El valor del tiempo en la escuela


Salvador Rodríguez Ojaos

Los que emplean mal su tiempo son los primeros en quejarse de su brevedad.” Jean de la Bruyère (escritor francés, 1645-1696)

A pesar de que han transcurrido muchos años, recuerdo que en la escuela algunas clases se me pasaban volando y otras, en cambio, se me hacían eternas. Y, curiosamente, lo mismo me sucedía en el instituto y en la universidad.

Coincidía que las clases interminables y aburridas eran aquellas en las que el docente no paraba de hablar ni un segundo (algunos hablaban muy deprisa, otros, por el contrario, lo hacían con toda lentitud para que pudiéramos copiar una por una todas sus palabras) e incluso recuerdo a algún profesor que escribía en la pizarra lo que yo tenía que escribir en mis apuntes. En esas clases, que eran la mayoría, mi única tarea era la de tomar apuntes. Mi principal labor en la escuela, el instituto y la universidad era, pues, la de escriba (a imagen y semejanza del famoso Escriba sentado del arte egipcio), por ese motivo, esas horas de clases se convirtieron en torturas interminables.

En cambio, las clases que pasaban muy deprisa, aquellas que no quería que acabaran nunca, eran en las que debatíamos, experimentábamos, trabajábamos en equipo…, es decir, aquellas en las que participaba activamente haciendo alguna cosa que no fuera solo escuchar al “profe” y tomar apuntes de forma mecánica. Desafortunadamente, estas clases fueron las menos numerosas.

¡Sí!, el tiempo es relativo… a veces va muy deprisa y otras muy despacio. Además, el tiempo en la escuela es muy valioso por lo que no debemos malgastarlo. Lo cierto es que en la escuela se dedica demasiado tiempo (y demasiado esfuerzo) a hacer cosas que no tienen como objetivo que los alumnos aprendan sino que tienen como propósito que no causen problemas: que no alboroten, que no se muevan, que estén atentos, que hagan las labores de clase, que obedezcan…

Está muy extendida la idea de que ir a la escuela es el “trabajo” de los niños como el de los adultos es ir a la oficina, al taller, a la fábrica… En mi opinión, esa comparación tiene efectos muy perniciosos en nuestra forma de plantear las actividades escolares. Me explico: se percibe al alumno como un subordinado y al docente se le otorga una función autoritaria, de jefe al que se debe obediencia absoluta y fe ciega. De hecho, esta jerarquización de las relaciones entre profesores y alumnos recuerda, en cierto modo, al funcionamiento de la sociedad feudal, donde al rey se le rendía vasallaje.

Para hacer un uso adecuado del tiempo escolar es necesario planificar bien nuestras actividades, porque inevitablemente surgirán múltiples imprevistos. También debemos simplificar al máximo la organización y el funcionamiento del aula y establecer rutinas eficaces. Rutinas que deben cuestionarse periódicamente para valorar su eficacia y cambiarlas cuando sea necesario: no podemos hacer siempre lo mismo porque siempre se ha hecho así. No en vano, ya decía Francisco de Quevedo que “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, estamos condenando el futuro sin conocerlo.

Ahora bien aprovechar el tiempo no significa que tengamos que estar en todo momento haciendo tareas. Aunque pueda parecer paradójico, el descanso es necesario para aprovechar adecuadamente el tiempo de aprendizaje… y no basta con el tiempo de recreo. Es necesario establecer pausas en la dinámica del aula, momentos de desconexión, que ayuden a no perder ese estado que podemos llamar “tensión de aprendizaje”. Pausas que tienen que estar programadas y que deben romper con la monotonía y la rigidez académica: podemos hablar de temas que les interesen, de la película que dieron ayer por la tele, de cómo se relacionan chicos y chicas… Debemos hablar de las cosas que les resultan verdaderamente interesantes que nunca están recogidas en los currículos.

Por todo ello, propongo que las aulas se conviertan en un ágora, en una plaza donde se reúnen profesores y alumnos para dialogar y aprender juntos, donde se democratice el funcionamiento de las clases, donde se comente qué es lo que se quiere aprender y de qué modo… En definitiva, se trata de hacer que los alumnos también participen activamente de la organización escolar. Se trata de conocer qué es lo que les interesa, lo que les motiva y aprovecharlo para que aprendan (no para que aprueben) y para que disfruten al mismo tiempo.Los docentes deben explicar menos para que los alumnos aprendan más. Los alumnos deben estudiar (empollar, memorizar…) menos para aprender de verdad y que el tiempo que pasan en la escuela sea agradable y provechoso para su vida.

http://salvarojeducacion.blogspot.com.es/2014/01/el-valor-del-tiempo-en-la-escuela.html

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