Perú: Dos hombres importantes

César Hildebrandt

Hemos dicho que el fujimorismo es una pétrea condensación de populismo, vocación por la corrupción y tendencia a la concentración del poder. Esa es su personalidad histórica, el carácter de su linaje partidista. Si a eso añadimos el mesianismo clanesco que también lo identifica, tendremos, reunidas, las razones por las cuales el fujimorismo despierta tanto temor entre tantos peruanos.

Lo que esto quiere decir es que Vladimiro Montesinos no fue un accidente y menos aún una anécdota trivial.

Cuando el traficante de terrenos y vendedor en negro de inmuebles Alberto Fujimori conoció a Montesinos, no se trató de un encuentro casual. Eso sucedió cuando Francisco Loayza, el sociólogo que asesoró a Fujimori en los orígenes de la campaña electoral de los 90, escuchó al candidato hablar de sus problemas tributarios y dee la campaña que quien escribe estas líneas estaba haciendo al respecto en la TV. Loayza cuenta que fue entonces que le recomendó , a Fujimori conocer a Montesinos. «Era el abogado perfecto para la ocasión», me contó Loayza que le dijo a Fujimori. Y, en efecto, era el abogado perfecto. Los expedientes tributarios desaparecieron, como se esfumaron igualmente, esta vez de la sede del Palacio de Justicia, miles de folios vinculados a procesos en marcha en los días posteriores al 5 de abril de 1992.

Después de esa hazaña abogadil, Montesinos se convirtió en imprescindible para Fujimori (y Loayza fue alejado de ese entorno por las intrigas de Montesinos, algo que Loayza deberá siempre agradecerle).

El enlace mafioso se había creado. La imaginación criminal de Montesinos y la patológica carencia de escrúpulos de Fujimori se juntarían muchas veces después para crear verdaderas aberraciones fundadas en el uso del dinero público: las comisiones por la compra de armas tras una guerra perdida por falta de ellas, la adquisición solapada de medios de comunicación, el financiamiento de grupos de Inteligencia encargados de mantener el terror, la invención de congresistas oficialistas previo pago de dinero, el espionaje electrónico de la oposición, la inmunda remuneración paralela que muchos jueces suplentes recibían por sus fallos prevaricadores, el tráfico de drogas usando el avión oficial de la Presidencia, los «premios» a la Fiscalía de la Nación ensuciada por gente como Colán o Aljovín (y un kilométrico etcétera que excede los propósitos de esta columna).

No es que Montesinos fuera un gobierno en la sombra. Era el instrumento directo de Fujimori en la construcción de un escenario ajeno a las leyes y enemigo de toda restricción moral.

Por eso es que el gobierno de Fujimori terminó como lo hizo: en medio del escándalo y de la sordidez. Si Montesinos hubiese sido un intruso indeseable, Fujimori lo habría expulsado desde que Demetrio Chávez Peñaherrera, alias Vaticano, lo denunció por cobrarle 50,000 dólares por cada aterrizaje en el Huallaga. Y eso fue en 1996. Y no olvidemos esto: aun después de que se supiera oficialmente que Montesinos era un forajido, Fujimori lo premió con una indemnización de 15 millones de dólares sacados del tesoro público, suma que luego restituyó con dinero distinto que parecía proceder de sus propios re-cursos (testimonio de su procurador de entonces, José Ugaz).

Recuerdo todo esto porque su semejanza con el caso de Joaquín Ramírez y Keiko Fujimori resulta inocultable. Si al señor Juan José Díaz Dios lo apartaron del protagonismo partidario por una denuncia de violencia familiar, ¿cómo se explica que a Joaquín Ramírez se le mantenga en la secretaría general de un partido que jura no tener nada que ver con el fujimorismo ancestral del reo de la Diroes? Y no hablo del incompleto reportaje de Cuarto Poder solamente. Hablo de la investigación que desde 2014 ha abierto la Fiscalía en contra de Joaquín Ramirez y su familia. Hablo de las conclusiones de la comisión congresal que toca su caso con especial énfasis.Hablo del seguimiento que sobre sus abundantes bienes inmuebles y negocios está haciendo la Procuraduría Especializada en Lavado de Activos. Hablo de las fundadas sospechas de que el club UTC de Cajamarca ha servido como plataforma para una operación de desvío de fondos de muy dudosa procedencia. Hablo de los dos departamentos que, usando una empresa ad hoc de su creación para encubrirse, compró en Miami, por más de dos y medio millones de dólares, Joaquín Ramírez.

¿Qué ata a Keiko Fujimori con Joaquín Ramírez? ¿Es el dinero prestado, el donado, el obtenido, el futurible? ¿Son los locales que le presta al partido sin exigir contraprestación alguna? ¿Es todo lo que sabe? ¿Hemos pasado del abogado perfecto al emprendedor insustituible?

Montesinos no fue una anécdota. Fue el hombre clave de una organización criminal que tenía tanques, aviones y agentes del SIN con qué defenderse. Ramírez puede ser el hombre más importante del segundo fujimorismo. Y que haya «pedido licencia» mientras duren las investigaciones es otro capítulo de la farsa.

Publicada en la revista HILDEBRANDT EN SUS TRECE del 20/05/2016

http://www.hildebrandtensustrece.com/index.html

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