Los buitres en el Congreso
Martín Scheuch
En Alemania también hay corrupción. Así como hay actos violentos, injusticias y discriminación. Pero no es algo inherente al sistema, que lo corroe como un tumor maligno. Estos problemas no llegan a tener las dimensiones cancerígenas que tienen en el Perú.
Según estadísticas recientes las siguientes instituciones alemanas superan el 60% de aprobación —de más a menos—: la Policía, los pequeños y medianos empresarios, el Poder Judicial y el Poder Legislativo. Por debajo del 35% de aprobación se hallan —de menos a más— las macroempresas, el Gobierno federal, la administración pública y la Iglesia.
En el año 2002 partí de un Perú que miraba con esperanza al futuro, deseando superar los problemas legados por el fujimorismo.
Actualmente contemplo un Perú con problemas similares: políticos que declaran corrupto a un ministro y lo censuran sin pruebas fehacientes, esgrimiendo argumentos falsos. Además, se hacen a sí mismos regalos navideños que son un insulto a la austeridad en un país pobre. Cometen peores actos de corrupción que aquellos que injustamente le endilgan a quien censuran. Legislan no para el bien del país sino para satisfacer las ansias pantagruélicas de poder de una dinastía familiar de raíces japonesas.
Cuando la confianza en los poderes legislativo y judicial está por los suelos, es natural que la violencia impregne el lenguaje, el trato cotidiano, el aire que se respira, y tengamos discriminación, desigualdades que claman al cielo, impunidad de los corruptos.
Y nos veamos obligados contemplar cómo las personas más capaces tienen que someterse a la humillación de ser juzgados por una sarta de mediocres e ignorantes.
Como ya ocurría en el amado Perú que dejé.
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