Chile: El plan Condorito

Juan Manuel Robles

Se viene en Chile un espectáculo horroroso, aunque los chilenos de bien todavía no lo sepan, aunque crean que lo imaginan y se lo figuran y que, bah, no será tan grave. Lo será. Yo antes solía decir, de muchas cosas, “eso nunca pasaría en Chile”, porque soy peruano y siempre he visto con cierta envidia los contrastes entre su país y el nuestro: su orden contra nuestro caos, su institucionalidad contra nuestro desbande, su capacidad de consensos civilizados contra nuestro transfuguismo puñalero, su sistema de partidos contra nuestro sistema de cupos, su progreso imperfecto contra nuestra perfecta vocación por el abismo. Pero son tiempos de quiebre y confusión. Y si hace unos años Míster Trump acabó con el “eso nunca pasará en Estados Unidos” pues le toca a Chile y de una manera que ya se está viendo, y que se agravará con el paso de las semanas de campaña para la segunda vuelta entre Boric y Kast; todo parece en relativa calma ahora, pero será feo, no lo duden. Un montón de cosas que en Chile “no pasan”, pasarán.

El campo de batalla ya no es el de las ideas. Qué importan las ideas. La ultraderecha tiene un libreto que a estas alturas ha aprendido a usar: la provocación y la mentira, la ofensa inesperada que ataranta y genera desconcierto. Como adolescentes en secundaria, se plantan altaneros para burlarse de cosas de las que la gente decente no se burla. “Incorrección política” le llaman, como si fuera un rasgo de personalidad —un estilo—, pero es parte de un plan: que lo dicho se multiplique y golpee. No es algo aislado, es un patrón del continente: no un plan Cóndor pero sí un plan Condorito, con escuadrones de bots en Twitter y redes sociales.

A estas alturas es ya clásica la payasada del gran precursor de todo esto. En 2016, el señor Jair Bolsonaro, todavía diputado en Brasil, dedicó su voto a favor del impeachment contra Dilma Rousseff a la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador de la dictadura militar de João Goulart, “el terror de Dilma”, dijo reilón. Desconcertó a todos, provocó indignación, y por supuesto, salió en titulares en varios idiomas. Fue el inicio de una reivindicación de la dictadura como emblema de “orden”, al tiempo que se le restaba importancia histórica a los crímenes. El diputado se hizo popular y tiempo después pasó lo que pasó.

Performática, esta derecha. Tuitera, tuiteable. Deslenguada y llena de mentiras. Ahí va el argentino Javier Milei que escandaliza a presentadoras de televisión con malas palabras y grita llamando al Papa “representante de ‘el maligno’ en la Tierra”, o refiriéndose a él como “comunista imbécil de Roma”. Lo hacía hace meses y las redes estallaban. Se dice liberal pero el lema de su movimiento es Libertad, Guns, Bolsonaro y Trump, una joda a las siglas de la comunidad LGBT. Fue elegido diputado y su carrera política va viento en popa.

La compañera de fórmula de Milei, Victoria Villarroel, es una abierta negacionista de los crímenes de Estado de Rafael Videla, que desde su punto de vista solo respondieron a acciones subversivas equiparables. “Las primeras mujeres en hacer las rondas en Plaza de Mayo fueron las víctimas del terrorismo”, ha llegado a mentir ante el público. Videla mató y desapareció más gente que Pinochet, pero a quién le importan esos detalles.

En el Perú tuvimos a Rafael López Aliaga llamando tarados e imbéciles a quienes votaban por Castillo, la “alternativa comunista”. Gritó “¡muerte a Pedro Castillo!”, en una manifestación en favor de Keiko Fujimori. También difamó a periodistas (incluso a una conocida presentadora de derecha le inventó un romance). López Aliaga, quien provocaba risas a inicios del 2021, terminó tercero en las elecciones.

Ahora le toca a Chile, un país que tiene un lugar en la historia de la ultraderecha. El candidato José Antonio Kast dice ser admirador de Augusto Pinochet, y es un negacionista que incluso cuestiona el término “dictadura” al referirse al régimen; quiere combatir a los inmigrantes y promete derogar la ley de aborto “aunque no tenga mayoría en el parlamento”. Pero no es el más destemplado en esta campaña. Para eso está su fuerza de choque. En las elecciones fue elegido diputado Johannes Kaiser, un pro Kast misógino que se preguntaba hace poco, en un video viral, si fue “buena idea” el voto femenino y dijo que a los violadores de “feas” hay que darles una medalla. Las declaraciones nos remontan al bisoño Jair Bolsonaro, que hace años le dijo a una compañera diputada que ella “no merecía ser violada”.

Al ver lo que dicen personajes como estos, veo en Chile esa sorpresa inicial que ya ha ocurrido en otras campañas latinoamericanas: ¿por qué estas personas pueden decir esas cosas impunemente?, se preguntan en las redes. ¿No hay ninguna ley que las pueda detener?, consultan ingenuamente. “En otro país no podría decir lo que dice”, aseguran.

Pues entérense, amigos chilenos: ese país donde la derecha es sancionada por sus excesos no existe. Ustedes son —eran— ese país. Ese país donde la derecha guardaba las formas y respetaba los consensos históricos, donde hasta Sebastián Piñera, para tener posibilidades presidenciales, declaraba haber votado por el “No” en el plebiscito de Pinochet. Eran ese país donde la difusión de la historia reciente parecía bien resguardada en un Museo de la Memoria ejemplar, independientemente de quién estuviera en el gobierno, y donde incluso un par de altos funcionarios tuvieron que renunciar por hacer comentarios que trivializaban el horror de la dictadura. El país serio que partía de una premisa básica: nunca más.

El “nunca más” se va desvaneciendo y ese proceso se agudizará en las semanas que vienen, estoy seguro.

Y lo peor no será ver eso: negacionismo impune, rechazo a la pobreza de gente que vive en la pobreza, la xenofobia exacerbada cuando Kast promete hacer zanjas en las fronteras. Lo peor será ver que con ese discurso repetido se apelará al miedo. Ya se está diciendo que Boric, un progresista de ancha base, es comunista. Boric comunista. Boric comunista. Ya se está repitiendo que dejará a Chile como Cuba y Venezuela. Pero lo peor no será eso.

Lo peor será ver que ese miedo sembrado sí funciona. Ver la forma en que calará en personas que ni siquiera imaginarían. En amigos, familiares y conocidos con quienes toda la vida compartieron el desprecio por Pinochet y su horror. No hay nada más parecido a un fascista que un liberal asustado, dice el dicho. Pues a los chilenos les tocará ver un montón de periodistas, empresarios, maestros y artistas muy liberales, y muy asustados.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°567, del 26/11/2021  p15

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