Perú: Anoche tuve un sueño

César Hildebrandt

Soñé que en el Perú la gente pobre no gemía en la radio ni suplicaba que le dieran abrigo, pailas, ministros en visita, bonos, zapatos y cabellos de ángel. En una escena de ese sueño beatífico algunos locutores hablaban castellano y otros comentaristas decían cosas ciertas y hasta de buena fe.

Soñé también que en el Congreso había damas y caballeros que estaban habilitados por la inteligencia y asistidos por los buenos modales y que habían desterrado de sus predios las uñas negras, los proyectos tercerizados, la chaveta. En un pasaje de ese sueño calmante la señora que chilla en nombre de su padre dejaba de regentar casas dudosas.

Soñé, en suma, que el Perú era un país y que tenía ciudadanos que prosperaban en el ingenio y la tenacidad. Soñé que en el extranjero nos trataban con respeto, que teníamos fama de cumplir palabras, leyes y plazos y que el presidente Castillo era la demostración de que la cultura del deber se daba en estas tierras al margen del color de la piel y los acentos.

En ese sueño balsámico los diarios tenían páginas internacionales llenas de agudeza y trataban la política doméstica con una neutralidad de estirpe superior. Tanto era así que “El Comercio” había vuelto a ser sólo un diario después de renunciar a sus múltiples y colaterales intereses.

No sólo eso: los gobernadores regionales se reunían para seguir el Plan Nacional de Prioridades y someterse a la prueba semestral de seguimiento de los auditores del Estado. Aún más: la izquierda emergía del naufragio y, sembrada de algas y salpicada de arena húmeda, pedía perdón por la sangre de Stalin, por Cuba y Nicaragua, por Sendero y el MRTA, y proponía debatir modernamente sobre el socialismo voluntario, salido de elecciones, y su compleja compatibilidad con el mercado.

Todavía más: la derecha dejaba de toser como almirante y de pensar como aneurisma y reconocía que haber sido putón de Fujimori fue un error, que haber sido almidón de las enaguas de madame K había sido otro error y que apostar por el conservadurismo rancio y los intereses oligárquicos del civilismo pasado por el bótox era el enésimo error. En un cuadro de ese sueño rendidor el almirante Montoya leía un libro, el señor Wong firmaba un cheque dirigido al asilo Canevaro y la señora Verónika Mendoza dejaba de creerse la madame Bovary del zurdaísmo. ¿Y el señor Cerrón? No, ese no estaba en el sueño.

He tenido este sueño maravilloso y aspiro a que sea premonitorio. Si así fuera –y no me cabe la menor duda de que así será– los noticieros de la tele no volverán a hacerse dándole uso fenicio a las cámaras de seguridad que registran los asesinatos, los atropellos, los hurtos violentos, las balaceras plurales de cada día horrible. Es decir, no volverán a hacerse gratis y con el socorro de la muerte que gobierna en ciudades y pueblos. Y lo que es más importante: las calles volverán a ser de caminantes que, atentos o distraídos –eso ya no importará– discurrirán en paz.

Si el sueño que me ha entusiasmado fuese profético, el poder judicial será confiable y el contralor no tendrá una cátedra guardada en la Vallejo, que entonces será universidad y no usufructo indebido de un nombre célebre. Y si todo se cumple, el señor Castillo tomará un brebaje extirpador, mucho más radical que la ayahuasca, y ya no aspirará a ser el jefe de intendencia de la UGEL que roba ni el tío de sus sobrinos ni el cuñado de su cuñadita ni el rehén del cerronismo. Tomará la poción del exterminio y será un presidente de verdad que se alegrará cuando capturen a Silva y a Pacheco.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°594, del 08/07/2022  p5

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

https://www.facebook.com/semanariohildebrandtensustrece

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*