12

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