El peor enemigo

Jorge Bruce

Por estos días se ha comentado mucho la frase “El peor enemigo de un peruano es otro peruano”. Todo indica que se trata de una campaña publicitaria, que funciona apelando al manido principio de la psicología inversa (en plan Melcochita: “¡no vayan!”). Exhibiendo los arduos vínculos de nuestro pacto social, para después transformarlos, es de suponer, en alguna fórmula comercial con final feliz. El portal Utero.pe ha revelado que, según Google, la frase de marras es utilizada muchísimo más en el Perú que en cualquier otro país: 7.420 entre nosotros, contra su más cercano seguidor, México, con 998 usuarios de esa triste “guerra civil” de afectos negativos. El estudio fue elaborado por la conocida tuitera @La_Beggs.

Lo cual hace suponer que la frase muestra alguna forma de verdad. Por ello, vale la pena analizarla. Cuando me hicieron la pregunta en Caretas la semana que pasó, respondí, en plan asociación libre (es decir espontáneamente), que probablemente se debía a la ausencia de reglas que contuvieran la expresión de viejos conocidos como la envidia o el resentimiento. Estos dos afectos son la antítesis de la admiración y el deseo de emulación, que a la vez funcionan como los mejores antídotos contra esos dos venenos sociales y psicológicos.

Me apresuro a recalcar lo que también afirmé en la citada entrevista, a propósito de la reciente publicación de mi libro Las partes en conflicto: el sobe y el raje, dijo hace décadas Carlos Delgado, son propios de una sociedad con escasa movilidad social y económica. Una rígida estratificación, particularmente hacia arriba, hace que lacras como el racismo resulten muy funcionales para mantener la pirámide incólume y a cada quien en “su lugar”. No hay pues un problema esencialista. Los peruanos no somos peores ni mejores que los demás. Pero sí tenemos un serio problema con la existencia de, precisamente, “los demás” peruanos. Ese otro que durante siglos hemos procurado mantener aherrojado en condición de inferioridad, por un conjunto de razones que van desde el mantenimiento de privilegios hasta el narcisismo.

Veamos el caso del jugador Advíncula, de tan destacada actuación en la Copa América. No tardó en surgir una parodia televisiva en donde se le atribuye el insultante remoquete de Aceitúncula. El movimiento afroperuano Lundú lo denunció de inmediato, pero el jugador lo tomó a la broma. Es admirable la correa del lateral, pero es indispensable la reacción de Lundú. Identificarse con el desprecio del agresor es peligroso para el funcionamiento de la democracia. Lo propio sucedió con el penosísimo espectáculo en donde se hacía escarnio del equipo boliviano, representado por un conjunto de mamachas como las miles que existen en suelo peruano. Al frente, portando la blanquirroja, un grupo de sexis jóvenes blancas y rubias, que parecían extraídas de un comercial de champú o carteras, demostraban que nosotros somos mejores porque no somos serranos. Difícil condensar mejor los prejuicios, estereotipos y carencia de responsabilidad social en un medio de comunicación de masas.

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