Perú: Los juegos de la vacancia

Juan Manuel Robles

Lo fresco no es estar lanzando tuits a favor del cambio social desde una mesa del Starbucks o un puff del Puku Puku. Tampoco gritar todo el asco que nos da la clínica Javier Prado —porque es capaz de dejar desangrándose a un adolescente si no tiene plata o papeles— después de sacarnos una radiografía sobrevaluada en el local de las hermanitas del Padre Tezza. Lo fresco —fresco y descarado— es tener dinero y poder, vivir bien y cerrar el 2021 con números groseramente azules, y al mismo tiempo patrocinar un reality show vomitivo e insólito: el de la vacancia presidencial por la “crisis insostenible”. Hay una canción de Serrat contra los poderosos en la que dice él que detesta a esos tipos, entre otras cuestiones, porque “juegan con cosas que no tienen repuesto”. Qué singular entretenimiento se han encontrado algunos notables hoy en el Perú: la vacancia en carrera televisada.

Sí, los ricos quieren jugar. Fue tradición de reyes y jerarcas reclutar pobres diablos para que se maten entre sí en la arena y vitorear al más sangriento. Siempre detestaré un poco el boxeo porque me recuerda que lo antecede una larga tradición de esclavos peleando a matar o morir con la promesa de ser libres. En el Juego del Calamar estos pobres son hombres comunes y corrientes que lo han perdido todo en la tómbola neoliberal, y son capaces de matarse entre sí, en cada ronda de competencia, por un pozo millonario. En la serie, señores ricos de todo el mundo pagan por la posibilidad de ver tan horrendo espectáculo en vivo.

Ese disfrute retorcido es el que veo ahora hacia nuestro streaming más exitoso: la historia en tiempo real de la aniquilación de Castillo.

¿Conciencia ciudadana? ¿Activismo político? ¿Resistencia? Nada de eso. Los ricos del Perú la están pasando bomba: Castillo no solo no resultó comunista sino que ha dejado intactas las estructuras generales y el piloto automático de la economía. Dejó a Velarde en el BCR. Echó a Cerrón y lo único que anhela modestamente ahora es no perder el tren en negocios menores (vamos, quién no ha soñado con algún emprendimiento). Con Castillo, los dueños del Perú hacen lo que siempre han hecho: forrarse en billete, con pandemia o sin ella.

Para ellos, la “suspensión perfecta” ha sido casi profiláctica. Pocas veces se puede echar a tantos empleados sin responder ante nadie. La recuperación avanza a velocidades increíbles. Minería, construcción, agroexportación. Y en menor medida pero también con ímpetu, el turismo. Todo con la misma permisividad, sin ningún embate socialistoide, ningún chavismo o evismo, ninguna regulación o freno. Las empresas de salud siguen estableciendo los cupos que les da la gana. Siguen con impunidad completa para aplicar su axioma madre: el que no paga, se muere.

Digo: tu nuevo comienzo, sin tu padre que murió esperando balón de oxígeno ni ahorros por los meses de desempleo ni AFP porque hubo que retirarla, no es igual al nuevo comienzo de estos señores vacadores. Ellos nunca dejaron el lucro. Nunca tuvieron que ajustar: que la agencia bancaria de tu barrio haya cerrado no es señal de pérdidas; es señal de que el banco más rico es incapaz de ajustar por el bien de sus empleados y sus clientes.

Pero aun con todo eso, con esa calma financiera, tienen la frescura y la ostra de hacer el papel de víctimas y patrocinar el cultivo de una crisis artificial que tumbe al presidente. Quién lo diría: redomados ignorantes imponiéndonos sus narrativas, sus historietas y viñetas. Tipos crudísimos inventando un juego nacional. Hay quienes dicen que es su ambición de poder o el deseo de hacer de lobby para sus empresas o blindar a sus amigos de la mafia (para que les devuelvan el favor). Yo creo que es más simple y oscuro: se han dado cuenta de que, diciendo un par de estupideces a través de sus operadores, pueden hacer que el país amanezca en vilo y zozobra. Son como el Joker versión Heath Ledger: tienen recursos suficientes para llevar a cabo el experimento social y cagarse de risa. Les gusta esa sensación. ¿Cada cuánto la vida te regala un presidente tan vacable? Pues no se perderán la oportunidad de la gesta y la aventura, su puesta en escena, el gran juego que termina en el aplastamiento simbólico de la izquierda. ¿Cuánto hay que pagar? Pues pago.

Ricos pagando por espectáculos retorcidos donde el daño colateral son personas que no tienen nada. Qué novedad.

La histeria de Rafael López Aliaga se parece muy poco a la indignación que de vez en cuando motiva a los millonarios a sumarse a causas sociales; es más bien la monstruosa vocación de algunos hombres de mucho poder y dinero por promover y financiar el espectáculo de la autoeliminación colectiva, en forma de juego por entregas y actos. Como quien arenga por más sangre desde el palco de Acho. Por cierto, ya vuelve Acho.

Se puede crear el gran juego de la vacancia armando campañas, inoculando las mentiras adecuadas y usando unos cuantos líderes que han perdido todo recato.

La posverdad no es un fenómeno caótico en que hay tantas versiones sobre los eventos que ya no sabemos a quién creerle. No es una democratización del chisme irresponsable. La posverdad es gente con poder creando mentiras y fake news y circulándolas con tecnologías costosas por las que hay que pagar mucho. En otros países se usan virales en las redes sociales, Youtube, Whatsapp. Aquí, sin regulaciones, se utiliza además canales de televisión (incluso uno que ha llegado a decir falsamente que una vacuna contra el covid no servía, solo por motivaciones políticas).

Eso ha permitido una suerte de espectacularización del golpe, que lo vuelve una ficción de consumo. El país ha pasado el último domingo con la misma expectativa que la que hay por el capítulo de una serie de moda, el más esperado: la estocada final contra el presidente del sombrero. Por eso, luego de ver que el audio de “Cuarto Poder” no contiene nada comprometedor, analistas y opinólogos dicen que se sienten “estafados”. Estafado es lo que dices cuando algo no cubre tus expectativas, cuando un producto que creías útil resulta inservible. “Estafa”, digo, es una de las maneras más frívolas que alguien puede tener para denominar la campaña de desinformación de un programa de TV que se especializa en hacerlas.

Lograron su cometido. Y lo que en el fondo critica la derecha —y parte del “centro”— no es la maniobra burda del mal periodismo; sino un mal giro en el guion. Así ocurre cuando unos cuantos señores con poder han convertido la vida política en un juego perverso. La expectativa porque todo acabara el domingo pasado es casi una solicitud de fan service: que esta noche Castillo tenga una caída humillante y horrenda. Compra canchita. O Cheese Tris.

Y como la cosa no salió, el gran directorio, que responde a los anunciantes (o sea, a estos señores ricos frívolos amantes del juego), le corta la cabeza a los personajes que encarnaron este golpe mal dado, a los libretistas que hicieron una intriga tan improvisada. Lo terrible es que alguien, ahora mismo, está convencido de que, organizando bien el material, editando con más audacia, poniendo a políticos más convincentes de analistas, sí se puede lograr el capítulo deseado, el de la caída deshonrosa. Dinero hay. Volverán con nuevas intrigas y marchas pagadas, con mejores tomas. Y nosotros seguiremos aquí, pagando con nuestro estrés el entretenimiento insano de las élites.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°569, del 10/12/2021  p14

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