Perú: A un año de Merino

Pedro Casusol

Esta semana se cumple un año desde las marchas contra Manuel Merino, el presidente del Congreso que quiso atrincherarse en Palacio de Gobierno y que tras una semana de protestas, abuso policial y mal manejo de la crisis no tuvo más remedio que renunciar. Son fechas en las que debemos recordar a Brian Pintado y a Inti Sotelo, los jóvenes muertos por impactos de perdigones de plomo durante las jornadas, así como a los heridos por balas de goma, canicas o perdigones que sufren las secuelas, algunos sin poder caminar, y que, incluso hoy mismo, continúan reclamando una justicia que no llega. Doce meses han pasado. Nadie ha respondido por las víctimas.

El repudio al gobierno ilegítimo de Merino fue unánime en todo el territorio nacional. Se calcula que a la gran marcha del 14 noviembre salieron a protestar unos tres millones de personas en distintas partes del Perú, lo que hizo de esta la manifestación más grande de nuestra historia moderna, dejando en segundo lugar a la Marcha de los Cuatro Suyos, ocurrida veinte años atrás, focalizada únicamente en el centro de Lima. A pesar de esto, el Tribunal Constitucional se lavó las manos y no quiso pronunciarse en contra de la llamada “vacancia exprés”, dejando las puertas abiertas para que el Congreso vuelva a destituir a cualquier presidente por cualquier excusa que pueda calzar bajo la etiqueta de “incapacidad moral permanente”.

Las movilizaciones de noviembre, entonces, demostraron que nuestra sociedad civil no es todo lo débil y desorganizada que se creía. Al menos tenemos una primera línea que aprendió a desactivar bombas lacrimógenas y a una juventud consciente, democrática, dispuesta a salir a la calle y traerse abajo a un gobierno de aspiraciones autoritarias que ha usurpado el poder. Lo ocurrido el año pasado debió haber sido un punto de inflexión en la crisis generalizada por la que atraviesa el Perú, pero terminó siendo el triste prólogo de una campaña electoral que polarizó al país, en medio de una ola de contagios más mortífera que la anterior.

A pesar de todo quisiera pensar que algo hemos aprendido de la semana del 9 al 15 de noviembre de 2020. Que no somos, como tantas veces se ha dicho, un país sumido en el letargo. Que si algún caudillo intenta tomar el poder por asalto, habrá de enfrentarse a una gran movilización popular. Es una lección que debería digerir el actual Congreso, cuyas ansias de vacar al presidente Pedro Castillo son evidentes desde el momento en que asumió funciones. Y que si la vacancia se vuelve a dar y los jóvenes regresan a las calles, no será para defender a este gobierno. Las protestas de noviembre, recordemos, no se dieron para apoyar al expresidente Vizcarra, cuyo mal manejo de la pandemia nos llevó al abismo y, antes de ser vacado, se hundía en los médanos de la corrupción.

Las marchas de hace un año, las muertes de Inti y Brian y los cientos de heridos que dejó la brutal represión policial constituyen uno de los episodios más dolorosos de nuestra historia reciente. Ahora más que nunca hay que tenerlo presente, porque el año que se viene, con una bancada oficialista dividida, un presidente errático, contrarreformas en sectores como educación o transporte, una tercera ola de contagios que eventualmente llegará y unas elecciones municipales y regionales a desarrollarse en medio de la actual crisis económica y política, todo eso va a generar el desplome de la popularidad de Pedro Castillo. Y el Congreso olerá sangre. Nadie en su sano juicio puede desear que lo ocurrido hace un año se repita, pero en el Perú la historia es circular.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°565, del 12/11/2021  p19

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

https://www.facebook.com/semanariohildebrandtensustrece

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*