Perú: Sin marcha atrás

César Hildebrandt

Un 14 de setiembre vi­mos al congresista Al­berto Kouri ir como una puta al SIN para vender su voto por 15,000 dólares.

Los que fingían no saber qué era el fujimorismo, exclamaron:

-Qué horror. Qué vergüenza.

Eran una manada de hipócritas. Bien que sabían cómo operaba la banda del Chino, de qué era capaz, hasta dónde podía llegar. Y no sólo lo sabían: se aprovechaban de ello.

Fujimori no sabía sino mandar. Con él no había negociación posible.

Por eso, cuando vio que no tenía una minoría arrasadora en el Congre­so, le ordenó a su compinche Mon­tesinos que comprara basura parla­mentaria al peso.

Y Montesinos obedeció complaci­dísimo.

En la organización criminal que ambos manejaban la jerarquía era muy clara: Fujimori daba el norte, Montesinos ejecutaba las operaciones para que eso se cumpliera.

Ese ADN pútrido, esa raíz de pócima escupida, ahora tienen el rostro de Galarreta, los bríos de Salaverry, la siempre rampante inclinación de Luz Salgado, el cinismo zombi de Martha Chávez.

Nada ha cambiado en el núcleo duro del fujimorismo.

Eso recién lo empiezan a saber los del gobierno de PPK.

Y ahora reaccionan. Veremos hasta dónde piensan llegar.

No vaya a ser que se trate de una añagaza y que lo que se quiera sea sólo presionar un poco a ver qué “conce­siones” secundarias les arrancan a los herederos de Kouri y Montesinos.

Desde esta columna nos hemos cansado de recordarle al gobierno que su elección nació del repudio nacional a la idea de que el fujimorismo vol­viera a hacer de las suyas. La de PPK fue una opción antibiótica y el pueblo puso la nalga y se tragó el sapo de una dosis de caballo de “chinonicina”.

A pesar de eso, PPK ha permiti­do que el fujimorismo cogobieme y, en muchos casos, se imponga con su habitual grosería. Eso se lo debe PPK al corral de gallinas que siempre le aconsejó lo peor y a su propia debili­dad de carácter.

Cuando el fujimorismo olió la sangre, recuperó los colmillos de sus mejores noches. Y allí lo vimos tum­bándose ministros, humillando al régimen con nombramientos de náu­sea y vetos irracionales, jaqueando, en suma, a las muy cluecas señoras que le dijeron a PPK que lo mejor era arrastrarse y dejarse llevar.

Allí están las consecuencias: 20% de aprobación para el presidente de la república y una rocosa convicción fujimorista de que a este paso, la va­cancia presidencial es posible.

Con el fujimorismo ortodoxo, orgu­lloso de su pasado mañoso, no hay mo­dales que valgan. Ni razones que preva­lezcan. Ni concesiones que lo calmen. Ni agachamientos que lo entusiasmen. Negociar con el fujimorismo es como negociar con el cáncer. El fujimorismo quiere el poder absoluto y esa esencia antidemocrática está invicta.

De modo que no es opción ahora dejarse intimidar. El gobierno no pue­de volver a ceder. Y Femando Zavala tiene que estar convencido de que a partir de este momento no habla en nombre de Backus sino de un gobierno elegido constitucionalmente. Y el de­ber del gobierno es abrirse paso, regir, ejecutar, demostrar que está a la altura de los desafíos. La parálisis no puede ser alternativa. El miedo tampoco. La complicidad con las tesis golpistas del fujimorismo -imagino- no está cerca de algunos mentores del gobierno (con la manifiesta excepción del señor Sheput, por supuesto).

¿Habrá un empantanamiento insti­tucional si el gobierno se propone con­vocar a nuevas elecciones parlamenta­rias luego de dos censuras al gabinete? Esa pregunta se responde con otra: ¿Y no es empantanamiento institucional lo que estamos viviendo?

¿Y si en las nuevas elecciones el fu­jimorismo obtiene más sillas congresales? Eso está por verse. Pero si en cuatro meses, que sería el plazo para los hipotéticos comicios, los perua­nos no somos capaces de armar una campaña nacional que nos prevenga de tamaña metástasis, entonces po­dríamos decir que nos merecemos ese destino.

El gobierno se ha puesto en marcha catorce meses después de su debut. El país que lo eligió le exige que se enfrente al Congreso secuestrado por el fujimo­rismo. Libérenos, señor Kuczynski. De eso se trata todo.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” Nº 364, 15/09/2017 p. 12

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