Venenos y narcóticos contra la acción colectiva


Javier Echeverría Zabalza

Una de las cosas más difícil de comprender en la situación actual es la contradicción existente entre las enormes agresiones de todo tipo que estamos sufriendo y la gran dificultad que tenemos para una acción colectiva proporcional a la gravedad de tales agresiones. Dejando a un lado el hecho de que todavía hay amplios sectores sociales que tenemos bastante que perder y eso nos produce mucho miedo, que determinadas organizaciones sindicales y políticas hacen más de freno que de impulso de la acción colectiva, además de otros factores que no procede abordar aquí, voy a tratar de resumir, sin ningún ánimo de exhaustividad, algunos de los que podríamos llamar venenos y narcóticos sociales que nos son inyectados sistemáticamente con el fin de que nos resignemos, pensemos que no hay otras alternativas, nos adormezcamos y se dificulte una respuesta colectiva.

En primer lugar, habría que citar los venenos relacionados con la base filosófica y socioeconómica del sistema capitalista. El capitalismo se basa en la obtención del máximo beneficio en el menor tiempo posible y para ello necesita un crecimiento económico considerable; de lo contrario entra en crisis. En este sentido, dos de sus venenos más básicos contra la acción colectiva son el egoísmo o individualismo y el consumismo. La filosofía capitalista parte de la base de que el ser humano es egoísta por naturaleza y que esa característica no se debe reprimir, sino que hay que fomentarla. Cada cual debe velar exclusivamente por sus intereses y de la confrontación de dichos intereses en el mercado surge el bien común de la manera más eficiente posible: quienes ganan, se enriquecen y ocupan las posiciones de poder son las apuestas más eficientes. Por eso, para el sistema capitalista la solidaridad es un valor que crea ineficiencia. El consumismo es la consecuencia lógica de la necesidad de crecimiento económico: si cada vez se tienen que producir más bienes y servicios, es absolutamente necesario venderlos. Para ello, se nos hace creer desde la más tierna infancia que la felicidad consiste en tener más cosas, en cambiarlas lo más rápidamente posible comprando otras…

Derivados de los anteriores, está el veneno de la competitividad y de la competición en todo: en la vida económica, social y política; entre países, grupos y personas… En este bloque también podríamos incluir la idea de que la ciencia y la técnica lo solucionan todo. No importa lo graves que sean los problemas ecológicos, económicos, sociales o culturales que tengamos porque para todos ellos se encontrarán los remedios científicos y técnicos adecuados.

En segundo lugar, estarían los venenos económicos. Entre ellos podríamos citar la teoría del goteo, que dice que lo importante es la creación de riqueza, no su distribución. Por eso, hay que crear las condiciones para que los capitalistas creen la mayor cantidad de riqueza posible, siendo condición necesaria para ello que ellos obtengan grandes beneficios; si eso sucede, ya se sobrará el vaso cuando se llene y caerán gotas que humedecerán también a los de abajo. Ya más directamente relacionados con esta crisis estarían varias ideas con las que nos vienen machacando hasta la saciedad: que la tormenta pasará, el paro bajará, los sueldos subirán y volveremos a donde estábamos; que esta situación es responsabilidad de todos y que, por tanto, todos nos tenemos que apretar el cinturón para salir de la crisis y salvar el sistema; que la clave para la creación de empleo es el emprendimiento, es decir, que quien no tiene trabajo es porque no se esfuerza lo suficiente para creárselo, culpabilizando a las personas paradas y precarias de su situación; desde posiciones supuestamente de izquierdas se dice que la salida a esta crisis tiene que ser similar a la que se dio a la crisis de 1929, es decir, fuerte crecimiento y pacto de rentas, sin el más mínimo análisis de si eso es posible hoy o de las consecuencias que podría acarrearnos; etcétera.

El tercer grupo es el de los venenos políticos. Aquí se podrían incluir ideas tales como que la política es para quienes viven de ella y que las demás personas sólo debemos ocuparnos de nuestros asuntos particulares y familiares. O que la democracia que tenemos es la menos mala posible y que cualquier crítica radical a la misma nos puede conducir a una dictadura. De este orden serían también el electoralismo como línea de actuación fundamental de partidos y sindicatos; su sectarismo y su falta de democracia interna, de manera que el diferente próximo se suele convertir en el mayor enemigo en lugar del aliado con el que unirse; la dinámica de fomentar el voto “en contra de” sin el menor atisbo de crítica y racionalidad; o la idea de que sólo deben existir opciones de gobierno funcionales al sistema, es decir, de derechas o socioliberales, justificando todo tipo de leyes, argucias y manipulaciones para conseguir ese objetivo.

En cuarto lugar, tendríamos algunos venenos sociales como, por ejemplo, la promoción de la caridad y las ayudas voluntarias y condicionadas en lugar de medidas basadas en la justicia social o en los derechos humanos. O el fomento de la idea de que cualquier tipo de protección social crea personas vagas y parásitas y que, por tanto, hay que tratar de reducir al máximo ese tipo de ayudas, así como los servicios públicos gratuitos o las pensiones públicas. O, en fin, el miedo y la culpabilización al diferente de todos nuestros males, manipulando y ocultando sus causas reales y azuzando los más bajos instintos racistas y xenófobos.

Por último, estarían los venenos culturales. Aquí habría que resaltar la cultura del espectáculo, en donde la televisión y los medios de comunicación juegan un papel fundamental, además de ser canales y altavoces de los demás venenos. Sin embargo, esta cultura está extendida en la práctica a todos los ámbitos de la vida, incluida la escenificación de la lucha política y parlamentaria, que se ha convertido en puro teatro, con guiones, libretos, actores principales y secundarios, “cla”…; o la exhibición pública de la vida privada con el objetivo de envilecer a amplios sectores y desenfocarlos de las causas y soluciones reales de sus problemas… Además del filtrado y manipulación de la información a favor de una exigua élite, o la casi imposibilidad de publicitar o confrontar las posiciones realmente críticas con los poderes dominantes…

De lo anterior es fácil deducir hacia dónde pienso que deberíamos enfocar los esfuerzos por construir una sociedad mucho más humana que la actual –como objetivo las personas-, solidaria con las personas próximas y lejanas, cooperativa en lugar de fieramente competitiva, y realmente sostenible, es decir, también solidaria con las generaciones futuras y con todo el ecosistema del que formamos parte. Tarea ardua y persistente, pero ilusionante y absolutamente necesaria.

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