Peruanidad trunca
Ybrahim Luna
¿Hasta dónde hay que retroceder para hallar la génesis de la idea fallida de “nación” en el Perú? Algunos dirán hasta la guerra con Chile, otros el virreinato, e incluso hasta el Tahuantinsuyo.
Se ha debatido mucho sobre las causas de la caída del incario ante un puñado de invasores europeos en un tiempo considerablemente corto, ya que es un punto de inflexión entre historiadores y docentes para entender las fallas de origen de la peruanidad. Sobre el caso, la historiadora María Rostworowski apunta dos tipos de causas, las visibles y las profundas.
Las causas visibles son las que todos conocemos gracias a la educación tradicional: la guerra fratricida entre Huáscar y Atahualpa, y las armas del invasor: caballos, espadas, arcabuces, hasta las barbas y el idioma.
Y las causas profundas, que son aquellas de las que no se habla ni en las universidades. Y es que las causas profundas no son buena publicidad para la idea que muchos tenemos sobre la utopía inca: un gobierno idílico de paz, abundancia y panteísmo.
¿Y cuáles son estas causas profundas? Por ejemplo, nunca existió un concepto de identidad o integración nacional. Como dato, el término “Tahuantinsuyo” se utilizó solo a finales del siglo XVI. Es poco probable que se haya denominado con esta palabra a todo el territorio dominado por los incas antes de la invasión española. Y es que el incario estaba conformado por grupos étnicos descendientes de señoríos preíncas que luego de la expansión cusqueña mantuvieron su cultura y privilegios, y a los que el Inca debía contentar permanentemente con grandes dádivas para no perder su adhesión ¿Privilegios y populismo?
El requerimiento de “naturales” para el trabajo forzado (o pobremente remunerado) y para la guerra, siempre generó malestar en los dominios que jamás vieron al Inca como su verdadero líder. En este sentido, los curacazgos eran los verdaderos embajadores del incario, siempre y cuando recibiesen atenciones especiales. A menudo se daban deserciones o conatos de insurgencia si no eran bien atendidos por el señorío del Cusco. Incluso, los sistemas económicos de la costa y la sierra eran tan diferentes que era muy difícil tener un control administrativo ideal sobre las regiones. Suena muy actual, ¿no?
A pesar de que el Inca decretó que se hablase una sola lengua, cada etnia hablaba la suya para no perder sus costumbres y no olvidar que sus ancestros fueron avasallados por los cusqueños. En resumen, el incario fue un Estado fresco y adolescente que aún no se consolidaba. Apenas iniciaba su vida como nación y ya era demasiado grande como para ser gobernado de forma absoluta, además de haber generado una política basada en permanentes e insostenibles dádivas y favores a liderazgos provincianos para que no entraran en insurrección. Quizá unos siglos más y la cohesión hubiese sido una realidad.
¿Qué vino después? Bueno, lo que todos conocemos, y que María Rostworowski resume perfectamente en estos dos lapidarios párrafos de su libro “Historia del Tahuantinsuyo”:
“Una innegable situación de descontento debió reinar entre los señores y entre la clase popular, insatisfacción que fomentó y dio lugar a un deseo de sacudirse de la influencia inca. Estos sentimientos explican la buena acogida otorgada por los naturales a las huestes de Pizarro. Solo después, con las miserias y los sufrimientos que se abatieron sobre el pueblo durante la colonia, surgió una añoranza por el pasado inca”.
“Por estas razones, los grandes señores, junto con sus runas, se plegaron a los españoles y ayudaron con sus ejércitos y con sus bienes a la conquista hispana. Por esos motivos no fue un puñado de advenedizos quienes doblegaron al Inca, sino los propios naturales descontentos con la situación imperante quienes creyeron encontrar una ocasión favorable para recobrar su libertad”.
Luego, todos sabemos que ese sueño de libertad se pagó con el exterminio a manos de los españoles “salvadores”.
En resumen, y esto debería enseñarse en los colegios, los españoles nunca entraron solos a derrocar al Inca. Lo hicieron escoltados por miles de indígenas. Fueron “provincianos” versus los señoríos cusqueños (digamos, capitalinos): futuros peruanos contra futuros peruanos. Fue el cansancio del “Tahuantinsuyo profundo” el que asestó un golpe mortal al “Tahuantinsuyo central” privilegiado.
Si el Tahuantinsuyo hubiese sido una nación consolidada, los españoles no hubiesen durado enteros ni un día en estas tierras. Pero no fuimos una nación en todo su significado, y tal vez nunca lo seamos. Hoy, siglos después, apenas somos un apéndice nostálgico de dicho incario, una nación siempre compleja.
Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°582, del 15/04/2022 p20