LA CRISIS UNIVERSITARIA,CRISIS DE MAESTROS Y CRISIS DE IDEAS

Nota de l@s Editor@s: Con esta entrega, de «Leer y Difundir», completamos nuestra edición Nº 1000. Agradecemos a los cientos de amig@s que en diversos momentos nos han hecho llegar sus comentarios, sugerencias y nos motivaron a seguir con esta tarea. Nos anima el deseo de propiciar la lectura, la reflexión y el debate sobre asuntos de interés para nuestro país y el mundo.
En esta edición rendimos homenaje al más grande pensador que ha tenido el Perú, la vigencia de su pensamiento es reconocida por propios y extraños.


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LA CRISIS UNIVERSITARIA,CRISIS DE MAESTROS Y CRISIS DE IDEAS

Imágenes integradas 1
José Carlos Mariátegui

Nuevamente insurgen los estudiantes. Vuelven a preconizar unos la reforma uni­versitaria y otros la revolución universitaria. Vuelven a clamar todos, confusa pero vivazmente, contra los malos métodos y contra los malos profesores. Asistimos a los preliminares de una tercera agitación estu­diantil.

La primera agitación, en 1919, desembarazó a la Universidad de algunos catedráticos inservibles. Otra agitación estudiantil que, más tarde, tuvo temporalmente clausurada a la Universidad, originó otros cambios en el personal docente. Ahora, apenas apagados los ecos de esa agitación, se inicia una nueva. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir simplemente que las causas del malestar universitario no han desaparecido. Se ha depurado mediana e incompletamente el personal de catedráticos, reforzado hoy con algunos elementos jóvenes y exonerados de algunos elementos caducos y seniles. Pero la Universidad sigue siendo sustancialmen­te la misma. Y la juventud tiene de nuevo la sensación de frecuentar una Universidad enferma, una Universidad petrificada, una Universidad sombría, sin luz, sin salud y sin oxígeno. La juventud —al menos sus nú­cleos más sanos y dinámicos— siente que la Universidad de San Marcos es, en esta época de renovación mundial y de mundial inquietud ideológica, una gélida, arcaica y anémica academia, insensible a las grandes emociones actuales de la humanidad, desconectada de las ideas que agitan presentemente al mundo. Un discurso de Alfredo Palacios ha estimulado la sensibilidad estudiantil. Y ha encendido los mismos anhelos de refor­ma, ha sembrado los mismos gérmenes de revolución que en 1919.

Otra vez, la juventud grita contra los malos métodos, contra los malos profesores. Pero esos malos maestros podrían ser sustituidos. Esos malos métodos podrían ser mejorados. No cesaría, por esto, la crisis universitaria. La crisis es estructural, espiritual, ideológica. La crisis no se reduce a que existen maestros malos. Consiste, prin­cipalmente, en que faltan verdaderos maestros. Hay en la Universidad algunos catedráticos estimables, que dictan sagaz y cumplidamente sus cursos. Pero no hay un solo ejemplar de maestro de la juventud. No hay un solo tipo de conductor. No hay una sola voz profética, directriz, de leader y de apóstol. Un maestro, uno no más, bastaría para salvar a la Universidad de San Marcos, para purificar y renovar su ambiente enrarecido, morboso e infecundo. Las bíblicas ciudades pecadoras se perdieron por carencia de cinco hombres justos. La Univer­sidad de San Marcos se pierde por carencia de un maestro.

Las universidades necesitan para ser vitales, que algún soplo creador fecunde sus aulas. En las universidades europeas, al mis­mo tiempo que se almaciga y se cultiva amorosamente la ciencia clásica, se elabora la ciencia del porvenir. Alemania tiene maes­tros universitarios como Albert Einstein, como Oswald Spengler, como Nicolai, ac­tualmente profesor de la Universidad de Córdoba. Italia tiene maestros universita­rios como Enrique Leone, como Enrique Fe­rri. España tiene maestros universitarios co­mo Miguel de Unamuno, como Eugenio d’Ors, como Besteiro. Y también en Hispa­no-América hay maestros de relieve revolu­cionario. En la Argentina, José Ingenieros. En México, José Vasconcelos y Antonio Caso. En el Perú no tenemos ningún maestro semejante con suficiente audacia mental pa­ra sumarse a las voces avanzadas del tiem­po, con suficiente temperamento apostólico para afiliarse a una ideología renovadora y combativa. La Universidad de Lima es una universidad estática. Es un mediocre centro de linfática y gazmoña cultura burguesa. Es un muestrario de ideas muertas. Las ideas, las inquietudes, las pasiones que conmue­ven a otras universidades, no tienen eco aquí. Los problemas, las preocupaciones, las angustias de esta hora dramática de la his­toria humana no existen para la Universidad de San Marcos. ¿Quién vulgariza en esta universidad deletérea y palúdica el relati­vismo contemporáneo? ¿Quién orienta a los estudiantes en el laberinto de la física y de la metafísica nuevos? ¿Quién estudia la cri­sis mundial, sus raíces, sus fases, sus hori­zontes y sus intérpretes? ¿Quién explica los problemas políticos, económicos y sociales de la sociedad contemporánea? ¿Quién co­menta la moderna literatura política revo­lucionaria, reaccionaria o reformista? ¿Quién en el orden educacional, habla de la obra constructiva de Lunatcharsky o Vasconce­llos? Nuestros catedráticos parecen sin contacto, sin comunicación con la actualidad europea y americana. Parecen vivir al margen de los tiempos nuevos. Parecen ignorar a sus teóricos, a sus pensadores y a sus crí­ticos. Tal vez algunos se hallan más o menos bien enterados, mas o menos bien informados. Pero, en este caso, la investiga­ción no suscita en ellos inquietud. En este caso, la actualidad mundial los deja indife­rentes. En este caso, la juventud tiene siem­pre el derecho de acusarlos de insensibili­dad y de impermeabilidad.

Nuestros catedráticos no se preocupan ostensiblemente sino de la literatura de su curso. Su vuelo mental, generalmente, no va más allá, de los ámbitos rutinarios de su cátedra. Son hombres tubulares, como diría Víctor Maúrtua; no son hombres panorámi­cos. No existe, entre ellos, ningún revolucio­nario, ningún renovador. Todos son conser­vadores definidos o conservadores potenciales, reaccionarios activos o reaccionarios la­tentes, que, en política doméstica, suspiran impotente y nostálgicamente por el viejo orden de cosas. Mediocres mentalidades de abogados, acuñadas en los alvéolos ideológi­cos del civilismo; temperamentos burocrá­ticos, sin alas y sin vértebras, orgánicamen­te apocados, acomodaticios y poltrones; es­píritus de clase media, ramplones, huacha­fos, limitados y desiertos, sin grandes ambi­ciones ni grandes ideales, forjados para el horizonte burgués de una vocalía en la Cor­te Suprema, de una plenipotencia o de un alto cargo consultivo en una pingüe empre­sa capitalista. Estos intelectuales sin alta filiación ideológica, enamorados de tenden­cias aristocráticas y de doctrinas de élite, encariñados con reformas minúsculas y con diminutos ideales burocráticos, estos abogados, clientes y comensales del civilismo y la plutocracia, tienen un estigma peor que el del analfabetismo; tienen el estigma de la mediocridad. Son los intelectuales de pan­teón de que ha hablado en una conferencia el doctor John Mackay. Al lado de esta gente escéptica, de esta gente negativa, con fo­bia del pueblo y fobia de la muchedumbre, maniática de estetismo y decadentismo, confinada en el estudio de la historia escrita de las ideas pretéritas, la juventud se siente naturalmente huérfana de maestros y huérfana de ideas.

En dos profesores peruanos —Víctor M. Maúrtua y Mariano H. Cornejo— he advertido vivo y comprensivo contacto con las cosas contemporáneas, con los problemas actuales, con los hombres del tiempo. Am­bos profesores, malgrado su disimilitud, son, sin duda, las figuras más inquietas, moder­nas y luminosas, aunque incompletas, de nuestra opaca universidad. Pero ambos an­dan fuera de ella.

En el cortejo estudiantil-obrero del 25 de mayo, el rector y los catedráticos de San Marcos, que marchaban con la juventud y el pueblo, no eran sus conductores, sino sus prisioneros. No eran sus leaders, eran sus rehenes. No acaudillaban a la muchedum­bre; la escoltaban. Iban llenos de aprensión, de desgano, de miedo, malcontentos y, en algunos casos, «espeluznados».

Ante este triste panorama universitario la frase justa no es: «falta juventud estu­diantil»; la frase justa es: «faltan maestros, faltan ideas». En algunos sectores de la ju­ventud estudiantil hay síntomas de inquie­tud y se refleja, aunque sea vaga e inconexamente, la gran emoción contemporánea. Al­gunos núcleos de la juventud son sensibles y permeables a las ideas de hoy. Una señal de este estado de ánimo es la Universidad Popular. Otra señal es la acorde vibración revolucionaria de algunos intelectuales jóve­nes que se preparan a fundar entre nosotros el grupo «Claridad». La llanura está pobla­da de brotes nuevos. Unicamente las cum­bres están peladas y estériles, calvas y yermas, apenas cubiertas del césped anémico de una pobre cultura académica.

Y esta es la crisis de la Universidad. Crisis de maestros y crisis de ideas. Una reforma limitada a acabar con las listas o a extirpar un profesor inepto o estúpido, sería una reforma superficial. Las raíces del mal quedarían vivas. Y pronto renacería este descontento, esta agitación, este afán de corrección, que toca epidérmicamente el problema sin desflorarlo y sin penetrarlo.

Publicado en la Revista Claridad, Año I, Nº 2, págs. 3 y 4, precedido por la siguiente nota de redacción: «He aquí un brillante artículo que Claridad recibe como primicia enor­gullecedora del nuevo espíritu de nuestra intelectualidad libre. José Carlos Mariátegui, expresa en estas líneas vi­brantes el pensamiento de toda una generación. Nosotros so­lidarizamos ampliamente con él y nos adueñamos entusias­tas de la honrosa responsabilidad de sus palabras en las que palpita una hermosa invocación de juventud. La voz de una de nuestras más fuertes mentalidades no universita­rias, resonará lapidaria en la vetusta casa de San Marcos».

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