La necesidad del diálogo y sus límites

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Sinesio López Jiménez
 
La política puede ser definida por los fines que busca o por los medios que utiliza. Aristóteles y los republicanos la definen como la búsqueda del bien común. John Stuart Mill, los utilitaristas y los liberales como la búsqueda de la felicidad. Max Weber, en cambio, la define por el medio específico que utiliza y que monopoliza el estado: la violencia política. En la misma línea de Weber, Carl Schmitt define la política por el objetivo al que apunta la violencia: el enemigo. La política, según Schmitt, es la relación intensa entre amigos y enemigos. Por eso la política solo puede ser entendida desde la guerra. Hannah Arendt, recogiendo la tradición republicana clásica, añade la dimensión del diálogo y del consenso como elemento definitorio del poder y de la política. Ella sostiene que el arma es la violencia y que el número (consensuado) es el poder. La perspectiva de Hannah Arendt puede empatar bien con los teóricos que definen la política por los fines que ella busca.

Antonio Gramsci, uno de los teóricos marxistas más creativos de la política, definió a esta como un centauro maquiaveliano, mitad potro y mitad hombre, mitad violencia y mitad razón. La política y el estado combinan siempre, en proporciones variables, el elemento coercitivo e impositivo con el elemento racional y consensual. Las sociedades de Occidente (Europa y los países desarrollados de los años 30) habían desarrollado mucho más el consenso y la hegemonía que la coerción y la violencia. En cambio, las sociedades de Oriente, entre las que colocaba AL de los 30, tenían estados económico-corporativos, asentados en la fuerza y en la exclusión. Esta situación ha cambiado significativamente en AL del siglo XXI.
Carl Schmitt sostenía asimismo que debajo de todo estado de excepción duerme un monarca y un dictador.

Reconozco, por mi parte, que debajo de una situación de excepción puede dormir un terrorista.  Una situación de excepción es aquella en la que se ha roto el monopolio de la violencia, han emergido diversos órdenes políticos y legales y reina el caos. Esa situación justifica la decisión soberana del estado de excepción para recomponer el orden político y social. ¿A qué vienen todas estas disquisiciones de teoría política? La situación política peruana plantea algunos problemas que hay que resolver políticamente. El cambio del gabinete Valdés por el de Jiménez tenía dos sentidos que lo justificaban: una pequeña corrida de la derecha política al centro y un tránsito de la confrontación al diálogo. Sospecho que el primer ministro  era partidario del levantamiento del estado de emergencia para desarrollar en mejores condiciones el diálogo. La prórroga del estado de emergencia, sin embargo, cuestiona los sentidos que tenía el cambio de gabinete y plantea una enorme interrogante sobre el poder que realmente tienen el primer ministro y los nuevos ministros que lo acompañan para aplicar las políticas del diálogo.

Si en Cajamarca no existe a vista de todo el mundo una situación de excepción, la prórroga del estado de emergencia es un abuso cuyo objetivo es negar el diálogo e imponer una política pro-minera sin tener en cuenta las demandas y los intereses de la mayoría de la población. Si eso es así, ¿qué sentido tiene el cambio de gabinete y qué futuro le espera?  Reconozco que es necesario discutir el tema del diálogo, las condiciones, los límites y las dificultades que presenta en el Perú, luego de la experiencia terrorista. El diálogo es una forma de comunicación de todos los ciudadanos y es una herramienta política de todas las fuerzas sociales y políticas (de derecha, de centro y de izquierda), salvo las del terror (de izquierda o de derecha). No se puede aceptar desde punto de vista político y ético que aquellos que asesinaron a miles de peruanos hoy se presenten en la política y en el movimiento social como mansas palomas reclamando el diálogo.

Si quieren diálogo y quieren entrar al campo de la política tienen que reconocer que asesinaron a miles de peruanos, la mayoría de ellos humildes ciudadanos de a pie, tienen que pedir perdón al país, condenar a las organizaciones terroristas y a sus líderes y rechazar el terror como forma de lucha política, es decir, tienen que dejar de ser terroristas. La experiencia del terror (tanto de SL y del MRTA como del Estado) me lleva a aceptar la definición schmittiana de la política a la que siempre me había resistido pues sólo la aceptaba, con Julien Freund, en el campo de las relaciones internacionales. Pienso, sin embargo, con Schmitt que hay que rechazar la enemistad absoluta (proveniente de la fusión de la política con la religión y con la ética) que conduce a una guerra sin reglas y a la violación de los derechos humanos.

El hecho de que algunos terroristas se escondan en la demanda del diálogo no debe llevar al gobierno, guiado por los daltónicos servicios de inteligencia, a rechazarlo puesto que él es una herramienta política por excelencia para llegar a acuerdos y para procesar los disensos entre los ciudadanos y las fuerzas sociales y políticas.

http://www.larepublica.pe/columnistas/el-zorro-de-abajo/la-necesidad-del-dialogo-y-sus-limites-05-08-2012

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