La Unión Europea, sin mapa

​José Moisés Martín Carretero

El Reino Unido ha votado salir de la UE. Todavía sin calendario, sin una hoja de ruta clara sobre cómo se va a producir, pero con un profundo sentido de vértigo ante lo que se nos viene encima.

Y ocurrió lo impensable, como tantas otras veces en la historia. Que un evento condense consecuencias catastróficas no siempre ha significado que no tuviera lugar. El Reino Unido ha votado por salir de la Unión Europea. Todavía sin calendario, sin una hoja de ruta clara sobre cómo se va a producir, pero con un profundo sentido de vértigo ante lo que se nos viene encima.

Escribo estas líneas mientras los mercados internacionales se hunden, quizá cuando se publique hayan rebotado. Pero el pánico es ahora mismo la sensación dominante y los animal spirits están haciendo su juego. Me sorprende que se hayan abierto hoy los mercados. Su reacción negativa puede ser peor que el propio efecto del Brexit. Porque si de algo saben los mercados, es de amplificar sensaciones de euforia o de miedo. Y la de hoy es una de esas jornadas históricas en las que algunos harán mucho dinero jugando a la baja. Veremos cuánto tarda el Banco Central Europeo en empezar a meternos dinero directamente en los bolsillos para evitar otro desastre financiero.

En economía, hay tres canales básicos de comunicación entre economías nacionales: el comercial, el financiero-monetario y las expectativas. En el caso del Brexit, es difícil calibrar el alcance de cada uno de ellos, ya que su estabilización a largo plazo dependerá mucho del estatuto que alcance el Reino Unido a medio plazo.

Si el Reino Unido sale de la Unión Europea para integrarse en el Espacio Económico Europeo, conjuntamente con Noruega y con Islandia, el canal comercial –que incluye bienes y servicios, y también flujo de turistas- no debería verse demasiado afectado, ya que el Espacio Económico Europeo funciona con las cuatro libertades básicas del mercado único: libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. En este caso, el Reino Unido mantendría su acceso al mercado europeo y viceversa. Sería, por lo tanto, el escenario menos dañino a partir de ahora, pero su probabilidad no es del 100%.

En materia monetaria y financiera, es probable que la City vea su papel modificado como uno de los principales hubs financieros del mundo, con Frankfurt y París frotándose las manos, y Madrid mirando por detrás del hombro, esperando encontrar algo que llevarse a Azca o a Serrano. La libra podrá flotar fuera del área de influencia del euro, pero veremos como a largo plazo se establece un régimen de cierta estabilidad cambiaria, fruto del flujo de bienes y servicios que sin duda seguirán cruzan el paso de Calais.

Las expectativas son más difíciles de medir. Los inversores se caracterizan por ser más miedosos que Scooby Doo y es probable que vivamos un doble efecto. A corto plazo, la inestabilidad perdurará y es difícil identificar hasta donde y con qué alcance. A largo plazo, la “confianza de los inversores” tanto en el Reino Unido como en la Unión Europea sufrirá, y sufrirá sobre todo la confianza en los países periféricos para los cuales la pertenencia a la UE es un valor añadido.

Será muy importante la reacción que establezca la Unión Europea ante este desafío. Y para ello es casi mejor señalar los caminos erróneos para no transitarlos.

El primero de ellos es el camino que señala que el Reino Unido se ha marchado por la ausencia de solidaridad entre los miembros de la UE. Es el camino del “más Europa”, el más pernicioso de todos y que más rápidamente nos llevará a la desaparición de la Unión Europea. Los británicos han votado no a la UE como un gesto de soberanía nacional. No querían más Europa. Querían menos. Y ese sentimiento es el que está ganando enteros como palanca para el festival de populismos que asola el continente. Promover más Europa, hoy, es comenzar a poner clavos en el ataúd de la Unión Europea, y con ella, a los valores que supuestamente la acompañan. Porque detrás del llamamiento a la soberanía nacional de Le Pen, AFD, o los True Finns se encuentra la xenofobia y la falta de respeto a los pilares básicos de la democracia: la separación de poderes, las libertades fundamentales y los derechos humanos.

El segundo camino, opuesto al anterior, y muy transitado por los enemigos del euro y los amantes de la desglobalización, es la necesidad de recuperar soberanía nacional. Un camino que llevará a convertir la UE en un cascarón frágil, donde el vulnerable poder europeo se vea rebajado hasta la insignificancia. Entender a las sociedades europeas como “colonias” que necesitan recuperar su soberanía nacional es dejar a las economías más vulnerables al albur de una globalización salvaje sin escala para intervenir en ella. Pensar que a países como Portugal, España o Grecia nos irá mejor fuera de la UE que dentro es una ilusión provocada por la ausencia de contrafactual. Yo, como dijeron Garicano, Santos y Fernández-Villaverde, tampoco quiero volver a la España de los cincuenta.

Y el tercer camino erróneo es no hacer nada, seguir defendiendo el statu quo, esperando que las costuras de la eurozona aguanten y que la Unión Europea encuentre un nuevo equilibrio. Esta opción es la garantía de un lento declive, con no poco dolor social, del cual la salida del Reino Unido es sólo la antesala de la desintegración. Mucho se ha escrito sobre el declive del proyecto europeo, y mucho más se escribirá a partir de ahora. Atrincherarnos en el discurso de lo políticamente correcto es, en estos momentos, un bálsamo intelectual pero un suicidio político.

El lector avispado pensará: “Valiente opinión, no podemos ir hacia adelante, no podemos ir hacia atrás, y no podemos estarnos quietos”. Decía Jesús Ibañez que cuando algo es necesario e imposible, hay que cambiar las reglas del juego. Lo que no dijo es hacia donde hay que cambiarlas. Y es que la Unión Europea, que basaba su atractivo y su razón de ser en la “ever closer union”, se ha convertido en un proyecto de ida y vuelta y para esto no hay mapas ni soluciones de manual. Cuando no se puede avanzar ni retroceder por un carril, hay que saltar a otro, pero, honestamente, es muy difícil identificar cual será ese otro. La respuesta fácil sería plantear que queremos “ni más, ni menos, sino otra Europa”. El problema es cómo identificar esa “otra Europa” con un proyecto viable económica y políticamente hablando, y que ese nuevo “proyecto” pase la prueba del algodón de una población hastiada y desconfiada en el norte y centro del continente, y desencantada y resentida en el sur y la periferia del mismo.

Hay veces, como ésta, en las que las soluciones deberían implicar viajar hacia atrás en el tiempo. Y hay veces, como ésta, en la que no hay final feliz. Sencillamente, y como popularizó Forrest Gump, shit happens.

José Moisés Martín Carretero. Economista y consultor internacional. Dirijo una firma de consultoría especializada en desarrollo económico y social. Miembro de Economistas frente a la Crisis. Autor de España 20130: Gobernar el futuro. Autor de España 2030: Gobernar el Futuro.

http://ctxt.es/es/20160622/Politica/6844/Brexit-Uni%C3%B3n-Europea-Reino-Unido-Grecia-Le-Pen-crisis-mercados.htm

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