Convertir la historia en histeria

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Gustavo Gorriti

ENTRE las muchas frases brillantes de Georges Clemenceau una de las más repetidas es aquella de que la guerra es un asunto demasiado grave como para ser dejado en manos de militares. Lo que no he encontrado es frase alguna de Clemenceau sobre cómo lidiar con las gravedades de la guerra frente a civiles (o retirados) obtusos o histéricos o deshonestos, o todo lo anterior a la vez.

Durante los últimos días hubo un linchamiento tardío de Nicolás Lynch (pienso que el apellido no tiene porqué configurar el destino) por haber recibido a gente del Movadef en la embajada de Perú en Argentina.

Ahora la ofensiva se extiende al canciller Roncagliolo, quien tendrá que explicar ante gente como Aguinaga o Chávez (Martha), porqué no linchó a Lynch apenas supo de la reunión en la embajada peruana.

Lo que la cacofónica melodía de todos esos ladridos, aullidos y cacareos pareciera insinuar es que lo que sucedió en enero en la embajada peruana en Argentina fue una derrota importante en la lucha contra Sendero Luminoso, comparable como contraste con las víctimas de un francotirador en Mazángaro; o con una emboscada de ‘Alipio’.

Eso no es solo más estúpido de lo que suena sino, sobre todo, de una deshonestidad intelectual profunda, que nada tiene que ver con la conducción de las operaciones contra Sendero Luminoso en el VRAE y sí mucho con una presión al gobierno para negociar mejor el indulto a Alberto Fujimori.

Lo interesante es que junto con la comparsa de geishas que fueron parte del gobierno mafioso de Fujimori-Montesinos, ladra también un perro de chacra, a quien uno hubiera imaginado ladrándole a esa comparsa, no con ella.

Frente al linchamiento de Lynch, diré lo siguiente: sin conocer todo el detalle y el contexto, creo que fue un error del ex embajador recibir a la delegación del Movadef. No porque no se deba hablar con ellos (regresaré sobre el tema dentro de unos párrafos), sino por las limitaciones y exigencias de su cargo. Fue un error que probablemente ameritaba una llamada de atención e instrucciones precisas sobre qué hacer y qué no hacer en esos casos. Pero, ¿exigirle la renuncia, botarlo? Es una tonta exageración, producto del susto de burócratas tembleques.

Yo no me considero amigo de Nicolás Lynch. Lo conozco y he tenido con él una relación cordial en las no muchas ocasiones que hemos coincidido; pero, como es natural, sé de su trayectoria. Y uno puede de repente reclamarle algunas cosas a Lynch. Pero, ¿ser prosenderista, simpatizante de ellos o blandengue con fanáticos? Francamente, ninguna limitación intelectual justifica sostener ese estúpido despropósito. En la carta abierta que publicó su ex esposa Corinne Schmidt en IDL-Reporteros este lunes 5 (http://idl-reporteros.pe/2012/11/05/carta-de-ex-esposa-de-nicolas-lynch-al-presidente-humala/), esta dice lo que hay que decir con noble y precisa elocuencia.  Lynch estuvo entre quienes se enfrentaron directamente a los senderistas cuando se necesitaba agallas para hacerlo.

Pero si de hablar y negociar se trata, la desvergonzada estridencia fujimorista levanta tanto los decibeles porque quiere, precisamente, ocultar o buscar que se olvide quiénes fueron los que negociaron, hablaron y concedieron a Sendero Luminoso cuando la violencia todavía desgarraba todo el país. Fueron ellos, los fujimoristas, los montesinistas, que entonces usufructuaban rutinariamente del poder del engaño.

En ningún otro régimen se dialogó y negoció tanto con la dirigencia senderista, especialmente con Abimael Guzmán como durante el fujimorato. En ningún otro régimen se utilizó en forma la plena discrecionalidad del único poder estatal que había: el de Fujimori/Montesinos, para cambiar condiciones de reclusión, otorgar facilidades de todo orden, promover reuniones de la dirigencia senderista llevando a los presos de un lugar a otro de la nación; en ningún otro momento se utilizó tanto los recursos de la empatía (la ya conocida música de Sinatra, la torta de chocolate, los paseos en lancha, libros, revistas, llamadas de larga distancia internacional) para negociar primero los llamados ‘acuerdos paz’, que derivaron hacia fines de la década en la posición senderista hasta ahora mantenida de ‘resolver los problemas derivados de la guerra’.
Uno de los resultados de eso fue el cambio en la facción senderista que siguió a Guzmán, de la acción clandestina a la de la política semi abierta o del todo abierta a través de los llamados ‘organismos generados’ como el Movadef.

Fueron, precisamente, esas reuniones sucesivas propiciadas y hechas posibles por el entonces Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), cuyos dos más importantes inquilinos, aquellos de idénticas corbatas, eran Fujimori y Montesinos (uno vivía en un ala y el otro en la opuesta), las que derivaron en la disposición senderista a cambiar la clandestinidad por la acción política mediante, entre otros, el Movadef.

Entonces, los chillidos de ahora, por parte de quienes fueron diligentes subordinados de Montesinos y Fujimori, ¿a qué obedecen? ¿a lograr que se olvide sus propias obras, su condición de padrinos distantes del Movadef? ¿a lograr que los asustadizos en los gobiernos democráticos imposten la voz y el pensamiento para no demostrar una supuesta debilidad? (Ya se sabe lo patéticamente tonto y, por eso, peligroso que puede ser un liberal asustado).

Puestas las cosas en su sitio, creo que se puede pasar a discutir el tema de fondo.

¿Estuvo bien negociar con Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre en los 90 o en la década pasada?

Es necesario primero separar el principio de la circunstancia.

La circunstancia fue que ni Montesinos ni Fujimori tuvieron como objetivo central y fundamental utilizar la negociación para buscar una pacificación comprehensiva sino buscaron utilizarla para fortalecer su régimen y, dentro de ello, la importancia personal de, sobre todo, Montesinos.

Pero, desde el punto de vista del principio, un Estado hace bien si utiliza una posición de ventaja para lograr la rendición de los jefes de una organización insurgente o, por lo menos, el cese o la disminución radical de la violencia.

Si mediante mecanismos de negociación a través del control penitenciario – acompañados por diálogo, debate y concesiones que no pongan en peligro la posición de dominio lograda–, se puede conseguir que colapsen los niveles de violencia, que se salve vidas y que quienes estaban hasta ayer o anteayer abocados a consagrar cada minuto de sus vidas a la lucha violenta, depongan las armas, declaren el fin de la guerra y se dispongan a pasar a la paz, ¿es eso bueno, o no?

Por supuesto que lo es. Se trata de estrategias que deben ser cuidadosamente controladas para no perder la ventaja en la negociación, pero ningún contrainsurgente o gobernante sensato desestimará las posibilidades de terminar de ganar pacíficamente la decisiva ventaja que se logró mediante la aplicación inteligente de la contrainsurgencia.

El hecho es que, al margen de la circunstancia de dictadura y corrupción de los 90, el llevar a Abimael Guzmán y a Elena Iparraguirre a declarar su decisión de negociar, desde la derrota, acuerdos de paz, tuvo un efecto potentísimo sobre Sendero. Su profeta, el que había predicado como ley inalterable la prioridad absoluta de la violencia en la demolición social, ahora renunciaba a ella y convencía a gran parte de sus seguidores, a hacerlo.
Ese fue un terremoto intelectual y espiritual en Sendero cuyas consecuencias continúan hasta hoy. Cismas profundos, odios irreconciliables y el paso de la certidumbre a la duda. Fue un sismo dirigido, cuya fuerza se dejó escapar, pero cuyo proceso continúa, como veremos la próxima semana.

http://idl-reporteros.pe/2012/11/09/columna-de-reporteros-106/

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