¿Cuánto cuesta ser santo?

Pedro Salinas

Acabo de terminar dos libros imperdibles. Imperdibles para quienes siguen temas religiosos, claro. Se trata de Avarizia, de Emiliano Fittipaldi, y Vía Crucis, de Gianluigi Nuzzi. Ambos versan sobre documentos que ayudan a entender a la iglesia católica. Los dos libros fueron publicados el año pasado, y puestos en perspectiva, parecieran ser una fotografía del momento actual de dicha institución.

Tanto en Avarizia como en Vía Crucis, uno de los tópicos candentes es el que gira en torno a los movimientos económicos relativos a los postuladores de las causas de beatificación y canonización. El dicasterio responsable de esto es la Congregación de las Causas de los Santos, y el hombre fuerte es el cardenal Angelo Amato.

A ver. La estructura y los trámites son complejos, como suelen ser todas las cosas en el Vaticano.

Para convertir en beato o en santo a alguien que se ha distinguido por sus buenas acciones, tiene que existir un postulador de la causa. El postulador es quien prepara la documentación, recoge testimonios, identifica hechos heroicos, “milagros”, y así. “En la actualidad hay 2,500 casos pendientes propuestos por 450 postuladores”, sostiene Nuzzi.

Y añade. “Con Juan Pablo II la ‘fábrica de santos’ creó 1,338 beatos en 147 ritos de beatificación y 482 santos en 51 celebraciones. Cifras astronómicas, superiores a las alcanzadas en toda la historia de la iglesia”.

Fittipaldi ahonda más. “La fábrica de santidad, creada por Sixto V en 1588, no solo funciona a toda máquina, sino que parece inspirarse en ese aforismo del poeta Juvenal que reza: ‘La reputación solo depende de las monedas que uno guarde en sus arcas’. Lo cierto es que a los candidatos a santos con buenos intermediarios en la Tierra les será más fácil unirse en la divinidad que a aquellos de sus colegas que recorren el camino hacia la ansiada aureola de la mano de patrocinadores menos ricos y lobbies menos influyentes”.

Tal cual. Para ser santo hay que tener sponsors con bolsillos de payaso. Y buenos contactos en Roma, obvio. La primera parte del proceso es la “diocesana”, la cual arranca con el beneplácito del obispo competente en el lugar donde falleció el candidato. Luego de ese primerísimo paso, el aspirante se convierte en “siervo de Dios”. Es ahí donde el postulador comienza a indagar sobre su vida y obras. Si de estas investigaciones se deduce que el postulante tiene “milagros” en su haber, entonces se ingresa a la “fase romana”. Ello significa que el expediente se traslada al Vaticano.

En las oficinas de la Congregación, el trámite se sofistica. Intervienen médicos, teólogos y expertos para decidir si el siervo de Dios es pasible de convertirse en beato. Pero la proclamación final la decide exclusivamente el pontífice. Este es, grosso modo, el procedimiento.

Pero lo que no se dice es cuánto dinero se mueve para que el postulante tenga su halo. De acuerdo a Fittipaldi, según los documentos que ha revisado y abarcan el periodo entre 2008 y 2015, “se suelen pagar decenas y hasta cientos de miles de euros”. Y suelta algunos ejemplos. “En la beatificación del filósofo Antonio Rosmini se habrían invertido 375,000 euros en una sola jornada de beatificación”.

Más todavía. “Si quieres ser santo, debes pasarte por el bufete del abogado Andrea Ambrosi”, señala Fittipaldi. Ambrosi es desde hace cuarenta años el príncipe indiscutido de los postuladores del Vaticano. Sus honorarios lo dicen todo. En el proceso del padre Emil Kapaun, un capellán castrense muerto en la Guerra de Corea, cobró 266,000 euros de ingresos y 138,000 de gastos. Fittipaldi exhibe casi una veintena de causas que maneja Ambrosi. Y es que fabricar un santo puede costar un ojo de la cara.

“Será casualidad, pero las canonizaciones más caras son aquellas cuyos promotores son congregaciones y órdenes religiosas estadounidenses, por lo general más ricas que las de Sudamérica o Asia”, anota. “No resulta sorprendente que una de las causas de canonización más caras de la historia sea la que desde 1996 trata de conseguir la beatificación del padre Michael McGivney, fundador de la asociación católica más rica y poderosa del mundo, la de los Caballeros de Colón”, añade el periodista y escritor italiano.

En resumen, el Vaticano siempre ha negado que se invirtiera tanto dinero en la fábrica de santos. Pero lo cierto es que, por los documentos irrebatibles que exhibe Avarizia, el “negociado” alrededor de esta maquinaria que produce beatos en cantidades industriales y los conflictos de intereses y monopolios que favorecen al abogado Ambrosi, son tan escandalosos que uno se pregunta hasta cuándo sus fieles van a soportar tanta hipocresía.

http://larepublica.pe/impresa/opinion/829542-cuanto-cuesta-ser-santo

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