Perú. Maniqueismo y minería

Gustavo Espinoza M.

En el Siglo III de Nuestra Era vivió un sabio persa que hizo historia. Nacido en la antigua Babilonia, fue un filósofo que se convirtió pronto en un líder religioso. Sumó algunas concep­ciones del cristianismo agnós­tico con ciertas ideas Budistas y tomó enseñanzas recogidas de Zaratustra; para dar curso a un pensamiento en ese entones novedoso.

La base central de su propuesta estribaba en dividir los fenómenos de la época en dos grandes vertientes: unos eran buenos, y otros malos. Los pri­meros encarnaban la luz; y los segundos, las tinieblas.

Mani -o Manes- el fundador de esta Escuela, caló profun­damente en diversos países del Medio Oriente, pero aún hoy tiene seguidores, tanto allí como en otros confines del pla­neta. Lo que no sabíamos, era que también había llegado a nuestras tierras.

Recientemente la crisis política ha mostrado a ciertos personajes imbuidos de una clara práctica maniqueista. Se han considerado portadores de un “mensaje” y han descalificado a otros procurando desacredi­tar sus convicciones. Quizá si el exponente más claro de esa deformación, ha sido el ex Pri­mer Ministro Pedro Cateriano Bellido, y el tema abordado por él, ha sido el de la minería.

El Perú, ha dicho, es un País Minero. Allí radica lo medular de la vida nacional. Los Patriotas tienen que apoyar la minería a rajatabla- Y quienes no la apoyen serán, por decirlo de alguna manera, portadores de un mensaje del infierno.

Entendámonos: el Perú no es un país minero. La minería aporta sólo el 14% del Producto Bruto Interno, y ocupa apenas al 2% de la Población Econó­micamente Activa. La inmen­sa mayoría de los peruanos no tienen vínculo directo con esta actividad extractiva. Hoy, la base productiva está diver­sificada.

Antes de la experiencia militar del 68 el Perú era un país agrario-minero; pero gracias a ella, abrió su espectro y pasó a ser también un país industrial. Luego, y como obsequio del neo liberalismo, el proceso de industrialización fue abandonado, y hoy el Perú es más bien un país de comercio y de servicios.

Un segmento muy alto de la población vive del comercio ambulatorio y de las cadenas turísticas que funcionan gracias a los atrac­tivos nacionales. Pero la minería, propiamente ha pasado a un se­gundo, y hasta un tercer plano. Sostenerlo, no es anti patriótico, es simplemente mirar la realidad y apreciar, con sentido común, los hechos tales como son.

¿La minería genera riqueza? Claro que sí. Si no la generara, no se podría explicar el interés de las grandes corporaciones por invertir en esa área. Tampoco las fortunas acumuladas por algunos personajes de la vida contempo­ránea: Los Patiño, en Bolivia; los Benavides de la Quintana, en el Perú; los Hoschild; no gozarían -como lo hacen- si no existiera la extracción minera. Ellos se llevan esa riqueza, en carretilla.

Se han vuelto ricos con la mi­nería, aunque no se han dado cuenta que esa riqueza es preca­ria: en épocas de Pandemia, como ésta, los minerales no se comen; las piedras preciosas sirven de adorno, pero no alimentan. Para vivir, los pueblos no necesitan oro ni plata; sino comida. Y ella, la produce la agricultura.

Lo que hace la minería, es destruir la agricultura. El riquísimo valle de Moquegua fue destruido por la Southern para extraer el cobre. Y los andes peruanos, pro­ductores de todos los alimentos, fueron perforados por empresa mineras en Pasco, Apurímac, Huancavelica, y otras ciudades. Como consecuencia de ello, ¿han vivido mejor las poblaciones de esas zonas? Sus viviendas ¿han tenido agua y luz en abundancia? Sus servicios sanitarios ¿han ser­vido para contener la Pandemia que hoy agobia a los peruanos? Sus escuelas ¿han cobijado a ni­ños rebosantes y bien nutridos que han concurrido a sus aulas dichosos de aprender? ¿Ha me­jorado siquiera el clima, en esas regiones?

Objetivamente la minería ha sido fuente de pobreza para millones de peruanos. Me refiero, claro, a los que han sobrevivido. Porque muchos han muerto por la silicosis y los pulmones atrave­sados por plomo. Otros, envene­nados por aguas contaminadas por uranio y otros minerales y residuos tóxicos ¿Alguien podría decir que eso, no es cierto?.

Que un país como el nuestro deba también explotar sus recur­sos mineros, es comprensible, y hasta necesario. Pero eso pasa por asegurar dos cosas: que esa explo­tación minera no afecte las tierras dedicadas a la producción de alimentos, y que no ponga en riesgo la vida humana, es decir que no dañe irremedia­blemente a las personas. ¿Es eso posible? Claro que sí. Lo que ocurre es que hacerlo de ese modo, disminuirá sustan­tivamente las utilidades de las grandes empresas.

Roque Benavides pondrá el grito en el cielo y dirá exultan­te que las políticas de Estado “no apoyan al empresariado”. Antamina, la Southern, Bue­naventura, Quellaveco y otros consorcios se tomarán de las manos para llorar a coro. Como los empresarios de la CONFIEP, los dueños de las Clínicas, los propietarios de las Cadenas Farmacéuticas, o los vende­dores de oxígeno; no quieren perder un centavo. Y llamarán al unísono “antimineros” a los que pongan resistencia a sus prácticas depredadoras.

Ahora quieren “Tía María”, para acabar con el Valle de Tambo; y Conga, en Cajamarca. Su Maniqueísmo, no les ofrece otra opción.

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