El 17 de marzo Alan se la juega


César Hildebrandt

No me gusta la señora Villarán.

No me gustan su gestión, sus lentitudes, su manera taimada de evadir responsabilidades, su equipo de jóvenes turcos que creen que la gente votó por ellos.

No me gustan sus diques rotos, sus patrulleros decorativos, la sobrestimación de sus escaleras y las maquetas del futuro limeño con las que nos ilusiona.

No me gusta que haya contratado a Favre, ese trampero de la publicidad, ni que se haya subido a la ola de la popularidad, siempre provisoria, de algunos personajes.

No me gusta la vanidad intolerante de la señora Villarán, que a veces se cree la Pasionaria del Cercado cuando no es, en muchos aspectos, ni la lenteja de «Frejolito».

No me gustaba la señora Villarán cuando se enredaba explicando aquello de las propiedades indivisas de Miraflores (lo del pasaje El Suche, ¿recuerdan?), las que no declaró en el papel jurado que firmó ante el Jurado Nacional de Elecciones.

Y, sin embargo, votaré el 17 por Susana Villarán.

Porque si Susana Villarán no me gusta, a mí el doctor García me produce una desconfianza muy próxima a la ira.

Y ahora que ya se sabe que lo que queda del Apra está prestándole a los revocadores sus manoplas, sus ganzúas, sus voceríos y sus desagües está claro que votar por la revocatoria será votar por los designios del alanísmo, esa secta prontuariada en que se ha convertido el que fuera el partido de Haya de la Torre.
Y que Castañeda no esté tan seguro de que el Apra le será leal a la hora de repartirse el botín si es que Susana Villarán es vacada plebiscitariamente. Ahora hay quienes mencionan a Pilar Nores como posible candidata de la banda alanista.

En todo caso, si Castañeda fuese el beneficiario directo de la muerte precoz de Villarán, el gozoso usuario de esa salida será Alan García.

Porque lo que quiere García es volver el 2016 para ser el presidente del bicentenario y el plusmarquista de los dos retornos y las tres presidencias «constitucionales» (por más prescripción que haya mediado en la segunda).

El Apra es una maquinaria dedicada al éxito y aceitada con dineros sucios.

Haya de la Torre hizo un partido revolucionario que después fue moderado y que terminó sirviendo, como ama de llaves, a la oligarquía. Haya fingió ser el personaje de un malentendido: construyó, desde el marxismo, una explicación sobre la inexorabilidad del imperialismo.

Tuvo la audacia de apelar a Einstein para explicar sus mutaciones y confundió la teoría de la relatividad con el síndrome de la inconsistencia. Terminó aliado de Ravines, de Julio de la Piedra, de Beltrán. Nadie masacró al Apra tanto como él. Su periplo farsesco fue el de un partido que no modernizó sus ideas para alejarse de la tentación totalitaria del comunismo -eso hubiese sido legítimo- sino que se prostituyó vendiendo, al final, su poder al sistema del inmovilismo. Todo con tal de participar de la torta.

Pero siendo todo eso y encarnando tamaña decadencia, Haya fue un hombre que no robó y que murió sin propiedades ni tenedurías ni recibos por charlas millonarias que son parte de oscuras retribuciones.

Alan García ha llevado al extremo práctico el conservadurismo de su antecesor y ha añadido la mancha indeleble que perseguirá al Apra hasta su última hora: la mancha de los picabolsos, los tragaldabas del presupuesto, los rateros de todos los poderes, los tantos por- ciento con fajín ministerial.

Alan necesita dar una lección de fuerza. Y ha decidido aliarse a la gente que hizo posible la Operación Comunicore. Es una aproximación natural, una alianza de imanes.

¿Qué negocios se estará tramando? ¿Cuántos Pepes amigotes estarán esperando lo suyo a la hora en que el municipio vuelva a las manos de García o de los aliados de García?

Ese es el asunto de fondo. De fondos. De bajos fondos.

Cuando se trata de García el problema ya no es político. Lo que hay que seguir es la pista del dinero.

Y el 17 de marzo no se va a decidir quién conduce el concejo provincial de Lima sino en cuánto va a incrementarse el patrimonio no confeso del hombre que ha convertido en diminuto imitador a quien se consideraba el hombre más corrupto del Perú: José Rufino Echenique, el de «la deuda de la consolidación» que fue el origen de la mitad de las fortunas del Perú (después fue, por supuesto, «condenado» por la debilidad institucional y convertido en senador).

A la Villarán se la puede fiscalizar para que actúe más y mejor. Se le puede exigir replanteos, plazos y más seriedad. Sus ideas sobre Lima, a fin de cuentas, son buenas e incluyen una remodelación del tránsito que Castañeda, hasta ahora socio de las mafias del transporte, jamás abordará radicalmente.

Pero, en todo caso, el triunfo de la revocatoria no será estrictamente de ámbito municipal. Tendrá repercusiones nacionales y éticas y demostrará, otra vez, que García es tan invencible como su propensión a acumular dinero que jamás llegaran solos.

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