Parar la conspiración

César Hildebrandt

El golpe de estado se está consumando.

Esta vez no hay tanques, milicos con metralleta en la esquina del congreso, casas rodeadas por la soldadesca.

Es un golpe distinto. Es un aporte imaginativo del Perú al golpismo de las derechas globalizadas.

Se trata de robarle la elección a Pedro Castillo, el profe chotano y mal hablado que pudo derrotar a la señora que encarnaba todas las codicias de los que cortan el jamón.

Es trumpismo andino, como se me ocurrió decir hace tres semanas. Pero es trumpismo exitoso.

No toman el Congreso (capitolio) porque ya lo tienen en sus manos y, mientras tanto, arman un Tribunal Constitucional ad hoc que pueda servirles próximamente en el caso de que la legitimidad de las elecciones vaya como tema a su jurisdicción.

No toman los periódicos porque ya son suyos ni censuran a la televisión porque ya se encamaron hasta la náusea con ella. Lo que hacen, más bien, es sabotear al Jurado Nacional de Elecciones que se niega a darles la razón. Lo que exigen es saber quiénes votaron por quién y lo que intentan es puentear y negar el trabajo de la ONPE a la hora del conteo.

Al mismo tiempo, su prensa anuncia baños de sangre y algunos militares en retiro, pensionados por un régimen especial que nada tiene que ver con las miserias de los civiles sometidos a la ONP y con la estafa de las AFP fujimoristas, salen a la calle con las espaditas que les sirvieron para impresionar a sus novias en las fiestas de etiqueta. Y ahora se suman los generales en retiro de la PNP, muchos de los cuales estuvieron metidos en desmanes presupuestarios y malversaciones todavía impunes.

La notoria procesada Keiko Fujimori está a la cabeza de esta operación. La derecha más chabacana, el fascismo menos letrado, la cutra en frac, el club de la construcción, los que tienen expedientes abiertos y futuro en la sombra están con Keiko Fujimori.

Ellos asienten complacidos con cada paso que da el golpe de estado. Su esperanza es que el país trague ese sapo y que los militares hagan el trabajo sucio ante una nación sometida al terror.

La estrategia “electoral” del fujimorismo, líder otra vez de la derecha peruana, ya resulta irrelevante.

Primero trataron de decir que les habían hurtado votos. Después dijeron que a Castillo le habían regalado votos fraudulentos. A estas alturas lo que piden es que todo se anule, lo que es tácita confesión de perdedores.

Lo que no aceptan es que Pedro Castillo sea ya el presidente electo del Perú. Lo que dicen es que si la candidata no ganó, entonces “tuvo que haber fraude”. Es la Torre Trump construida por Graña y Montero.

No dirían eso, claro, si el ganador hubiese sido De Soto, López Aliaga o Acuña. No lo dirían si hubiese sido Lescano. El problema no es que la eterna perdedora volvió a perder. El problema es que perdió ante el único candidato que “no debía ganar bajo ninguna circunstancia”.

Eso es lo que piensa el empresariado ultraderechista que hoy ni siquiera se siente representado por la CONFIEP, acusada de tibia. Eso es lo que piensan los militares herederos del veto que privó a Haya de la Torre de la presidencia en 1962. Eso es lo que alienta el entorno prontuariado de Keiko Fujimori.

Digámoslo claro de una vez por todas: la jefa de una organización criminal –la definición es del fiscal José Domingo Pérez–, que sirvió para recaudar decenas de millones de plata negra, ha decidido subvertir el orden democrático después de perder su tercera elección. Y a eso se están prestando la prensa despatarrada, un gran sector del empresariado, el Congreso, algunos militares en retiro que viven privilegiadamente gracias a los impuestos que se recaudan.

El fujimorismo, como siempre, es fiel a su ADN, al síndrome autoritario y placentario que lo definió. Como el fraude no se pudo demostrar porque fue un invento surgido de la derrota, pues entonces hay que tumbarse al Jurado Nacional de Elecciones, en cuyas manos está proclamar al ganador. Y si el JNE se rehace y quiere seguir calificando los pedidos de nulidad, pues entonces continuarán los recursos, las apelaciones a instancias judiciales, los pedidos de reconsideración, los habeas data: la creatividad de los bufetes dedicados a blindar al hampa tiende a parecerse al infinito.

Mientras tanto, no hay presidente electo tres semanas después de la elección. Y el plan es –no lo olvidemos– que no lo haya.

La operación tiene un cronograma pensado por algún SIN zombi que ha vuelto a probar carne humana y tiene hambre. Se trata de que el próximo y bicentenario 28 de julio sigamos sin gobierno en cuanto al poder ejecutivo se refiere. ¿Qué tendríamos? ¡El Congreso!

El plan es que en ese recinto, donde todo puede ocurrir, se elija como líder a alguien lo suficientemente audaz como para que, ante “el vacío de poder”, asuma la presidencia de la república de modo provisional y convoque nuevas elecciones. ¡Operación coronada!

¿Y las provincias despreciadas? ¿Y la reacción de los casi nueve millones de peruanos que votaron por Castillo?

El cálculo es que ese “costo social” y político puede ser manejable. ¿Cuántos muertos se necesitan para poner en jaque a un gobierno golpista que aducirá estar cumpliendo con la ley dado que el Jurado Nacional de Elecciones no pudo proclamar a un ganador? Los opinólogos de la comparsa golpista recordarán que en 1962, ante la parálisis del JNE por las acusaciones de fraude impulsadas por los militares que habían vetado históricamente a Haya de la Torre, se dio el golpe de estado del 18 de julio. Hubo nuevas elecciones en las que Fernando Belaunde obtuvo el triunfo. Víctor Andrés García Belaunde, ahora encajado en las tesis del fujimorismo derrotado, debería repasar ese episodio.

Lo que no sabe Keiko Fujimori es que si el golpe se produjera tal como lo hemos intentado describir, ella estará, al final, fuera del juego.

La derecha no volverá a apostar por alguien cuyo antivoto es como el peñón de Gibraltar. La ironía es que el golpe, tramado por sus secuaces y refinado por los uniformados, terminaría con la carrera de quien quiso imitar a su padre olvidando que una retroexcavadora no es lo mismo que un tractor hipocritón. Si la derecha la dejara en la cuneta, como podría suceder perfectamente, a la señora la esperan las lentitudes repetitivas de la chirona: nadie sabe para quién trabaja.

En resumen, dependemos del Jurado Nacional de Elecciones. El golpe “suave” se evitará si el JNE cumple su tarea a tiempo y, en nombre de intereses mayores que tienen que ver con la continuidad democrática, analiza en racimos los pedidos de nulidad, los califica por patrones comunes y los resuelve en bloque según su propia jurisprudencia. La otra alternativa es que esa institución haga el ridículo de someterse al diluvio de papelería abogadil lanzada por el golpismo y pase el 28 de julio “cumpliendo su deber”: revisando, con ojos de presbicia y respiraciones entrecortadas, los cientos de recursos que tenían por objetivo sabotear, precisamente, su histórica misión.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°545, del 25/06/2021   p8

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