Viejo racismo, nuevos ricos y emprendederos


Rodrigo Montoya Rojas

«Indio”, “cholo”, “serrano”, “llama”, “alpaca”, “auquénido”, “queso”, “olluco”, “cholo”, son insultos en el lenguaje de todos los días para referirse a personas que tienen rasgos biológicos andinos, que provienen de las tierras altas de nuestro espacio vertical o que hablan mal el castellano con motes derivados de la confusión de la e con la i y de la u con la o propios de las lenguas quechua y aymara que solo tienen tres vocales y no cinco como el castellano.

No hace mucho, en tiempos coloniales, con otras palabras como “sambo”, “mulato”, “tercerón”, “cuarterón”, “salto p’atrás”, “chino”, “rechino”, “criollo” y “tente en el aire”, se menospreciaba la heterogeneidad del mestizaje biológico entre españoles, negros e “indios”.

El lenguaje racista está en el disco duro peruano forjado en quinientos años de historia, en la que el respeto por los otros, que no son como nosotros, no existe del mismo modo que no existen relaciones de igualdad y tolerancia.

“Cholo de mierda”, “indio de mierda”, “negro de mierda”, son insultos que se dicen principalmente sin pensar. Los dicen a boca llena quienes siguen convencidos de que el Perú de hoy sigue siendo el mismo de antes a pesar de muchas transformaciones serias en los últimos cincuenta años.

Se arrepienten de esos insultos quienes están aprendiendo que ser peruana o peruano en 2013 supone un mínimo de respeto por los otros.

Las palabras que usamos no son neutras porque están cargadas de acepciones diferentes, de tonos distintos al pronunciarlas, de miradas diversas que las acompañan. Lenguaje, cerebro y corazón no siempre van juntos.

Viviríamos en un paraíso si así fuera, pero como vivimos en la realidad los cruces y las contradicciones son harina de todos los días. Cholo de mierda o cholito de mi corazón, son dos ejemplos sencillos que expresan los extremos de esta heterogeneidad.

En el lenguaje del racismo peruano de todos los días aparecen novedades, muchas novedades que tardan en depurarse y en precisarse. El tema tiene que ver con la riqueza de una lengua que se expresa en la cantidad de nuevas palabras y de nuevos significados.

Para decirlo de otro modo, las palabras tienen contenidos escondidos, de los que no se habla, no se quiere hablar y que se dan por entendidos. Por esta especie de rendijas se filtran las múltiples hipocresías del poder. Un ejemplo ilustrativo puede ser mostrado con las palabras nuevo rico y emprendedor.

Nuevo, rico, y emprendedor, están en nuestro bagaje de comunicación desde hace muchísimo tiempo pero se les usa con una carga escondida de significados. Nuevo rico literalmente quiere decir alguien que se ha vuelto rico, que antes no era y ahora es. Nada más.

Por debajo, dentro del ropero, nuevo rico quiere decir persona que no tiene los hábitos señoriales, aristocráticos, distinguidos, de los que serían verdaderos o auténticos ricos.

Esta acepción brota de la rabia y pena de los viejos ricos que vieron o ven derrumbarse sus pequeños reinos de opulencia. El fenómeno es universal.

La novela italiana El gato pardo, del Conde de Lampedusa y la excelente película del mismo nombre, constituyen un clásico en el que se muestra la caída del régimen feudal patriarcal y la llegada de los burgueses, nuevos ricos con dinero, futuro asegurado e hijas guapas que aparecen como bendiciones del cielo para matrimonios de interés que ayuden a salvar las apariencias y vivir lo que queda de sus vidas como si las revoluciones sociales que acaban con un clase y encumbran a otra no hubieran existido o hubieran sido solo una pesadilla.

Su consigna de comportamiento político y social “Hay que cambiar en algo las cosas para que todo siga igual” tiene una fuerza y vigencia extraordinarias.

El último siglo de la historia urbana de Lima es una prueba de la permanente huida de los viejos ricos buscando ghetos propios para no confundirse con los nuevos ricos.

Del cercado pasaron al Paseo Colón, luego a Santa Beatriz y Jesús María, unas décadas después a Miraflores y San Isidro; luego, a los cerros de Las Casuarinas, La Molina y parte de Surco. El gheto de Eishia (Asia) es el eslabón reciente en materia de casas de playa.

Hasta allí llegaron ya los nuevos ricos, algunos de los cuales tienen que ver con Gamarra y Los Olivos. La cadena seguirá, quién sabe hasta cuándo. Con el correr de los tiempos, los nuevos ricos de ayer se convierten en los viejos y distinguidos ricos que miran con malos ojos a los nuevos que aparecen en el horizonte.

Emprendedora es una persona que comienza algo nuevo con decisión, con ganas de realizar lo que se propone. La palabra no quiere decir nada más.

Cuando las facultades de economía de las universidades privadas de hoy, que crecen como hongos, dicen que formarán emprendedores lo que quieren decir es que le darán al país nuevos capitalistas, nuevos hombres o mujeres de negocios cuyo fin supremo es hacer dinero.

Con la vieja hipocresía burguesa, no hablan de capitalismo ni de capitalistas, ni de viejos o nuevos ricos, simplemente de crecimiento económico y del desarrollo que el país necesita.

Se trata de un lenguaje aséptico como si el país fuera una sala de operaciones que no debe ser contaminada por el más mínimo germen. Por esa vía, nuevo rico se convierte en insulto racista atribuido a los de abajo. ¿No es un contrabando?

http://www.diariolaprimeraperu.com/online/columnistas-y-colaboradores/viejo-racismo-nuevos-ricos-y-emprendederos_129900.html

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