Responsabilidad política de la universidad

Luis Jaime Cisneros

Cada vez que meditamos sobre la universidad nos toca reconocer que la institución se halla en una encrucijada. Felizmente, porque eso significa que tenemos mucho que reflexionar.

Por un lado, la tradición es la nostalgia de la historia repetida, y el porvenir aparece como una incógnita: hay quienes creen que si caminan logran repetir en el futuro la proyectada imagen del ayer. La verdad es otra. La verdad es que cuando mencionamos la tradición estamos aludiendo a las esencias, lo que vale la pena conservar y enriquecer, lo que de verdad nos alimenta. La universidad es, por tanto, continuidad del esfuerzo inicial. Por eso cuando hablamos del porvenir estamos aludiendo a la originalidad, al esfuerzo creador (personal y colectivo) que mantiene viva y mejorada la tradición y logra que la universidad cumpla sus fines con la esperada eficacia.

Quiero reflexionar sobre la relación existente entre la tarea de la universidad y la comunidad. Podría decir que voy a hablar de la responsabilidad política que a la universidad alcanza. Debo aludir a cómo es verdad que los universitarios debemos asumir necesariamente una responsabilidad política, en el buen sentido que la palabra tiene. Lo dijeron los griegos. Sócrates esgrimió una consigna, tras la derrota a manos de los espartanos: conocerse. Conocerse a sí mismo es la raíz de todo conocimiento. Sócrates llevó esa intuición a una dimensión histórica: conocerse a sí mismo permite conocer al hombre en su voluntad y en su esencia. Ese conocimiento genera un poder sobre sí mismo: el que se conoce puede gobernar su voluntad para dirigirla hacia el bien. Luchar para que cada hombre logre conocerse a sí mismo creará en los hombres una sana preocupación por la comunidad. La preocupación por los intereses de la ciudad resulta, de ese modo, un mandato moral. No preocuparse por conocerse a sí mismo implica desentenderse de los asuntos y los problemas de la polis, así como buscar y perfeccionar el conocimiento significará vivir atento a las necesidades y al bienestar colectivos. Sócrates no puede concebir al hombre desvinculado de su comunidad. Preocuparse por la polis implica, por tanto, asumir una actitud ética. El conocimiento que los hombres tienen de sí mismos en el seno de la comunidad, garantiza el conocimiento de la comunidad y asegura su gobierno con recto y buen criterio. El poder se funda, así, en el buen criterio de quien gobierna y reconoce en este deber moral de conocerse su máxima razón de ser.

De lo dicho se desprende que si no cultivamos el conocimiento no cultivamos la aptitud para gobernar. He ahí la raíz del vínculo entre la tarea universitaria y la política. De ahí se desprende que si no cultivamos el conocimiento no cultivamos la aptitud para gobernar. Si el gobierno se funda en el bien común y en la conciencia moral de que estamos todos sujetos a la ciudad y a sus leyes, es natural que la adhesión democrática se funda en una certidumbre ética antes que en la actividad racional.

Ser útil a sí mismo es, desde Sócrates, ser útil a la comunidad. La comunidad es como el anticipo de la historia y del porvenir. Cuidar la salud del alma es un deber religioso y moral. Cuidar la salud de la polis es otra forma del deber moral para consigo mismo: el alma y la comunidad no son cosas distintas. Estoy anunciando que si la universidad olvida que en el horizonte está siempre el país futuro no tiene cómo preparar al hombre. Porque la universidad no sólo prepara profesionales; no recibe a la gente para entregarle, más tarde, un diploma: la universidad prepara ciudadanos.

El hombre de que hablo no se reduce a la triste y escueta acepción que el diccionario puede ofrecer a la curiosidad lexicográfica, sino que es una realidad concreta hecha de sentimiento y de pasión, de espuma incandescente, sobre la que puede actuar el poderoso impulso que permite avanzar a la ciencia y progresar al mundo. Porque en la universidad preparamos hombres es que la calificamos de ‘formadora’. Formar significa, por tanto, educar. Y educar no es lo mismo que ‘dirigir’. Educar es orientar las fuerzas ocultas que anidan en la mente y en el espíritu de los jóvenes y ayudarlos a florecer.

No se forma a un hombre convirtiéndolo en mero receptor de un saber. Lo formamos si desarrollamos en él capacidad de aprender, capacidad para hallar soluciones a cada nuevo problema, capacidad de búsqueda, de creación y de innovación. La universidad no aspira a formar ‘especialistas’. Formamos al hombre si lo vamos abriendo a varias disciplinas; si lo adiestramos para que opte escrutando entre varios horizontes, asegurando de ese modo la posibilidad de que pueda ‘cambiar’ dentro de su profesión. Una universidad moderna necesita abrirse a las posibilidades de una cultura general para asegurar y perfeccionar su calidad.

http://www.larepublica.com.pe/content/view/214588/481/

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