Perú: La ruleta rusa de este domingo

César Hildebrandt

No importa qué suceda este domingo.

Lo que importa es que la incertidumbre, la fragilidad, el desgarro seguirán acompañándonos.

Entre ocho y diez “partidos” obtendrán representación electoral.

Por eso el congreso será un archipiélago de demagogos baratos y, en algunos casos, siniestros.

Baratos serán los que representen a aquellos “líderes” que prometieron la resurrección del Perú, las vacunas como cancha, las corvinas con su li­món, las risas y la salsa. Siniestros serán los que hagan lobby polpotiano en nombre de quien encama los planes del Movadef y, por tanto, la estrategia de Sendero Luminoso en su versión fingidamente electoral.

Será un congreso del mismo nivel que el actual, o quizá peor. ¿Algo puede ser peor que este congreso? Sí, el próximo. Es la inexorable ley de un país en decadencia, que eso es lo que somos.

Con un congreso de esa naturaleza, la gobernabilidad tendrá las mismas características que las que hemos visto en los últimos tiempos. Es decir, será muy difícil establecer las prioridades, acordar la agenda del gasto y la inversión pública, crear un consenso “multipartidario” sobre los estímulos a la economía.

Es como si el Perú quisiera proclamar a los cuatro vientos su fracaso.

Tenemos el segundo peor manejo mundial de la pandemia, una crisis económica profunda que pasa porque la informalidad (parasitaria, si hablamos de tributos) es la que más empleos produce, seis presidentes del pasado inmediato prontuariados, demolición de la partidocracia, y ahora nos dirigi­mos a elegir a un gobierno de cartón que habrá de enfrentarse a un congreso hostil, a un aquelarre de intereses parcelarios.

Y fíjense que no he mencionado el tema de la inseguridad. Nuestras ciudades han sido tomadas por el hampa y la policía se ha replegado en una clara señal de desistimiento. Y las pocas veces que la policía actúa, fiscales o jueces corrompidos hacen de las suyas y liberan a quienes fueron arrestados en flagrancia. El crimen sí paga en el Perú. Y paga bien.

¿Qué hemos hecho con el país que decimos amar?

Lo hemos roto por dentro. Lo hemos eviscerado. Lo hemos despatriado.

Produjimos la guerrilla maoísta más salvaje de América Latina. Un chiflado que apenas podía es­cribir dos frases hilvanadas se irguió en líder de unas hordas que tenían en la cabeza tres eslóganes sanguinarios, un lápiz y un cuaderno de notas. El atraso del país, los resentimientos sembrados por las élites, el desprecio permitieron a Sendero Luminoso ser arropado entre aquellos que jamás se sintieron peruanos porque, recíprocamente, el Estado jamás los consideró ciudadanos.

Todo eso nos costó cientos de miles de muertos. Entonces, llegó la respuesta. La derrota militar de Sendero Luminoso hizo que las castas encumbradas volvieran a la arrogancia y quien las interpretó en su papel restaurador fue Alberto Fujimori.

Nos impusieron el modelo neoliberal como un castigo. Como si todos los peruanos hubiéramos sido responsables por lo que hizo Sendero. Y como si el remedio a la guerra civil padecida fuera destruir el Estado y dejar que el mercado decidiera qué educa­ción íbamos a tener, cuál sería el sistema de salud, cuánta infraestructura dejaríamos de construir.

La respuesta a Sendero Luminoso fue el gobierno de la CONFIEP y la avaricia. Era como si el Perú se excitase en los extremos y detestase las texturas, el trabajoso gris del centro.

Con el gobierno de Fujimori y la CONFIEP vino la constitución que nos detuvo en un modelo que produce desigualdad, injusticia, nuevas rabias.

La derecha festejó esta fiesta del mercado. No le importó que, para sometemos, el gobierno del binacional Fujimori tuviera que hacerse dictadura. Tampoco le importó que las fuerzas armadas tuviesen que corromperse hasta el tuétano para sostener a un régimen de saqueadores y maleantes. Y no se preocupó cuando hubo señas suficientes de que la privatización de casi todo se había producido en un mar de lodo y prebendas.

Menos le importó a la CONFIEP que el gobierno de la venganza y la “reconstrucción” hiciera de la política un muladar donde las razones valían menos que las chairas y los congresistas se vendían por diez o quince mil dólares. Y mucho menos se interesó por la destrucción sis­temática de los fueros sindicales y por la campaña de demolición que la prensa inventada por el SIN hizo de los llamados “partidos tradicionales”.

Recapitulemos: tuvimos a Sendero Luminoso y a Fujimori sucesivamente. ¿Alguien puede sobrevivir civilizadamente a tales experiencias?

Lo que quedó fue un país en escombros, una pesadilla del sálvese quien pueda. Lo más espantoso del senderismo fue demostramos que el asesinato era políticamente renta­ble. Lo más maligno del fujimorismo fue hacerles creer a sus víctimas que el darwinismo social era un buen método de ordenar las cosas. Con el senderismo nos bañamos en sangre. Con el fuji­morismo nos convencimos de que lo social dejaba de existir y que sólo la codicia y el individualismo feroz nos podían salvar.

Después llegaron las vergüenzas conocidas. De un país que había permitido lo que Fujimori hizo y Montesinos ejecutó, debíamos esperar una reacción antibiótica, una pelea patriótica por la recuperación de la conciencia. Para nuestra desgracia, tuvimos a Toledo, a García, a Humala, a Kuczynski, a Vizcarra. Todos venían del cementerio de los partidos políticos inaugurado durante la década fujimorista. Todos procedieron a cavar sus propias tumbas.

Y ahora, en plena pandemia, hemos hecho tan mal las cosas que la mayor parte de los votantes tiene ganas de quedarse en casa este domingo. Los candidatos más exitosos son los que más han gritado y repetido promesas incumplibles.

Y como para confirmar que nos movemos en círculo, tanto Sendero Luminoso como el fujimo­rismo están representados en estos comicios des­angelados. Es la obstinación en el horror de un país que, bebido y cargado de culpas, juega a la ruleta rusa con un revólver en la sien. El domingo veremos si se dispara de una vez por todas.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 534, 09/04/2021  p12

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