La república no llega sola

Alberto Vergara

I
En esto de construir un Estado de derecho, afirmó Gordon Brown, los primeros cinco siglos son los más duros. Ay, las ínfulas británicas. Pero tiene sentido. Visto así, en estas semanas hemos sido sacudidos por terremotos políticos que son, en realidad, leves movimientos en nuestras placas tectónicas institucionales. El suicidio de Alan García, la prisión inminente de Edwin Donayre, curas tocones amedrentando a una prensa aguerrida, el develamiento del club de la cutra constructora… todos son titulares de una misma gran noticia: la expansión gradual y desordenada de un orden político en el que el privilegio tiene dificultades para burlar la ley. Es decir, en estos días atestiguamos una parcela del largo, moroso y contencioso proceso que implica la construcción de una república.

II
El suicidio de García. Ni hace falta explicarlo: señorón manilargo a punto de ser apresado y desenmascarado por anónimos agentes de la ley se pega un tiro. El escapista profesional entra en delirio. No creo que exista otro episodio en que la distancia entre el gesto político y la realidad política sea más abismal. El recurso más grandilocuente en maridaje con el delito más pedestre. Que no se confunda dramatismo y drama. Hay drama familiar, sin duda, triste. Pero no hay drama nacional. En el drama, una tensión moral desgarra al héroe y, por extensión, al público. Pero aquí el único atribulado era García. No hay forma de simpatizar con los apremios de Alan y sus cuarenta ladrones. Incluso la carta que dejó tiene la profundidad de una mechadera de Twitter. En síntesis, se nos ofreció un simulacro de hondura.

Ahora, lo importante es entender el desencuentro entre el hecho jurídico concreto que da origen al episodio y la finta de trascendencia que lo finaliza. Es una colisión de épocas. García no se dio cuenta de que su ranchera favorita había caducado: ni su palabra era la ley ni seguía siendo el rey. Creció en un tiempo en que la política otorgaba privilegios mayores y creyó que los ejercería para siempre. Los grandes hombres de la patria no roban, la plata les llega sola. Si representan a la nación, ¿por qué no habrían de poseer lo de la nación?

García era el último de esa estirpe. Becerril no pide mármol para sus baños por privilegio. Toledo no grita: “Paga, carajo” por sentirse la aristocracia del poder. Son facinerosos sin más. García, en cambio, consideraba incorrecto que la justicia se metiera con él. Entendía la política como un fuero al margen de las leyes de la república. El privilegio. Una vieja institución. Que como toda institución solo funciona con sostén social. Leo que el periodista Beto Ortiz cita con simpatía al secretario de García cuando afirma: “Hay personas que no han nacido para estar encerradas”. Como en las sociedades con castas, parece que ciertos individuos nacen con un destino preestablecido. Y José Antonio García Belaunde escribe con pesar que García solo vino a Lima porque “le habían tendido una celada”. Es decir, que se hiciera público que Odebrecht le había pagado conferencias con dinero de la caja 2 que en toda América Latina sirvió para coimear políticos constituye “una celada”.

Entonces, no es que García solito se convenció de merecer prerrogativas excepcionales. La institución antirrepublicana del privilegio funciona porque parte de la opinión pública comulga con el señoronismo virreinal, porque el azar lleva a tu mejor amigo a ser embajador en la misma ciudad donde te exilias, porque tienes peones trejos en el Congreso, porque en Palacio de Justicia aún merodea el compadrazgo… Un sistema.

Sin embargo, el privilegio político es uno entre otros. Es inminente la cárcel para Edwin Donayre, congresista y ex comandante general del Ejército. El hombre llegó a lo más alto del escalafón militar. Rebosaba de galones. De galones de gasolina. Robó, aproximadamente, 174.000 galones de combustible. Fue encontrado culpable en todas las instancias judiciales. Pero entre lágrimas declaró que había sido entrenado para la guerra, no para los ataques que ha sufrido. Tiene razón: la guerra y sus instituciones como algo al margen de las leyes de la república. Cuando estas y la prensa civil lo alcanzan, lo considera un ataque.

El privilegio militar es otra vieja institución. El militarismo tumultuoso y caudillista nace con la república. Es más, la república debió convivir con él. Carmen McEvoy habla de la república militarizada. Hemos padecido la reiterada usurpación militar contra la soberanía popular. De esa relación se desgaja una vida militar con prerrogativas excepcionales. El proyecto liberal de la Constitución de 1856 buscó eliminarlo. Dos décadas después el civilismo volvió a la carga. Entrado el siglo XXI, sobrevive. Con el argumento de la seguridad nacional muchas compras militares quedan en la oscuridad. Sería un abuso negar que existen uniformados que son ejemplo de rectitud, pero también una hipocresía callar que las compras militares son la ‘tinka’ de los de arriba. Que nadie intente husmear ahí. Mi fuero. Doscientos años de privilegio. Obviamente, Donayre no comprende que lo vayan a mandar a ‘canarias’.

El cura mañuco es personaje conocido y transnacional. Las revelaciones sobre los abusos que la secta Sodalicio cometía sobre los jóvenes enrolados están muy bien documentadas; la impunidad de sus cabecillas, una triste realidad. La investigación valerosa y admirable que por años han realizado los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas ha permitido que entendamos no solo el abuso singular, sino su institucionalización; el sistema que posibilita la prerrogativa infame de dañar vidas sin que las leyes de la república alcancen a los perpetradores. Y el arzobispo de Piura, José Antonio Eguren, ha intentado callarlos.

Durante siglos la Iglesia estuvo al margen de las normas terrenales. Costó mucho a las repúblicas latinoamericanas arrancarle privilegios heredados de la colonia. Solo en México el liberalismo anticlerical se hizo institución y mito popular. No aquí. Aun así, visto en perspectiva, en estos doscientos años la Iglesia debió aceptar que otras confesiones fueran toleradas, que los registros de nacimiento los realizara el Estado y no un párroco, el matrimonio civil y el divorcio. Ahora que su milenaria tradición de abusar sexualmente de niños y niñas pierde la pelea de la opinión pública, transa en la creación de comisiones contra la pederastia. Con la otra mano, mientras tanto, se alía con los viejos rivales protestantes, para alertarnos contra el sexo anal y reclamar fueros privativos: #conmipremodernidadnotemetas. El enemigo principal, como siempre, es la república y la educación laica.

III
Hasta aquí he mostrado, entonces, que los episodios García, Donayre y los curas reaccionando contra el avance de la civilización son las paradas más recientes del largo itinerario de construcción de una república donde la ley sea universal e igualitaria. Si hace falta recordarlo, las revoluciones en Francia y Estados Unidos se hicieron para liquidar diferencias y estamentos, y así disfrutar de la libertad que brinda la igualdad ante la ley. Entonces, en las últimas semanas hemos visto una coyuntura que ha señalado el avance de la república frente al privilegio.

Sin embargo, no pretendo prestarles voz a las sirenas del optimismo. Insertar nuestra circunstancia en una larga trayectoria de construcción republicana es, más bien, una invocación a la acción. Constatar una coyuntura auspiciosa donde ciertas instituciones o la sociedad apuntan hacia la república es también subrayar que las cosas podrían ser de otra manera. No hay piloto automático de la república.

Si este progreso ha sido posible, digámoslo de una vez, se debe en lo fundamental a la derrota política del fujimorismo. El fujimorismo, en su origen golpista y corrupto, y en su desarrollo keikista posterior ha sido una fuerza abocada a sabotear el Estado de derecho. Y no lo pasemos por alto, en alianza con el Apra. No han inventado este propósito, pero son su encarnación contemporánea. El gran activo político del fujimorismo ha sido la compleja y original tarea de prometer socavar la república de manera segmentada. A clérigos, políticos, militares y ricachones les prometió que la república no entorpecería sus privilegios. Al Perú informal e ilegal le juró que seguiría lucrando sin cortapisas estatales siempre y cuando aportaran a la campaña. Así, el encumbrado privilegio y la ilegalidad ramplona se abrazaron sobre el puente fujimorista.

Los adversarios de la república son visibles. Basta con rastrear quiénes lucharon contra el acuerdo con Odebrecht, quiénes han atacado la laicidad educativa, quiénes arroparon al fiscal Chávarry, quiénes fondearon el informe del congresista Juan Pari (a quien el país le debe un reconocimiento mayor), etc. No hay misterio. Mauricio Mulder o Rosa Bartra, por poner ejemplos evidentes, son la encarnación de lo antirrepublicano porque su labor está abocada a boicotear lo que Philip Pettit considera el centro del republicanismo: la eterna vigilancia de lo público. No sirven a la república, sirven a su señor.

Ahora, si hay quienes han trabajado activamente para descarrilar a la república, no podemos dejar de mencionar a quienes militan en un silencio pusilánime, que es funcional a tal propósito. A falta de un mejor adjetivo, lo llamaré una actitud ppkausa. No es asunto partidario, es una disposición a la pereza política. Siempre listos a renunciar a cualquier batalla. Con su Acemoglu y Robinson leído a medias, nunca pierden oportunidad para procurar contemporizar con quienes buscan desmantelar la república.

Por cierto, la izquierda tampoco puede sacudirse de la época. Es penoso verlos alegar ignorancia ante el dinero que Odebrecht dio para la campaña de la revocatoria. No menos vergonzoso es el arrimón con la izquierda homofóbica. Es decir, en sinuosa simetría con la derecha, la izquierda también termina flanqueada por Odebrecht y el oscurantismo.

Entonces, esta coyuntura de avance republicano tiene como variable principal el desmoronamiento del fujimorismo. Que solo puede explicarse, a su vez, porque hubo bolsones limpios en el Poder Judicial y en la Policía Nacional que hicieron su trabajo de manera encomiable y que cuando les iban a arrebatar lo conseguido acudieron a la prensa para protegerlo. Nos presentaron a la señora K. Se debe también a una prensa libre que mayoritariamente se ha jugado por el Estado de derecho en una forma que, confieso, nunca pensé vería en el Perú. Finalmente, una ciudadanía que, lejos de ser el bloque informal e ilegal que, según los teóricos del fujimorismo solo podía ser bien representada por Becerril y Aramayo, ha apoyado las reformas de justicia y política, y de acuerdo con las encuestas no se ha creído el embuste “histórico” de García ni comulga de manera mayoritaria con los fanáticos antigénero.

Tal vez en otro momento de la trayectoria de construcción republicana el motor de los cambios estuvo en la clase política, pero no ha sido así en nuestros días. La república ha avanzado a pesar de la clase política. Empujada por una prensa recia, una ciudadanía más rica y consciente, aun si abandonada políticamente (ciudadanos sin república, les llamé hace seis años), e individuos claves en ciertas instituciones estatales.

Ahora, no se crea que las fuerzas antirrepublicanas van a seguir groguis por mucho tiempo. Trump, Bolsonaro y varios casos en Europa del Este demuestran que la defensa de los privilegios se reagrupa. Quienes aborrecen el sistema igualitario republicano se sienten genuinamente heridos cuando el “orden natural” de la sociedad se altera y los gays pueden casarse, un negro llega a la Casa Blanca o un Carhuancho le dicta sentencia a un Graña.

IV
La historia no comenzó con nosotros. La pelea por la república es vieja. Sus problemas no nacieron con el neoliberalismo, como machaca el argumento izquierdista. En estas semanas hemos visto un pedacito interesante de esa trayectoria. La evaluación de qué nos ha hecho avanzar y qué buscaba mantenernos en los páramos de la impunidad deja lecciones. Como Luis Alberto Sánchez respecto de la generación que le precedió, es hora de hacer nuestro balance y liquidación. En términos políticos y republicanos, el signo de nuestra época ha sido la traición de las élites. El liderazgo político, empresarial y tecnocrático peruano se pitorreó en la república. O actuaron decididamente contra ella o se hicieron los suecos. Mientras tanto, los ciudadanos estábamos recontradivertidos reventando la tarjeta de crédito. También somos responsables. Sin embargo, al menos en día de elecciones siempre tuvimos el reflejo de evitar lo peor. Porque ya se dijo, los pueblos no tienen los gobernantes que merecen, sino los que sus élites les ofrecen. Lo que hemos visto en estos 30 años es penoso. De la ladronería centralizada de Fujimori y Montesinos al robo fragmentario de los 2000. No hay PBI que lo maquille.

En la política peruana hoy no hay jugadores fuertes. Cunde una suerte de saludable pluralismo de la debilidad. Por tanto, el futuro es incierto. Y puede ser mejor. Como a lo largo de la historia, quienes se benefician de la ausencia de ley universal van a defender sus fueros y la república dará batalla por reducirlos. Basadre habló con lucidez de la “serie de posibilidades de la emancipación peruana”. Nuestro futuro también está constituido de una serie de posibilidades. La república será lo que hagamos de ella. Porque la república, a diferencia de los privilegios, no llega sola.

Domingo 05 de mayo del 2019

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