Perú: Roban de rey a paje

Ronald Gamarra

El 29 de noviembre, el Ministerio Público informó que junto a la policía había llevado adelante un megaoperativo en el que se aprehendió preliminarmente a ocho funcionarios del municipio de San Isidro, incluso al actual alcalde, indagados por la supuesta comisión de delitos de organización criminal y corrupción; y que, como parte de la diligencia, se realizó el allanamiento de 14 casas relacionadas a dichas autoridades, así como a los locales de las empresas que habrían intervenido en el presunto direccionamiento de una contratación pública.

El alcalde del distrito considerado como el de mayor nivel de vida del país, Augusto Cáceres Viñas, resultó así involucrado como cabecilla de una organización que medra de la corrupción traficando con los importantes fondos de la jurisdicción. En las últimas semanas, el burgomaestre intervenido había pretendido jugar un rol político, tal vez ya consciente de que era el objetivo de una investigación del Ministerio Público. Lo que lo cogió de sorpresa, definitivamente, fue la orden de detención preliminar emitida por el 3° Juzgado de Investigación Preparatoria a solicitud de la Fiscalía Anticorrupción.

Augusto Cáceres Viñas había demostrado ser un pésimo alcalde. Para empezar, en San Isidro se puede ver por todas partes estaciones de bicicletas totalmente abandonadas y ya estropeadas, y todo porque, en una expresión de capricho o mezquindad, se negó a permitir el funcionamiento de un servicio que dejó listo en el año 2017, años antes de que la pandemia hiciera tomar conciencia de la importancia de la bicicleta, el alcalde que lo precedió, Manuel Velarde, de buena gestión innovadora, a quien el fujimorismo y la ultraderecha del distrito le hicieron una guerra sin cuartel.

Vecinos de San Isidro me cuentan cosas tremendas de la administración del alcalde Augusto Cáceres, como que también les hizo una horrible trastada a los jubilados de su propio distrito, a quienes, de la noche a la mañana, en noviembre de 2021 y sin previo aviso, despojó de la exoneración del pago de arbitrios, de la cual venían gozando desde hace más de diez años, y no solo eso, sino que también les exigió y les cobró a los pobres jubilados ocho meses de reintegro, pues adujo que el beneficio había vencido en el mes de marzo de ese año.

Probablemente quiso tapar algún forado de su desastrosa administración y para ello no dudó en meter la mano a los bolsillos siempre deficitarios de la mayoría de los jubilados. La investigación de la Fiscalía Anticorrupción indica que el señor Augusto Cáceres no trabajaba para el bienestar de sus vecinos sino para intereses muy diferentes y retrógrados. Cómo no recordar su ridícula oposición al ingreso al distrito de los ciclistas que venían desde Miraflores, camino hacia Magdalena, para lo cual cerró durante un año un puente, aduciendo que por allí llegaba gente de mal vivir, obligando a los ciclistas a un peligroso desvío por la avenida del Ejército, donde no hay ciclovía.

La detención del alcalde de San Isidro demuestra que ni siquiera el distrito más consolidado del país está libre del flagelo de la corrupción. En nuestro país, la corrupción es una peste generalizada que nos atraviesa de arriba abajo y de derecha a izquierda, sin distinción de posición social ni ideología o incluso religión (vean si no, a este respecto, el tremendo negocio que hacen tantos autoproclamados “pastores”). Tomar conciencia de esto parece muy sencillo, pero en realidad es complejo porque la corrupción se retroalimenta con el clientelaje y de tal modo abraza activa o pasivamente a numerosas personas no necesariamente involucradas, pero que esperan derivar algún beneficio colateral de ello.

La corrupción es tan antigua y arraigada en el Perú que ya Ricardo Palma y González Prada se refirieron a ella en sus obras, jocosamente el primero, acerbamente Don Manuel. Jorge Basadre escribió un ensayo poco difundido titulado expresivamente “Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano”. Alfonso W. Quiroz escribió su “Historia de la corrupción en el Perú”. Carmen McEvoy ha escrito y publicado en estos días un contundente artículo sobre la república “prebendaria” que se estableció con la independencia nacional y que, con el pretexto de “salvar a la patria”, estableció un sistema de permanente saqueo de los escasos recursos del país, impidiendo su afirmación institucional republicana. La derecha tiene una historia de corrupción centenaria en nuestro país. Eso ya lo sabíamos.

La triste novedad de nuestros días es que también los políticos provenientes de la izquierda se han sumado a las redes de corrupción con una naturalidad que no deja de asombrar. Los zurdos sinceros, los que lucharon con denuedo y entrega en décadas pasadas, jamás hubieran podido imaginar que gente que se reclama de izquierda, o incluso de izquierda radical, se prendieran a los recursos y puestos del Estado como las sanguijuelas del cerronismo y el castillismo que hoy mangonean el autodenominado “gobierno del pueblo”.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 614 año 13, del 02/12/2022, p20

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