Bajada de reyes…

Gustavo Espinoza M.

Casi en los mismos días en los que los peruanos recordábamos el 238 aniversario de la rebelión de Túpac Amaru, arribaron a nuestras tierras, los reyes de España. Felipe y Leticia -los Borbones de hoy- y fueron recibidos con altos honores, por autoridades genuflexas y serviles.

Hubo discursos de variado tono, pero ninguno reivindicó el honor nacional, ni habló de los 9 millones de pobladores del imperio nuestro que murieron en los años de la “Conquista”. Tampoco, de los cuartos de Atahualpa, llenos de oro y plata; ni de los tesoros remitidos en galeones a España. Ni siquiera evocaron a Vallejo, el poeta que cantó a la España verdadera. En eso, todos hicieron un mutis, quizá previamente concertado. Nuestros “oradores” olvidaron la Inquisición, y a sus víctimas. Ni evocaron a Túpac Amaru ni se refirieron a su heroísmo, a su nobleza, y a su martirologio. Hacerlo, hubiese sido como hablar de la soga, en la casa del ahorcado. Una impertinencia, sin duda.

Adornado de frases grandilocuentes, Francesco Petrozzi, el caracterizado tenor peruano investido con galas parlamentarias, fue, el más sensiblero y emotivo. Evocó sus “momentos mágicos” en Madrid y dijo “sentirse español”, como el que más; y aludió a las glorias de la hispanidad, y a los parabienes de la conquista. Lo hizo así, quizá porque bulle en su alma el mensaje neocolonial del keikismo, dispuesto siempre a loar opresores, en un país cortesano.

Por su parte, el presidente del Legislativo dijo conmovido: “los peruanos hemos aprendido a reconocer en nuestros hermanos españoles los valores cívicos y democráticos que toda sociedad necesita para alcanzar el desarrollo y el progreso que tanto anhelamos”. Antes que ellos llegaran, éramos salvajes, claro. Charles Baudín había hablado del “Imperio Socialista de los Incas”, sí.

Si en lugar de ellos hubiese hablado Rosa Bartra, la cosa habría sido peor. Habría menospreciado a “los indios”; y calificado de “terroristas” a los que ofrecieron resistencia en los años de la conquista. Habría dicho también que el Perú no está dispuesto a tolerar ni una piedra más, si es que alguien hubiese osado lanzar alguna al paso de los caballos de los conquistadores. Esos que Chocano consideraba fuertes, y ágiles. Y la Beteta le habría hecho el coro, radiante, como en el hemiciclo. La Aramayo -de haber estado en su lugar- habría considerado “mal nacidos” a los antiguos peruanos, por no aceptar “el legado hispánico”, y Becerril hubiese lanzado alaridos de júbilo evocando la Biblia del padre Valverde.

Por eso, solo hubo guirnaldas y flores, saludos de vasallos, y discursos laudatorios. Fue un segmento de la población. La inmensa mayoría de peruanos se mostró indiferente ante los huéspedes. No obstante, en Palacio de Gobierno, dos artistas peruanos, Marino Martínez y Consuelo Jerí cantaron desde la voz de Micaela Bastidas, a la corona que la asesinó a ella y a sus familiares, por resistirse a las fechorías de la colonia y rebelarse frente al sometimiento de su pueblo. Los monarcas se limitaron a escuchar.

238 años después, habló otra vez la voz de los insurgentes.

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