Miedo

Richard Webb

Me rebelo ante el concepto de una clase media asustada. Ser clase media va más allá de tener casa, televisor y comida en la mesa. Sobre todo, exige tener seguridad. Es la posibilidad de salir de su casa a pie sin temor a ser asaltado, de crear un negocio sin exponerse a extorsiones y amenazas a la familia, de levantar una construcción sin negociar con criminales, de registrar una propiedad sin temor a ser despojado por funcionarios corruptos. La seguridad, empezando con la seguridad civil, siempre ha sido identificada como uno de los elementos centrales del progreso de las familias.

En el Perú se debate el tamaño exacto de la clase media, aunque casi todos reconocen que de los últimos  lustros se ha producido un avance sustancial para ese grupo social. Sin embargo, los argumentos se sustentan principalmente en mediciones de la capacidad de consumo del hogar, los llamados “bienes” de la teoría económica. Pero el bienestar no consiste únicamente en gozar de más bienes sino también en sufrir menos “males”. Aunque estos sean difíciles de medir, el más grande de esos males es el miedo.

Sin duda, el miedo está aumentando en el Perú y ese retroceso debería incluirse en cualquier evaluación de la calidad de vida. La evidencia es el pan diario de las noticias –asaltos, asesinatos, robo de propiedades supuestamente protegidas por los Registros Públicos, accidentes de tránsito, tráfico de drogas, extorsión, agua, tierra y aire contaminados, policías asaltantes y masiva corrupción en el sistema encargado de garantizar la justicia–. Pero no todo es retroceso. Algunas de las seguridades sociales han venido mejorando, como el acceso a la salud, alimentación mínima, escuela y pensión, aunque el alcance de esas seguridades se limita a la población más pobre, no a la clase media. Por contraste, el retroceso en la seguridad civil impacta a todos los grupos sociales.

Una forma de comprender el impacto de la nueva inseguridad que afecta especialmente a las áreas urbanas, es recordar que el miedo siempre ha sido un elemento central de la vida rural del Perú, agravado por la vulnerabilidad que significan el extremo aislamiento, la ausencia de autoridades y la dependencia de las fuerzas de la naturaleza.

El miedo limita la tranquilidad en la vida diaria. Según los índices que comparan la felicidad de la población en distintos países, esta se ha elevado sustancialmente en el Perú desde la década de 1990, aunque seguimos siendo uno de los menos felices en América Latina. Sin embargo, sospecho que nuestro estado de ánimo debe haberse deteriorado durante los últimos años y que esa tendencia será reforzada por el rápido deterioro de las seguridades civiles. Y como es obvio, la inseguridad reduce la inversión y así impactará en el avance general de las familias peruanas de todas las clases sociales. El efecto más preocupante es que el clima de inseguridad es un caldo de cultivo para los radicalismos y, por ende, para la gobernabilidad. 

Es hora de que los indicadores evalúen el Estado de bienestar en una forma más completa, midiendo no solo los bienes de consumo sino también los males que le quitan todo el sabor a esos consumos y que terminan además minando la gobernabilidad y el avance estrictamente económico. La fórmula de acceder a más bienes, pero también estar expuesto a más males, definitivamente no es el mejor camino.

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