Perú: Por los siglos de los siglos…

Nelson Manrique

Comento un testimonio recogido por Aldo Panfichi y José López Ricci y publicado por este y por Carlos Iván Degregori (“Los hijos de la guerra. Jóvenes andinos y criollos frente a la violencia política”, en Tiempos de ira y amor. DESCO, 1990).

Pancho, un joven criollo metido a infante de marina, combatió en la región de Ayacucho en los 80, durante el enfrentamiento contra Sendero Luminoso y narra sus aventuras sexuales, que incluyen un amplio repertorio de abusos contra las indígenas, racionalizados con un preciso discurso exculpatorio: “Tú te metes con una chola y se queda contigo. Es que quizá como uno es criollo ellas lo verán distinto. Para ser sincero, para mí el cholo es como el animal (…) En fin, tú entiendes, ¿no? Esto pasa en cualquier parte del mundo. En el Vietnam, en fin, por los siglos de los siglos amén”.

Al aludir al Vietnam Pancho se equipara inconscientemente con los soldados de un ejército de ocupación operando en territorio enemigo. Un abismo étnico y racial separa a los soldados de origen criollo o selvático, profundamente imbuidos de prejuicios de tipo racista sobre la “inferioridad natural” de los indígenas, de los pobladores del teatro de la guerra. La afirmación “el cholo es como el animal” justifica las atrocidades, porque el bajo nivel de humanidad que así les atribuye no les concede los derechos que las leyes y la moral garantizan a quienes son reconocidos como plenamente humanos. Sigue el relato:

“Un día nos dieron a una chola para que le demos curso. Pucha y ahora por dónde, buscamos y encontramos una choza deshabitada (…) Nos instalamos ahí, todos pasaron de uno en uno con la pobre chola. Me acuerdo que previamente los patas la vistieron bien con su vestidito y todo, la pusieron bien a la chola. Me acuerdo también que el jefe de la patrulla no quería que la tocásemos y yo le repliqué. Tú estás bien cojudo, la orden ya está dada, hay que darle curso a esta chola y nada más. Me acuerdo que decía: yo soy virgen, yo soy virgen. Fuera de acá chola. Por supuesto que no era virgen. Aquí uno aprende a ser mierda. Después los chibolos la tenían como a un yo-yo. Ya después le dimos curso”.

Pancho puede hasta compadecerse (retrospectivamente, por cierto) de “la pobre chola” que ha violado y asesinado al narrar una ejecución extrajudicial (“darle curso”) precedida de una violación múltiple. Hay un completo distanciamiento en su testimonio y nada de empatía: no necesita ninguna razón política o ideológica que “justifique” la barbarie. Él muestra una gran lucidez con relación a las causas y la naturaleza de la violencia, pero no se siente obligado a justificar el asesinato del cual fue partícipe e instigador directo, incluso defendiendo su derecho de guerrero conquistador, en territorio ocupado, para disfrutar del botín de guerra, enfrentando los escrúpulos del jefe de su patrulla. No hay manera de saber si la víctima era una senderista o una infeliz testigo inoportuna de los “excesos” de la guerra sucia (la caracterización es del propio Pancho), de la que era necesario deshacerse para borrar huellas incriminadoras.

La vigencia de los derechos humanos supone reconocer a las víctimas una humanidad por lo menos semejante a la de quienes deben otorgarlos, defenderlos o negarlos. Al no reconocerlo –ese es el meollo del discurso racista– los violadores no se sienten obligados a justificar su crimen; menos aun cuando cuentan con que el Estado les asegurará la impunidad. Ni el crimen ni la violación son tales: así son las cosas tal como están establecidas en el orden natural del mundo, “por los siglos de los siglos, amén”. El mismo mecanismo que hace que a lo largo de décadas y hasta ahora se burle la demanda de justicia de las miles de mujeres indígenas víctimas de las esterilizaciones forzadas. Al fin, son mujeres y encima indias.

La iniciación sexual de los jóvenes de clase media urbana con trabajadoras domésticas, “que por lo menos son limpias”, en opinión de las preocupadas madres, tiene una larga historia. Una tradición de la vida doméstica cotidiana, desvinculada de la situación de anomia creada por la guerra, que permite recordar que el comportamiento de los jóvenes guerreros no es “creado” por la guerra: esta simplemente permite el despliegue de reflejos de violencia racial y de género que no por estar cargados de una abrumadora patología son ajenos a la naturaleza de las relaciones sociales firmemente establecidas aún imperantes en el país.

Razones más para salir a marchar el próximo sábado 13, denunciando la violencia contra la mujer.

#13Agosto #NiUnaMenos

http://larepublica.pe/impresa/opinion/792535-por-los-siglos-de-los-siglos

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