¿Objetividad? ¡Al cuerno!

César Hildebrandt

Dicen unos turis­tas infor­ma­ti­vos que han venido a estas comar­cas que la prensa peruana se ha ses­gado y — ha olvi­dado lo que es objetividad.

¿Obje­ti­vi­dad?

¿Cómo pode­mos ser sui­zos y fríos si esta­mos ante el peli­gro de que nos gobierne la suce­sora de una orga­ni­za­ción cri­minal, la única banda que en el Perú pudo con­tar con ejér­cito, marina, avia­ción y pre­su­puesto sin límites?

Si yo fuera espa­ñol y alguna reen­car­na­ción de Franco pos­tulase a las elec­cio­nes, ¿sería dable que me pidie­sen neutralidad?

¿Y si fuera fran­cés y un par­tido neo­nazi jaquease las elec­cio­nes recor­dando a Petain, alguien podría repro­char mi com­ba­tiente apa­sio­na­miento?

¿No habrían sido moral­mente supe­rio­res las voces del desen­ten­di­miento en el caso de Stalin?

¿No fue dema­siado “obje­tiva” la prensa occi­den­tal cuando Hitler empe­zaba a surgir?

Si fuera chi­leno y el hijo de Pino­chet pasase a una segunda vuelta elec­to­ral, ¿sería dable que me pidie­sen una mirada de nota­rio para juz­gar esa desgracia?

Esto es lo que tie­nen que saber los envia­dos, los corres­ponsales y los emba­ja­do­res del pri­mer, segundo y ter­cer mundo que empie­zan a visi­tar­nos: el de Fuji­mori no fue un res­pe­ta­ble gobierno con­ser­va­dor, una opción legí­tima de li­beralismo dura­mente aplicado.

El gobierno de Fuji­mori fue una mafia que, al revés que el mítico Midas, infectó todo lo que tocaba.

Sépanlo de una vez (o recuér­denlo si lo han olvi­dado): Fuji­mori cerró el Con­greso y con­vocó a uno donde la verda­dera opo­si­ción no estuvo repre­sen­tada; abo­lió por la fuerza una Cons­ti­tu­ción ela­bo­rada en con­senso y per­pe­tró, junto a sus alia­dos, una que sir­vió de arma­dura para las gran­des em­presas; ate­rro­rizó y arrin­conó a los sin­di­ca­tos y hay prue­bas de que el ase­si­nato de Pedro Huilca, secre­ta­rio gene­ral de la cen­tral de tra­ba­ja­do­res más impor­tante del país, fue parte de una cons­pi­ra­ción fra­guada en el Ser­vi­cio de Inte­li­gen­cia; corrom­pió como jamás se había visto al poder judi­cial (el día del golpe su secuaz Mon­te­si­nos se robó una tone­lada de expe­dien­tes que podían ser incó­mo­dos o con los que podía chan­ta­jear); cas­tró a la Con­tra­lo­ría ponién­dola al ser­vi­cio de la impu­ni­dad y nom­brando a jefes pusi­lá­ni­mes que jamás se le enfren­ta­ron; logró que todos los coman­dan­tes en jefe de las Fuer­zas Arma­das (repito: todos) fue­ran ladro­nes y saca­ran di­nero en efec­tivo que muchas veces carga­ron en cos­ta­les y lle­va­ron a Pala­cio de Go­bierno; des­ti­tuyó humi­llan­te­mente, desde su Con­greso anuente, a los magis­tra­dos del Tri­bu­nal Cons­ti­tu­cio­nal que se opu­sie­ron a algu­nas de sus tro­pe­lías mayo­res; alquiló a la casi tota­li­dad de perio­dis­tas de la televi­sión y com­pró, al cash, a los pro­pie­ta­rios de los cana­les; remató las empre­sas públi­cas a pre­cio vil encar­gán­dole la tarea a una serie de sin­ver­güen­zas que muchas veces fue­ron juez y parte dado que ofre­cían lo que ellos, en socie­dad con otros, ter­mi­na­ban com­prando; fue el autor inte­lec­tual de algu­nos de los más noto­rios asesina­tos del lla­mado Grupo Colina, una pan­di­lla de ase­si­nos que el mismo señor Fuji­mori (y allí están los docu­men­tos) ascen­dió, pri­mero, y amnis­tió, des­pués; hizo de la Fis­ca­lía de la Nación una sucur­sal del poder eje­cu­tivo y en la que fue tragicómica­mente céle­bre el papel que le cupo a la “fis­cal vita­li­cia” Blanca Nélida Colán, sen­ten­ciada des­pués a diez años de cár­cel y libe­rada tras cum­plir dos ter­cios de su con­dena; mal­versó alre­de­dor de dos mil millo­nes de soles —ese es el cálculo conser­vador— y creó una red per­so­nal y fami­liar para robar hasta las dona­cio­nes en efec­tivo que le fue­ron entre­ga­das en Japón; per­mi­tió que su ase­sor más cer­cano, Mon­te­si­nos, se enrique­ciera hasta la obs­ce­ni­dad (en una sola cuenta suiza se encon­tró 48 millo­nes de dóla­res a su nom­bre) y, a pesar de saberlo (por­que lo supo ple­na­mente el año 2000 cuando el perió­dico que este colum­nista diri­gía difun­dió una cuenta de 2’666,660 dóla­res en el limeño Banco Wiese) lo defen­dió diciendo que esa pros­pe­ri­dad venía de “ase­so­rías a empre­sas extran­je­ras”; per­mi­tió que en su avión (el pre­si­den­cial) subie­ran bul­tos ex­traños y dine­ros múl­ti­ples hasta que un día una inves­ti­ga­ción inde­pen­diente, aus­pi­ciada por una agen­cia nor­te­ame­ri­cana, des­cu­brió 170 kilo­gra­mos de clor­hi­drato de cocaína escondi­do en el fuse­laje de la nave; creó una masiva prensa mer­ce­na­ria des­ti­nada a enlo­dar a sus adver­sa­rios, prensa que telediri­gía per­so­nal­mente Mon­te­si­nos; cuando no pudo con­se­guir una mayo­ría par­la­men­ta­ria que ava­lase todas sus arbitrarie­dades, pues ordenó a Mon­te­si­nos que com­prará dipu­tados sacando miles de dóla­res de las arcas públicas…

Hizo todo esto y mucho más hasta que un día, des­nu­dado por un video entre­gado por plata por algún trai­dor, aterro­rizado hasta la pis, tré­mulo en la mueca y en los gallos de la voz, se embarcó otra vez en el avión pre­si­den­cial, dijo que iba a Bru­nei a una reunión pre­si­den­cial y apa­re­ció en Tokio, desde donde envió, a tra­vés de un fax, la infame carta de renun­cia que hizo del Perú un país diver­ti­da­mente biza­rro e inexplicable.

Poco tiempo des­pués, reco­no­ce­ría tener la nacio­na­li­dad japo­nesa, pos­tu­la­ría a la Dieta que­riendo ser sena­dor, se casa­ría de men­ti­ras con una mafiosa vin­cu­lada con lo peor de la polí­tica nipona y ter­mi­na­ría en San­tiago de Chile espe­rando la amnis­tía o la amne­sia para vol­ver a las andadas.

Ese es, a gran­des y ava­ros ras­gos, Alberto Fuji­mori. Y ese fue su gobierno.

¿Que durante su régi­men el país derrotó al terrorismo?

Sí: el país. Por­que a Abi­mael Guz­mán lo cap­turó Anto­nio Ketín Vidal, un gene­ral de la poli­cía a quien Fuji­mori odiaba y a quien trató de hacerle la vida impo­si­ble tras esa hazaña. Fue­ron los méto­dos dic­ta­dos por el ser­vi­cio de la inteligen­cia poli­cial los que des­ca­be­za­ron a Sen­dero. Y cuando Guz­mán cayó, Fuji­mori se hallaba pes­cando pai­ches en un río del oriente peruano.

¿Que con él se firmó el tra­tado de paz con Ecuador?

Sí, y eso es meri­to­rio, sobre todo si se tiene en cuenta que esa paz de 1998 fue fir­mada luego de la dra­má­tica derrota del ejér­cito peruano en la lla­mada “gue­rra del Cenepa” de 1995, en la que nueve naves aéreas del Perú fue­ron aba­ti­das con cohe­te­ría de segui­miento tér­mico y en la que per­di­mos a dece­nas de efec­ti­vos por falta de equi­pa­miento y logís­tica (eran los tiem­pos en que se robaba exten­sa­mente a la hora de com­prar arma­mento: 60 millo­nes de dóla­res en una sola com­pra de Migs rusos, como se pudo pro­bar judicialmente).

Pero, en todo caso, ¿valían Guz­mán y Ecua­dor la indigni­dad de una década? ¿Somos los perua­nos gente de ter­cera que debe de acep­tar el robo y el ase­si­nato como costo inexo­rable de una ges­tión gubernamental?

Me dirán que Keiko no es su padre.

Si Keiko no es su padre, ¿qué hacen con ella José Chlim­per, ex minis­tro; Jorge Tre­lles, líder con­gre­sal; Vicente Silva Checa, miem­bro de la mafia mediá­tica fuji­mo­rista; Jorge More­lli, inte­ligente por­ta­voz de Fuji­mori en el canal CCN, com­prado con plata negra del ejér­cito; Mila­gros Maraví, alta fun­cio­na­ria del sec­tor econo­mía y aliada de Mon­te­si­nos; Martha Chá­vez, feroz vocera par­la­men­ta­ria; Absa­lón Vás­quez, ex minis­tro y ope­ra­dor som­brío; Rafael Rey, co­laborador desde los comien­zos y amnis­tia­dor de ase­si­nos; Augusto Bedoya, ex minis­tro; Luz Sal­gado y Car­men Lozada de Gam­boa, dúo de mas­ti­nes par­la­men­ta­rias; Luis Del­gado Apa­ri­cio, abo­gado impla­ca­ble de la causa; Car­los Blanco, ex congresista…?

¿Y qué hacen San­tiago Fuji­mori y Jaime Yos­hi­yama cerca?

¿Y por qué todos ellos, en vez de tomar una dis­tan­cia hi­giénica res­pecto del con­de­nado —tal como hizo la dere­cha chi­lena en rela­ción al no con­de­nado Pino­chet— visi­tan la Diroes, reci­ben allí ins­truc­cio­nes y con­se­jos, aliento y planes?

No, seño­res. La pasión en este trance no sólo es admi­si­ble sino que resulta moral­mente imprescindible.

Lo que no pode­mos hacer los perio­dis­tas es men­tir, in­ventar, fal­sear, titu­lar a nues­tro antojo, esta­ble­cer analo­gías que no lo son, crear fan­tas­mas, omi­tir datos cla­ves, calum­niar, mez­clar la opi­nión con el regis­tro del hecho. En resu­men, prostituirse.

Pero en una coyun­tura como esta tene­mos el dere­cho ple­no de opi­nar y prevenir.

Y ade­más, ¿a qué obje­ti­vi­dad se refie­ren algu­nos corregi­dores en visita?

¿A la de El País, a punto de ser des­truido como el mejor perió­dico de habla his­pana por los suce­so­res de Polanco y sus múl­ti­ples intereses?

¿A la de El Mundo, que dijo, sabiendo que men­tía, que el cri­men de Ato­cha era atri­bui­ble a ETA?

¿A la de Ber­lus­coni y sus televisiones?

¿O es que hablan de Fox News y sus chi­cos del Tea Party? ¿O del nuevo Wall Street Jour­nal y su olor a Mur­doch? ¡Como si no supié­ra­mos que un buen lote de la gran prensa mun­dial es parte de una sin­fo­nía que aspira a la unanimidad!

Pasión: no me aban­do­nes. Sólo tú me has sal­vado de la peste de la aceptación.

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