Un dictador, dos caminos


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Marco Sifuentes

Alberto Fujimori es el mayor factor de polarización del país. Es lo que suele pasar con los dictadores, en ejercicio o no (Castro, Pinochet, Chávez, siguen firmas): la política se personaliza y se vuelve una batalla entre los ismos y los antis. Fujimori polariza hasta tal punto que se puede interpretar el resultado de la segunda vuelta del 2011 no como un triunfo de Ollanta Humala, sino, en esencia, como uno del antifujimorismo.


Esto último es algo que el presidente no debería olvidar. Especialmente ante los dos fatales escenarios que tiene ante sí. Cualquiera que sea su decisión ante el pedido de indulto, él perderá y el fujimorismo ganará.

Si no lo indulta, Humala perderá lo que hasta ahora es una oposición light, que no presiona mucho, en el entendido que, al fin y al cabo, las políticas del gobierno no son tan distintas, en el fondo, a las que hubiera aplicado el fujimorismo si ganaba las elecciones. En un país azotado por conflictos sociales y con un partido de gobierno sin cuadros, un fujimorismo abiertamente hostil es lo último que necesita Humala.

Si no es indultado, el fujimorismo suma puntos a su martirologio. Nada como la victimización para ganar simpatías y fortalecer identificaciones. Le funcionó al aprismo y le ha funcionado al fujimorismo post Montesinos. Esta semana no han tenido ningún escrúpulo en convertir el debate político en una sucursal de rotten.com, difundiendo esas, por decir lo menos, discutibles fotografías de la lengua, primero, y, después, del cuerpo decadente de nuestro antiguo espíritu del mal.

Si lo indulta, Humala perderá quizás el último elemento unificador entre quienes lo votaron en cualquiera de las dos vueltas, la última bandera de lucha que queda sin arriar. No existen justificaciones legales (el editorial dominical de este diario ha sido abrumadoramente contundente al respecto) ni médicas (el mismo Fujimori admitió que lo suyo no era un cáncer terminal) ni humanitarias (vamos, la mayoría de peruanos en libertad envidiaría sus lujosas condiciones de encierro). Se trataría de un indulto con motivaciones transparentemente políticas (¿un canje por la candidatura de Nadine?) y eso, con una figura tan polarizante como Fujimori, sería un pasivo gigantesco para la candidata nacida de este enjuague.

Si es indultado, el fujimorismo no solo le gana un pulseo decisivo a Humala. Ganan a un líder, a un fundador histórico que no morirá en prisión. Intentaron limpiarlo judicialmente, liberarlo de toda culpa ante la Historia con mayúscula. No pudieron. La CIDH desautorizó la resolución de Villa Stein que podía haber sido usada a su favor. Agotada esa vía, se han resignado al Plan B: evitar que, en el futuro, su movimiento sea estigmatizado por un fundador que murió en prisión condenado por corrupción y crímenes de lesa humanidad. Ganan, en resumen, su reivindicación.

Esta es la situación si la vemos desde el frío cálculo político. En ambos escenarios, Humala pierde y Fujimori gana. No tiene sentido, entonces, que Humala decida desde la política. Le toca decidir desde lo que es justo y bueno para el país. Y pocas cosas le han hecho tanto bien a nuestra sociedad como haber comprobado que, al menos alguna vez, un político inescrupuloso no se salió con la suya; que fue juzgado como cualquier otro ciudadano y que cumplió su condena como cualquier otro reo; que todos somos iguales ante la ley. Humala ya perdió este round político: que el Perú no pierda la guerra contra la impunidad.


http://www.larepublica.pe/columnistas/ya-lo-pasado-pasado/un-dictador-dos-caminos-03-10-2012

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