El contrato social en la sombra


Jorge Bruce

La mentira es tan añeja en nuestro vínculo social como la desigualdad, la corrupción, el racismo y el resentimiento. Ya las autoridades coloniales mentían a la corona española, cuando el virrey pronunciaba el célebre “acato pero no cumplo”, al recibir instrucciones económicas desde España. Desde entonces, también la hipocresía y la desconfianza modelan nuestras maneras de relacionarnos entre peruanos. Aprendemos en la leche materna, parafraseando al Inca Garcilaso, que aquí el que “no nace conchudo muere cojudo”. Las dos últimas expresiones públicas de esta cultura de la pendejada han sido el show de Toledo en el Congreso, ayudado, es cierto, por la improvisación y la falta de profesionalismo de los parlamentarios que lo citaron a tontas y a locas, por un lado. Por el otro el hábeas corpus del ex presidente García que debilita las investigaciones sobre asuntos sumamente opacos de su Gobierno, como los narcoindultos, BTR, El Frontón, etcétera.

Pero estos son solo ejemplos de alta (o baja) política. Acabo de cruzar la avenida República de Panamá caminando y no una sino dos combis me obligaron a apurar el paso, pues cruzaban en rojo, fierro y bocina a fondo. Lo más deprimente no fue eso, sino la indiferencia resignada de los demás peatones ante mi airada protesta. Como diciendo: “Sonsonazo, cómo se te ocurre cruzar cuando cambia la luz; hay que esperar que las combis terminen de pasar: ese el único semáforo que cuenta”.

El escándalo que se ha armado con el proyecto de Unión Civil es parte de esta misma historia de falsedad y leyes no escritas, pero de sobra conocidas. ¿A quién se le ocurre pensar que todos podemos tener los mismos derechos? Ese sería el fin de nuestro contrato social en la sombra. Abolir los privilegios y las jerarquías es visto como una amenaza terrible por los gremios más diversos, todos los que medran con esa situación de injusticia eficaz. Desde las empresas de transporte urbano que hacen caso omiso de las papeletas, hasta los políticos que  se zurran en la ley. Desde la publicidad y las discotecas que se reservan, cada cual a su manera, el derecho de admisión, colando a los cholos, negros o serranos (salvo que sean indispensables como sirvientes, músicos o cualquier otro rol subalterno).

Lo cierto es que ese estado (y Estado) permanente de exclusión y mentira pervierte no solo nuestro vínculo social, sino las mentes de cada uno de nosotros. Principalmente de los discriminados, pero también de los beneficiarios de esa situación. Esta es una patología social persistente que nos sume en el atraso cultural: somos un grupo con una educación deplorable (PISA dixit), machistas hasta ser los primeros violadores de la región, homofóbicos hasta extremos grotescos (Cipriani, Tubino, siguen firmas), pedófilos y, por supuesto, racistas.

En suma, somos una sociedad enferma que se sugestiona con las cifras de crecimiento económico y los éxitos de la gastronomía, ambos encomiables pero utilizados como biombos. Sigo pensando que no es una condición irreversible, pero a veces dudo.

http://www.larepublica.pe/columnistas/el-factor-humano/el-contrato-social-en-la-sombra-23-09-2013

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