Perú: Cuando las papas queman

Gustavo Espinoza M.

A pocos días de la definición electoral del 5 de junio, en la que debemos salir adelante venciendo a la Mafia Fujimorista, es preciso resumir algunas ideas y precisar elementales puntos de vista.

1.- ¿Cómo el electorado peruano llegó a esta disyuntiva?

Eso ocurrió por dos factores. Por la estrategia del enemigo que buscó atomizar y mantener quebrada a una izquierda ideológicamente débil y políticamente derrotada; y por la ausencia de una vanguardia seria, que trabajara de modo consistente y diera la batalla en forma constante y oportuna contra los verdaderos enemigos de nuestro pueblo.

Cuando en el año 2011 obtuvo la victoria Ollanta Humala, no cabía hacerse alusión alguna. El Comandante Nacionalista no podía hacer nada especial, salvo dos cosas que justificaban plenamente el que se hubiere votado por él: derrotar a la Mafia Fujimorista -como ocurre nuevamente hoy- y abrir un nuevo escenario en el que la confrontación social asomara diferente.

Ni bajo el fujimorismo, ni durante el gobierno aprista, fue posible desarrollar una sostenida lucha de masas. Respuestas populares como la de Cajamarca en torno al tema de Conga, o movilizaciones como la que concita “Tía María” en la zona de Majes; resultaban impensables porque el escenario social estaba “ganado” por otras cosas.

La gente pensaba en los programas de Laura Bozzo y Magaly Medina; en los “especiales” de la Televisión Basura, y en las ediciones de la “Prensa Chicha”, en las novelas mexicanas y en los programas de “entretenimiento” que vaciaban la cabeza de la gente de ideas políticas, y compromisos sociales.

El concepto de la Solidaridad, quedaba borrado del horizonte de los peruanos en cuya mente se había acuñado la idea de “la competencia”, como la herramienta más sublime. Triunfar en soledad, “salir adelante”, “derrotar a los demás” y “triunfar en la vida” eran los lemas que se vendían a millones de jóvenes que no debían sustentar valores, ni tener principios; sólo intereses.

En ese espacio, que se extendió desde 1990 hasta el 2010, la izquierda oficial se abstuvo de actuar. Bajo el fujimorato justificó su inoperancia arguyendo que “no había condiciones” para luchar. Y después, decidió simplemente esperar. Era fatigante hacer trabajo político, debatir los problemas, construir organización elaborar ideas, unir a los trabajadores y alentar sus luchas.

A partir del 2011 esas tareas se tornaban no sólo más urgentes, sino también más viables. Por eso ocurrió la batalla de Conga, la huelga de 124 días de los médicos, las luchas de los maestros, Tintaya, las movilizaciones regionales, el accionar del Valle de Majes. ¿Hubo represión? Claro que sí. Pero no fue -ni de lejos- la de antes con desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, tortura institucionalizada, centros clandestinos de reclusión, tribunales secretos, jueces sin rostro, sentencias anónimas. Todo eso, pertenecía ya a un pasado vencido.

En ese escenario, la Izquierda oficial debió -y pudo- unir al movimiento popular, organizarlo, sembrar sentimiento y conciencia de clase y alentar y promover las luchas. No lo hizo ¿Por qué? Por desidia, falta de liderazgo, cobardía política.

Las luchas populares ocurrieron, pero por acción de las masas. Fueron espontaneas, aisladas, episódicas aunque casi siempre heroicas y sacrificadas. No tuvieron una sola dirección, ni un solo objetivo. Ni se orientaron a golpear a los verdaderos enemigos de nuestro pueblo.

2.- ¿Por qué el fujimorismo es “fuerte”?

Keiko Fujimori ha marchado de menos, a más. El 2000, su padre fue abatido por una activa acción de masas en la que los jóvenes jugaron un rol protagónico. Por la ausencia de una “Vanguardia”, esa lucha fue capitalizada por una burguesía conciliadora y oportunista que buscó “salidas intermedias” a la crisis de dominación. Aun así, ni el 2001 ni el 2006, el Fujimorismo fue un imán que atrajera multitudes.

Eso ocurrió el 2011, tras el fracaso del segundo gobierno aprista, cuando insurgió con fuerza una posición nacionalista que alcanzó la victoria. Era ése el momento en el que la Izquierda debió cumplir su papel. No lo hizo. Se dejó llevar por el discurso del fujimorismo y el APRA, que disparara todo su odio contra el gobierno de Humala. Desde julio del 2011 ellos centraron sus fuegos contra quienes los habían vencido. Los acusaron de todo: improvisados, ineptos, incapaces, corruptos, oportunistas, maniobreros y hasta traidores. La “izquierda”, que en un inicio calló, poco a poco se fue sumando a esa prédica y terminó formando parte de ella. Olvidó cuál era su enemigo.

Inmediatamente de concluida la contienda electoral del 2011, Keiko Fujimori inició un intenso trabajo de captación y organización política. Lo hizo, con ingentes -y malhabidos- recursos financieros, pero también con iniciativa. Recorrió todos los pueblos vendiendo promesas y comprando lealtades, adquiriendo compromisos y solventando adhesiones. Y forjó la herramienta con métodos mercantilistas. Ella le sirve hoy, para amagar el Poder.

Ahora, busca recuperar todo: liberar a su padre, condenado por crímenes horrendos; permitir la salida de prisión de los socios de la Mafia aun encarcelados y asegurar el retorno al país de los que huyeron de la justicia; reconstruir el Poder que les fuera arrebatado, recuperando las cuentas intervenidas, los bienes incautados, los beneficios perdidos; estabilizar su dominio en el país mediante los perversos métodos de la guerra sucia y asegurar la continuidad de la Mafia a partir del 2021.

3.- ¿Por qué debemos impedir la victoria de la Mafia?

Simplemente porque no podemos tolerar que el país retorno a los años del oprobio y el horror. No podemos admitir que vuelvan las mafias del pasado para robar a su antojo, pero también para exterminar a las poblaciones originarias; destruir la bio diversidad y acabar las libertades básicas; esterilizar mujeres, y violar impunemente los derechos humanos; instalar la muerte al lado de los peruanos; convertir al país en un doloroso paramo silente.

Para lograr ese propósito tenemos que unir fuerzas. Sumar a todos los que pueda ser ganados a esta causa. Y lograrlo, mediante el debate, la persuasión, pero también el coraje y la voluntad de vencer. Y eso pasa, por definir criterios sin hacer concesiones al prejuicio ni el oportunismo. Abstenernos. Escondernos tras el voto en blanco o viciado, no sólo que no resuelve nada, sino que, además, equivale a votar por Keiko.

Mucha gente ya se ha definido. Medios de comunicación, personalidades del movimiento popular de incuestionada solvencia, organizaciones sindicales y sociales, sectores políticos; han tomado partido en esta batalla y han llamado a votar por la única alternativa existente: PPK.

¿No nos gusta esa opción? ¿Confiamos en ella? ¿Creemos que será en los próximos años el camino del movimiento popular? Ciertamente que no. Pero no tenemos alternativa.

Votar por PPK no implica adherirse a su programa, ni a su mensaje. Tampoco embellecer a su pasado, ni hacerse ilusiones con el porvenir. Es, simplemente el único modo concreto de despejar el camino para luchar mejor.

Ese “luchar mejor” ¿Qué significa? Nada que pueda asustar a la ciudadanía. No nos proponemos incendiar las ciudades ni sembrar el terror. Tampoco generar un clima de violencia desbordante en beneficio del caos.

Simplemente debemos unir al pueblo desde la base misma de la sociedad; organizar a todos a partir de un mensaje solidario y de responsabilidad compartida; sembrar en los peruanos sentimiento y conciencia de clase; y promover alentar las luchas populares para defender el patrimonio nacional, preservar la soberanía, cautelar una democracia verdadera y asegurar conquistas sociales que ayuden a todos a tener mejores condiciones de vida y de trabajo.

En otras palabras, actuar con dignidad y asegurar que nuestro pueblo pueda realmente forjar su propio destino.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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