Perú: Volverse Rospigliosi

Juan Manuel Robles

Nada resume mejor la decadencia del viejo antifujimorismo que Fernando Rospigliosi, un referente ineludible en la lucha contra la autocracia de los noventa hoy convertido en el lamentable “analista” que vemos en los medios: un peón de Keiko Fujimori que se ha dedicado a contradecir cada una de las cosas que él mismo sostenía solo unos años atrás (la gran corrupción de la que él nos advertía, la de Fujimori, es hoy en su discurso la mejor opción para conducir el país). Su sola cercanía a la organización que combatió (una organización criminal, a decir de los fiscales) es la estampa aparente de la traición a sí mismo, algo que daría lugar al puro desprecio —o a la indiferencia— si no fuera un hecho tan decepcionante. Porque, no se confundan, este no es un transfuguismo cualquiera: Fernando Rospigliosi no es Nano Guerra García. No era un simple colaborador en la oposición férrea al fujimorismo, alguien que enarbolaba banderas y buenas intenciones. Rospigliosi fue uno de los cerebros de la resistencia. Un caviar en toda regla que había pasado del izquierdismo duro a la moderación neoliberal, un creyente del mercado pero enemigo del mercantilismo con licencias pactadas en la salita del SIN. Todas las semanas, bajo su foto sin actualizar en “Caretas”, opinaba en columnas mal escritas pero bien informadas y pensadas, revelando verdades secretas que quemaban doblemente (porque eran primicias y porque decir la verdad entonces era peligroso). Rospigliosi no solo nos daba revelaciones indignantes del poder, sino que explicaba los mecanismos de la mafia. Tenía registro intelectual. Había escrito un libro sobresaliente: El arte del engaño, sobre la desinformación y la propaganda en los medios afines a Montesinos.

Ese libro es una síntesis lúcida, didáctica, de los mecanismos de la mentira de los medios (aplicado al Perú de fines de los noventa). Los estudiantes de Comunicaciones lo teníamos como complemento, junto a los clásicos. Pero el libro de Rospigliosi tenía el encanto de la cercanía y la actualidad: era genial aterrizar los conceptos de los títulos de Paidós en el muladar peruano de los diarios chicha.

¿Qué pasó con aquel hombre? El otro día leí cómo un viejo amigo suyo oenegero —excompañero de la vida y la lucha— comentaba con tristeza que la transformación los había separado, y describía el cambio como algo más o menos repentino e inexplicable. Ahora que nos hemos enterado por un informe que la empresa de Rospigliosi cobró 180 mil soles de Fuerza Popular, a muchos les parece obvia la razón de la metamorfosis.

Pues yo no estoy seguro de que sea solo el dinero (si es que lo es). Yo creo que, como ocurre a veces, en algún momento empezaron a emerger cosas que ya estaban allí.

De hecho, creo que el de Rospigliosi no es un caso aislado. Es un síntoma. El suyo es el estado avanzado de una enfermedad que va atacando a algunos progresistas que antes fueron valientes y contestatarios pero hoy prefieren estar cada vez más cómodos: una enfermedad insidiosa que, si no se controla a tiempo, puede dejarlos en la lamentable condición del asesor de Keiko.

No sé si exagero, pero creo que varios progres que conozco ya están contagiados, y van camino a la rospiglización.

Porque no se necesita dar el paso final (irse con Keiko) para emular al analista asesor. Se va volviendo un Rospigliosi, por ejemplo, el progresista que terruquea. El que dice que no quiere terruquear pero le basta la mínima excusa para hacerlo, con la nariz arrugada, si eso es necesario para aplastar al partido atrevido que busca cambiar la constitución y renegociar contratos de recursos estratégicos. Se va volviendo un Rospigliosi el progresista que avala a ojo cerrado informes de la policía, sobre todo cuando parte del trabajo de ese progresista, en el pasado, fue denunciar los sesgos policiales, los testimonios falsos del conflicto armado: la triste normalidad de echar a un “senderista” para salvarse. Se va volviendo un Rospi el que ante la arremetida criminalizante de la derecha, allí donde ayer hubiera intervenido, hoy mira para otro lado.

Se acerca a la metamorfosis rospigliosiana el progresista que un día, de modo asombroso, descubre que le cree más a la policía que a un luchador social. Se arrospigliosiniza el progresista que afina el olfato para tratar a los sindicalistas como sospechosos pero lo pierde para recordar que en este país suele haber juicios, contra dirigentes sociales, que son una farsa.

Se aproxima a volverse un Rospigliosi total quien renuncia convenientemente a cotejar los hechos, y repite que Conare es Sendero Luminoso (cuando Sendero, el movimiento terrorista de Abimael, no existe, como explicó bien Rospigliosi antes de pasarse al lado oscuro), prestándose para la multiplicación del estigma y también para la desestabilización y el chantaje matoncito al gobierno.

Se va convirtiendo en Rospigliosi el progre que trata a los votantes de Perú Libre y la izquierda como gente pintoresca que debe calmarse, ceñirse a la ley y olvidarse del cambio constitucional, sin considerar que ganó el candidato que ofreció acabar con la constitución del 93. Se va convirtiendo en Rospigliosi el progresista que cambia reflexión social y diálogo por autoritarismo de clase.

Se acerca al rospigliosismo antiizquierdismo macartismo el joven caricaturista que le pinta traje a rayas de terrorista al ministro en una viñeta, porque, vamos, hay que acabarlos de una vez y si el editorial del diario de derecha radical en que trabajas dice que estuvo con los terrucos, pues vamos a terruquear. Ser progre un día y luego ser cómplice de la criminalización gratuita: rospigliosísimo.

Se va volviendo un Rospigliosi el escritor que en su programa le tira dedo a un ministro que se reúne con cocaleros —¡horror!—, como si eso fuera sinónimo de ser delincuente. El progresista que —consciente del fracaso de la estrategia contra el narco en el Perú— alienta la satanización de la hoja de coca y de sus dirigentes, plegándose a la DEA como brigadier o chupe —¡antes creía en la soberanía nacional!—, a ese progre le pasará un día de estos lo de Samsa: despertará en la mañana convertido en… Rospigliosi.

Está en camino del rospigliosismo agravado el progre que se escandaliza por la recolección de firmas para una asamblea constituyente y se refiere a eso como un acto delincuencial y piraña, silenciando a los constitucionalistas que apoyan la viabilidad del referéndum. El progre que habla con tono policial sobre el movimiento ciudadano que busca cambiar la carta magna, y espera ansiosamente el informe de inteligencia filtrado que criminalice a alguno de los promotores —da igual qué acusación— para sumarse al cargamontón, está claramente rospigliosiado.

Seguramente, esos progresistas pensarán: nada que ver, yo jamás estaría con Keiko ni renunciaría a mis principios por comodidad; no soy un Rospigliosi, solo soy liberal. Pero la zona de confort que cambia al progresista, que lo vuelve un señor más conserva —y años después lo volverá un viejo lesbiano—, no siempre es tan obvia ni vergonzosa como Fuerza Popular. También puede ser la Fundación del gran escritor offshore de derecha, el auspicio de la empresa minera, la cartera de clientes para las asesorías, la colaboración semanal (cuota caviar en el periódico facha), el media training que funciona mejor con la economía neoliberal intacta, el gigante de la telefonía que te paga por dar talleres literarios. Suave, amigo progre. Puede que no estés tan lejos del Rospi como crees.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°561, del 15/10/2021 p18

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