Género y Poder

Eduardo Dargent


Las violentas escenas de Luis Piscoya masacrando a golpes a Mitsui Chávez, su ex pareja, en Piura, se dan apenas semanas después de un acto similar en Ayacucho. Ambos casos muestran crudamente el lado criminal de la violencia contra la mujer en nuestro país. Hoy que vivimos rodeados de cámaras podemos ver estas escenas grotescas cuando escapan del mundo “privado”. Pero ojalá sirvan para tomar conciencia de lo generalizado del problema, de todo aquello que pasa fuera de cámaras. 

Porque usted no está viendo un caso aislado. Las estadísticas de violencia familiar, el chantaje y acoso sexual, las violaciones, son todos ejemplos de delitos causados por el machismo, cuyas cifras oficiales están muy por debajo de la realidad. Cuando las víctimas buscan ayuda ante las autoridades con frecuencia se encuentran con funcionarios que no responden al problema o que lo pasan por agua tibia hasta que hay una tragedia. Felizmente existen hoy más zonas del Estado conscientes de estos dramas. 

Estos casos muestran el lado urgente, más brutal, del problema. Pero hay también otras formas de machismo cotidiano, menos violento, donde se sostienen conductas de exclusión y discriminación. Por ejemplo, la enorme desproporción en puestos de autoridad entre hombres y mujeres. Un tema que cruza sectores, desde la política hasta la empresa, pasando por la academia y los medios de comunicación.

Fíjese un poco en su entorno. Hay criterios muy distintos sobre qué características son relevantes para obtener un puesto y ganar un ascenso dependiendo de si se es hombre o mujer. Enormes desigualdades salariales frente al mismo talento y trabajo realizado. Por ejemplo, amigas abogadas en estudios competitivos me comentan el enorme esfuerzo que deben hacer para seguir el paso de sus colegas varones. Más complicado cuando la cúpula está formada por machos poco dispuestos a reconocer sus sesgos. 

Otro caso, cada vez más cuestionado felizmente, es el de los paneles conformados solo, o abrumadoramente, por varones. No crea en la excusa de que “no hay” expertas en el tema. Es cuestión de consultar. O percátese de lo frecuente de las interrupciones a las mujeres cuando están hablando, que en inglés ya tiene hasta nombre: manterrupted. Mire cómo en una entrevista los periodistas tienden a interrumpir más a las mujeres, o no prestarles atención.

No se trata de mirar el problema en otros, sino tomar conciencia de que somos parte del mismo. En mi caso me percaté de mis propios sesgos al organizar una conferencia hace unos años. Inicié el evento con un programa que guardaba una proporción de 1:2 entre mujeres y varones, ya lejos de la paridad. Pero sin darme cuenta en el camino terminé con una de 1:3, ya mucho peor. Básicamente en el camino fui pensando en otros nombres y me fueron sugiriendo ponentes que, abrumadoramente, fueron masculinos. 

Me percaté así, al ser criticado por amigas y amigos, que no estamos educados para darnos cuenta. Y es cuando uno comienza a mirar que el problema aparece por todos lados. Ahora no solo me ocupo de que no suceda en eventos que organizo, también consulto cuál es la composición de los paneles a los que me invitan para asegurarme, y de ser el caso solicitar, que haya mujeres.

Si usted cree que estos sesgos no existen en su entorno, o considera que es un tema secundario, tómese el tiempo de conversar un rato con sus colegas mujeres. Descubrirá historias de las que no se habla, se esconden. Asimetrías de poder que prefieren ser obviadas para no perjudicar carreras y ascensos. Y de las que somos todos cómplices.

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